En 1986 el sociólogo alemán Ulrich Beck publicaba Risikogesellschaft: auf dem Weg in eine andere Moderne (es decir: La sociedad del riesgo: hacia una nueva modernidad, Madrid: Paidós, 1998). Desde su originaria publicación, y sobre todo desde su traducción al inglés en 1992, este ha sido un trabajo que ha situado la cuestión acerca de la efectividad y legitimidad institucionales a la hora de controlar y regular satisfactoriamente los riesgos adscritos a las dinámicas de progreso de la civilización moderna industrial, en el centro del debate social.

 

Reveladora y esencial para unos, catastrofista y parcial para otros, la tesis de Beck viene a afirmar que las instituciones de las sociedades industriales modernas son incapaces de mantener bajo control los riesgos auto-generados (lo son en tanto no provienen del exterior –e.g. un ataque premeditado del enemigo, o la naturaleza–). Por tanto, la “sociedad del riesgo” de Beck es una sociedad en crisis, y no tanto por el (supuesto) aumento exponencial de los riesgos en términos histórico-comparativos (¿de qué riesgos hablamos?), sino más bien por aquello que el proyecto moderno de control y dominación de la naturaleza acarrea: a saber, la correspondiente “necesidad” de ese proyecto controlador moderno de conceptuar y tratar las amenazas que lo agobian como problemas que son de su responsabilidad, esto es, no achacables a terceros ajenos a la dinámica institucional de nuestras sociedades.

Que Rodríguez Zapatero afirmara en el segundo de los debates mediáticos pre-elecciones generales que protagonizó junto al candidato popular Rajoy, que una de las prioridades u objetivos de su gobierno sería la de intensificar la lucha contra el cambio climático, indica hasta qué punto la sociedad y sus representantes han interiorizado la idea de que ya ho hay prácticamente nada –ni siquiera los acontecimientos climáticos globales– que no pueda ser achacado a la acción del ser humano, amplificada por su poderío técnico e industrial.

Todo esto nos lleva a plantear las siguientes cuestiones: ¿no será que el ser humano ha comenzado a preocuparse del futuro ecológico del planeta que habita una vez que ha conseguido desterrar a la naturaleza, entendida esta como un fenómeno con sus propias leyes y dinámicas, y como opuesta a la sociedad? ¿No será que la venida de la “ecologización” de la política, la ciencia y la industria no anuncia más que el fin de la “utopía ecológica sostenible” que a menudo nos venden? Parece ser que lo “natural” (es decir, su pérdida) ha llegado a golpear nuestras conciencias únicamente cuando se
ha hecho patente su irrecuperabilidad, esto es, su inviabilidad en nuestros contextos de acción política, económica, y técnica.