por Montserrat Roig (Quadern Caps Nª 21, 1991)

Hay un terreno ambiguo en el que se crea un desajuste en las relaciones médico-enfermo, y este terreno es el de las palabras. El enfermo ha de descubrir, con paciencia, sus miedos y frecuentemente no los puede hacer sentir al médico. Este los desconoce.

El médico tiene miedo a hablar. “Las palabras son, a la vez, indispensables y fatales”, aseguraba Aldous Huxley. También los médicos se sienten aprisionados por las palabras, que no expresan exactamente lo que quieren decir. Son aproximaciones a sentimientos, a actitudes mentales. Estos miedos no son expresados sólo con palabras. También están los gestos, las miradas, una manera de caminar. Todo ello es controlado por el paciente enfermo, mucho más de lo que piensa el médico. Un matiz es tomado por una definición, una sugestión por un axioma.

El médico se ve con frecuencia a sí mismo como a un profesional. Para el paciente enfermo es mucho más: es un juez, quizá el antiguo brujo. Pocas veces es su cómplice en el miedo. Quizá porque los miedos no son semejantes.

El enfermo, a la larga, descubre que también el médico tiene miedo. Pero ya lo hemos dicho: no es el mismo miedo que padece el enfermo. El de éste es un miedo terrenal, primitivo, casi diría animal. Un miedo que se mueve en un terreno confuso, rudo, obscuro, estrecho. No precisa metáforas. Es un miedo que da miedo sentir. El miedo del médico, me parece, es más impreciso. Es el miedo a ser sorprendido. Tener que admitir lo que no es controlable. Tener que admitir la imprecisión, lo imprevisible, la improvisación. Nada es seguro. El médico tiene, pues, miedo a dejarse sorprender como reclamaba Aristóteles. Porque, si bien la actitud de extrañeza es buena para la literatura o la filosofía, no lo es tanto para la medicina cuando es una ciencia. La poética de la frontera, de la ambigüedad de las palabras, puede tener consecuencias imprevisible en la relación enfermo-médico.

Puede pasar, así, que el enfermo comience a tener miedo del miedo del médico. Se ha dicho: necesitamos pequeñas dosis de miedo ara soportar el gran miedo. Pero hay médicos que, al no aguantar este desasosiego ante el extrañamiento, ante lo imprevisible, montan todo un espectáculo para huir de las palabras. Es el médico-showman, dispuesto a disimular el miedo helado que a veces siente. Se refugia en palabras contundentes como única respuesta. Quizá porque hay enfermos que se lo exigen. En estos casos, el médico no puede mostrarse indefenso. El enfermo no se lo perdonaría.

No hay, entonces, complicidad entre los dos. Los miedos, los pequeños y el grande, no son expresados en palabras. Los caminos divergen, y el enfermo-paciente no admite que el médico tenga miedo. Ha de ser brillante, seguro, ha de tener ojo clínico. Y quizá el error está en que mientras el enfermo no elige esta nueva situación, mientras el enfermo se ve afectado por un visitante inoportuno, la enfermedad, el médico será médico toda su vida y ha de admitir, de una vez por todas, que tiene miedo. Un miedo diferente al del enfermo, un miedo que nunca se termina. Porque los enfermos pueden desaparecer, pero las enfermedades, y sus inagotables sorpresas, continúan.

Y no es un asunto fácil.

(Gracias a M. J. Guerra por hacérnoslo llegar)

 

Comentarios


Miedos

Sábado, 29 Enero 2011 17:27
María José Guerra

Es verdaderamente lúcido. Estaba pubilicado en el 91 en CAPS, una revista dirigida por Carme Valls. Lo escribió antes de morir, parece. Parece que enfrentar el miedo es importante para ser honestos con uno mismo y con los demás. En la vida y al final de la vida. 

La muerte, algo casi inaceptable.

Jueves, 13 Octubre 2011 10:28
jone mendizabal

El médico es, en ocasiones, mensajero de malas noticias, es el encargado de trasladarnos la noticia más importante de nuestra vida, nuestra fecha de caducidad.

Conocer nuestra fecha de caducidad puede ser una gran cortapisa para seguir viviendo ya que nos obliga a enfrentarnos a éso que siempre hemos sabido, sospechado, temido, pero que nunca hemos querido admitir ni encarar: nuestro final, la muerte. Y, es entonces cuadno nos acecha ese miedo terrenal, primitivo, casi aniamal del que hace alusión el articulo.

La muerte es sentida por el médico como un fracaso de su profesión y de la ciencia a la él representa. Para el paciente es también algo oscuro, negativo, algo que siempre llega en mal momento y a destiempo obligándonos a hacer el "gran balance de nuestra vida"

Pero podemos convertir nuestra agonía  y nuestro miedo en serenidad. Serenidad para arreglar y solventar "los pequeños asunto que tenemos pendiente con unos y otros". Serenidad para agradecer y despedirnos de las personas con las que hemos compartido nuestra vida. Serenidad, como bien decía Epicuro, para comprender " que nada temible, en efecto, hay en el vivir par quien ha comprendido que nad terrible hay en el no vivir"

La incertidumbre crea mas miedo

Domingo, 30 Octubre 2011 20:17
Mercedes Izaguirre Garitano

Creo que ante todo lo que mas le ayuda al paciente es que el medico le sea sincero y le diga lo que tiene. La mentira y el ocultamiento crean miedos mas tenebrosos ya que la mente de uno mismo puede ser mucho mas cruel, que la informacion de la propia enfermedad. El informar no quiere decir que el medico tenga que dar todos los detalles puede ahorrarse los detalles escabrosos y tambien su propia inseguridad, si es que la tiene. En cuanto al miedo del medico uno ha de pensar que tambien es un ser humano y consecuentemente tiene tambien sus propios miedos, aunque creo que es mas saludable no mostrarlos ante el paciente.