El término “industria cultural” fue acuñado por Adorno y Horkheimer en los años cuarenta, y con el paso del tiempo ha ido ganando adeptos. Tantos, que ahora el término se usa con una connotación positiva, justo lo contrario de lo que pretendía la Escuela de Frankfurt. En gran parte, pero no sólo ya que el fenómeno es complejo, el éxito se debe a los extraordinarios beneficios económicos que esa industria ha acabado generando. En España, en el período 2000-2007, en torno al 4% del PIB fue producido por la industria de la cultura (la crisis también aquí se ha hecho notar, cayendo al 2,9% del PIB en 2009. De todas formas, su potencial para generar empleo sigue siendo alto, pues aunque sólo el 1,28% de la población española trabaja en la industria cultural, casi el 17% de los autónomos pertenecen a ese sector). Y la industria cultural, como toda industria, requiere gestión eficiente y una nueva profesión especializada en ella: la de los gestores culturales.

Si echamos un momento la vista atrás y recordamos las críticas de la Escuela de Frankfurt, aunque nos las compartamos en su totalidad tendremos que reconocer que en este ámbito hay, al menos de entrada, ciertas tensiones. Es un ámbito nominalmente confuso (¿qué significa hoy “cultura”, de qué “gestión” hablamos, es legítimo “gestionar” algo, como la cultura, que no es exactamente una cosa?), y además sus contenidos son extraordinariamente transversales pues la gestión cultural se ocupa de las artes, del patrimonio, del turismo, de los museos, de las bibliotecas, de las empresas de creación…). En el ámbito de la gestión cultural hay una constelación de valores: identitarios, sociales, históricos, espirituales, religiosos, simbólicos, estéticos… Y por otro lado, en la cultura se cruzan tanto el mantenimiento del orden social como la irrupción del cambio de valores, de modo que en las políticas culturales se baraja la gestión de consensos importantes (sociales, generacionales, estéticos). La gestión del consenso público es obviamente un objetivo político, de modo que la gestión cultural tiene una marcada relevancia política, a diferencia de lo que sucede en otras “industrias”. Por otra parte, la gestión cultural es una profesión reciente, cuyo sentido y necesidades formativas aún están en formación. En nuestro país, al menos, el profesional de la cultura todavía es básicamente mono-cliente, en el sentido de que quien le paga es la Administración. De aquí surge un conflicto estructural de intereses entre su dependencia de la misma y los objetivos generales de la cultura. Y además de los profesionales autónomos que mencioné al principio, y de los que trabajan para empresas o asociaciones culturales, hay un importante colectivo de gestores culturales que ocupan los puestos técnicos de la administración cultural, ocupando una posición aún más ambigua entre las exigencias ideológicas, las partidarias y las estrictamente culturales.

 

Comentarios


enhorabuena

Lunes, 17 Octubre 2011 10:01
Antonio Casado da Rocha

Gracias, Rafael, por abrir una sección tan interesante. Las decisiones sobre gestión cultural caen plenamente dentro del ámbito de la deliberación y elección, individual y colectiva, y por lo tanto son parte del campo ético y político. Ojalá podamos discutirlas y estudiarlas en este espacio con mucha gente. Un cordial saludo.

Comentario de Susana Carapia

Miércoles, 09 Noviembre 2011 10:17
Antonio Casado da Rocha

¿Puede la cultura ser considerada como una industria y, por consiguiente, ser gestionadacomo tal? ¿No es esta “industrialización” de la cultura un uso ideológico de la misma? El reciénencauzamiento de la administración dedicado a la gestión cultural es, sin duda, la coyunturade dos ámbitos: el económico y el político. Mientras que desde la perspectiva económica sepretende hacer de la cultura un negocio rentable; desde la perspectiva política, la gestión depolíticas culturales implican la “democratización” de la cultura (lo cual resulta contradictorioa la perspectiva económica) y su posible uso ideológico en forma de un academicismo que noes nuevo. La gestión cultural como actividad profesional naciente debe estar consciente de laresponsabilidad que implica el “objeto” que trata, pues la cultura es más que un conjunto deresultados, es toda una forma de concebir la realidad, cuyas implicaciones sociales y políticasnunca se hacer esperar.