Por Lorenz Lauer

En apoyo de la tesis de Antonio Casado da Rocha sobre el uso de elementos narrativos en la bioética, me gustaría comentar el problema del final de la vida en medicina, desde el punto de vista de un género literario y de cine que se concentra en la muerte más que otros. Hablo precisamente del terror. Me centraré en un análisis de Herbert West Re-Animator de H.P. Lovecraft. Presento el punto de vista del medico protagonista (West) sobre la muerte, que me parece bastante típico no sólo para un médico de su tiempo sino también del nuestro. Intento mostrar que este punto de vista puede llevarnos al terror que sufren los pacientes y sus parientes en la realidad. Ilustrando mis propósitos con un ejemplo anecdótico, argumento a favor de un cambio en el tratamiento de los pacientes terminales.

The first horrible incident of our acquaintance was the greatest shock I ever experienced, and it is only with reluctance that I repeat it. As I have said, it happened when we were in the medical school where West had already made himself notorious through his wild theories on the nature of death and the possibility of overcoming it artificially.

Herbert West Re-Animator (H.P. Lovecraft, 1922)

Herbert West ve su vocación como médico en la lucha contra la muerte con todos los medios. El tiene una visión mecanicista del cuerpo. Por eso intenta producir una formula que permita resucitar a los muertos. Su historia está contada desde el punto de vista del discípulo de West. Un detalle interesante para la bioética es la intervención del decano de la medicina en los principios de la investigación de West. Aquí encontramos un ejemplo de un consultor de investigación ética en el inicio del siglo XX:

It was here that he first came into conflict with the college authorities, and was debarred from future experiments by no less a dignitary than the dean of the medical school himself -- the learned and benevolent Dr. Allan Halsey, whose work in behalf of the stricken is recalled by every old resident of Arkham. (ibid.)

Después de sufrir algunos reveses, West resucita a su primera criatura. Pero los muertos vivos no son ya humanos, han perdido algo de esencial del ser humano y de eso viene el terror. El narrador implica que es el alma humana. Los cuerpos no son más que cuerpos, son autómatas que provocan terror, pero también la compasión en el narrador y en el lector.

La transformación de cuerpos muertos en mecanismos que siguen funcionando es un tropo en el terror, de Frankenstein hasta hoy. Es un escenario de ciencia ficción. Pero me parece que existen semejanzas inquietantes entre estos zombies y los pacientes terminales.

El artículo de Atul Gawande en el New Yorker Letting Go: What should medicine do when it can’t save your life? nos advierte del sufrimiento de pacientes terminales, conectados a máquinas médicas como el respirador. Este destino es similar al de los muertos vivos de Lovecraft. Su cuerpo no funciona ya sin ayuda externa, pero son forzados a sobrevivir. Su vida no es más que mecánica. En algunos casos sufren constantemente, en otros son incapaces de comunicar con su entorno. Pueden experimentar la degradación de su cognición y su conciencia. Muchas veces están aislados de su familia, se perciben como una carga y una molestia. En este proceso, prisioneros de su cama de clínica, pierden algo que es esencial a la vida humana: la dignidad.

Entonces, el papel del médico no puede ser únicamente la persistencia del funcionamiento mecánico del cuerpo.

Una anécdota personal es la muerte de mí abuela, que pasó sus últimos meses en cama, incapaz de hablar o moverse. El terror de su situación fue que no sabíamos si ella era capaz de comprender lo que pasaba con ella y en su ambiente. Se imagina el terror de esta situación, vivir cada día sin posibilidad de comunicar, totalmente dependiente de su entorno y con el conocimiento de que el próximo día va ser lo mismo.

Para aclarar, tengo que mencionar que el soporte de los médicos en este caso estuvo bien. Ofrecían a mí abuela la oportunidad de vivir el fin de su vida en casa, con mi abuelo, con el soporte de una enfermera, y la familia la cuidabamos.

Pero eso tampoco es sin problemas. Muchas veces la familia se sobrecarga, emocionalmente, físicamente y financieramente. La muerte en el seno de la familia es una idea buena para mejorar la calidad de vida para algunos pacientes. Pero no es una solución si el paciente es sostenido en vida por más de medio año.

La pregunta a que nos enfrentamos, que identifica claramente Antonio Casado, es “cómo morir”. No pretendo tener una repuesta a esta pregunta y seguro que no vamos a encontrarlo en el terror. Lo que quiero sugerir es que el terror nos puede mostrar como no queremos morir; sin dignidad. Eso implica que en casos de pacientes terminales, no hagamos todo que podemos para prolongar la vida, si interfiere gravemente con la calidad del resto de su vida.