La elección de la Capital Europea de la Cultura del año 2016, año en que corresponde a España y a Polonia designar respectivamente dos ciudades para esa mención, ha originado una polémica extraordinaria en nuestro país. Desde el mismo momento en que el jurado hizo pública su elección (Donostia-San Sebastián), el día 28 de junio, otras ciudades candidatas (señaladamente Córdoba y Zaragoza), han encontrado motivos para dudar de la ecuanimidad del proceso selectivo. Hoy, tras hacerse público el informe final de evaluación y el resultado de la investigación del Ministerio de Cultura, son varios los argumentos esgrimidos, pero está aquí fuera de lugar entrar en una polémica triste y agria. Sin embargo, tanto la importancia del asunto para la gestión cultural (la elección de la Capital Europea de la Cultura, en adelante CEC), como la magnitud del revuelo político y social ocasionado, brindaban casi ineludiblemente el tema inicial de la sección sobre ética de la gestión cultural. Por otra parte, la chispa con la que saltó la polémica suscita un problema genuino, más allá del caso concreto del proceso de designación de Donostia-San Sebastián. Es este problema el que aquí me interesa.

Voy a formularlo inicialmente con la máxima generalidad que se me ocurre: ¿es correcto considerar que un proyecto de intervención cultural es mejor porque resuelve un problema político? (Puesto que mi reflexión pretende evitar todo partidismo, daré ya mi respuesta a esa pregunta: sí, aunque no sea lo único a tener en cuenta). Relacionando esa pregunta con el caso concreto de la elección de la CEC 2016 podemos hacer dos observaciones ya de ética aplicada. La primera es la constatación de un hecho, el de que aun cuando la pregunta seguramente parecerá fácil a la mayoría de los académicos, resulta que es un motivo de polémica para el público no especialista, e incluso diría que para muchos académicos de áreas ajenas (ver por ejemplo http://www.diariocordoba.com/noticias/noticia.asp?pkid=649743 ).  Las decisiones de gestión cultural, por su propia naturaleza y por su relevancia pública, requieren una peculiar pedagogía, conllevan la exigencia democrática de explicar no sólo sus detalles técnicos, sino también su justificación ética. La segunda observación, derivada de la anterior, es que la ética de la gestión cultural está entreverada con la filosofía y la ética de la política cultural. Esta dimensión mixta habrá de ser peculiar y constante en esta sección de Dilemata.

La CEC es una institución que surgió en 1985 por iniciativa de la cantante y ministra de cultura griega Melina Mercouri. La anécdota, convertida en oficial por la página de cultura de la Comisión Europea, dice que la idea surgió de un conversación entre Mercouri y el ministro de cultura francés Jacques Lang mientras esperaban un vuelo en el aeropuerto de Atenas (http://ec.europa.eu/culture/our-programmes-and-actions/doc443_en.htm ). Una resolución del Consejo Europeo de Ministros de Cultura (85/C 153/02) instituyó en junio de ese año la “Ciudad Europea de la Cultura”. A partir de Atenas, que fue la primera Ciudad en 1985, la iniciativa tuvo éxito y ha ido consolidándose con el paso de los años. En 2005 se cambió el proceso de selección y el de denominación por el de “Capital Europea de la Cultura”. Actualmente la legislación vigente es la Decisión Nº 1622 del Parlamento Europeo y del Consejo de 24 /10/2006, y la Orden del Ministerio de Cultura 2394, de 31 de julio de 2009, por la que se establece la convocatoria de presentación de solicitudes para la designación de la CEC 2016. Las ciudades candidatas españolas han presupuestado en sus proyectos cantidades que oscilan entre los cincuenta y los cien millones de euros, sin contar las infraestructuras involucradas (en cuyo caso esas cantidades pueden llegar a multiplicarse hasta por diez según los casos). El presupuesto de CEC Donostia-San Sebastián 2016 asciende, para actividades programadas entre 2009 y 2020, a 89 millones de euros; las intervenciones en 2016 deberían costar 40 millones. Se trata de cantidades muy importantes teniendo en cuenta, por ejemplo, que el presupuesto de Donostia-San Sebastián en 2010 ascendió a 394,7 millones de euros.

Volvamos al problema que planteé en términos abstractos (¿es correcto considerar que un proyecto de intervención cultural es mejor porque resuelve un problema político?). Cualquiera  que haya seguido el caso recordará que la polémica surgió cuando el presidente del Comité de Selección, Manfred Gaulhofer, durante el acto de presentación de la ciudad seleccionada dijo que en su visita a Donostia-San Sebastián “el jurado comprendió que hay una expectativa común en todas las capas de la sociedad, y que el esfuerzo por lograr ser la CEC podría contribuir al cese de las actividades violentas en el País Vasco” (http://www.youtube.com/watch?v=syJEZsKb4gQ ). A partir de estas declaraciones muchos interpretaron, (1), que la designación de Donostia-San Sebastián había sido debido a consideraciones totalmente ajenas a su proyecto de CEC. A este asunto es a lo que antes me referí como debate “triste y agrio”, totalmente fuera de lugar aquí. Una afirmación distinta, aunque en el primero momento quienes la adujeron no la distinguieron de la anterior es la de que, (2), la designación es injusta porque el mérito de las intervenciones culturales previstas en el Proyecto Donostia-San Sebastián 2016 es ajeno a la cultura, tal proyecto no tendría un mérito superior por lo cultural sino por lo político, esto es, por su contribución a la superación de la violencia terrorista. Y mezclándose muchas veces con ella, y sirviéndole de apoyo, se ha repetido la afirmación, (3), de que un proyecto cultural es algo totalmente distinto de lo político.

El Informe de Selección Final del Jurado no presta ningún apoyo, lógicamente, a las afirmaciones (1) y (2), e incluso ha optado por una declaración aséptica en la que a duras penas puede encontrarse algo a favor o en contra de (3). Al respecto sólo podemos leer esto: “el título de la candidatura, “Cultura para la convivencia”, que sintetiza uno de los principales retos de Europa: la coexistencia respetuosa de gente que “comparten espacios en los que cohabitan múltiples identidades, valores y objetivos y se redefinen constantemente entre sí” (http://ec.europa.eu/culture/our-programmes-and-actions/doc/ecoc/selection_report_2016_en.pdf ). El propio Proyecto Donostia 2016 se denomina Olas de energía ciudadana. Cultura para la convivencia. El apartado titulado precisamente así, “Cultura para la convivencia”, del capítulo “Fundamentos de nuestro viaje” de dicho Proyecto (http://www.sansebastian2016.eu/web/guest/proyecto-cultural/proyecto , pp. 66 y ss.), se abre con una referencia a la obra de A. Camus Cartas a un amigo alemán en la que se defiende “pensar Europa desde la defensa de las ideas de los partidarios de la libertad”. Enseguida se hace referencia al Convenio de Derechos Humanos de 1949 y se prosigue diciendo “desde entonces [entiéndase, 1949], la vulneración de los derechos humanos sigue siendo una cuestión que afecta al presente y futuro de nuestras vidas, tanto en Euskadi como en España, que padecen la lacra del terrorismo, como en el resto de Europa. Donostia-Donostia-San Sebastián quiere ser Capital Europea de la Cultura en el año 2016 desde el convencimiento de que la convivencia es la base ética sobre la que se sustenta la paz y la vida buena” (p. 67, subrayado en el original). En la misma página se dice, y se destaca al margen con caracteres más grandes, “Entendemos que el terror y el miedo, el fanatismo y la intolerancia se combaten y se curan con más cultura y mucha más educación”.  En el siguiente apartado, “Olas de energía ciudadana”, en el margen sobre un fondo celeste, consta lo que en mi opinión es una idea fuerza del Proyecto Donostia-San Sebastián 2016: “Nuestro arco litoral es característico por el oleaje que nos ha llevado a ser un destino internacional para la práctica del surf. Y del surf proviene la palabra en euskera olatu-taika: cuando dos olas se cruzan y al chocar producen una nueva, algo que refleja perfectamente el espíritu de nuestro proyecto” (p. 68).

A nadie se le escapa que la polémica suscitada por la designación de Donostia-San Sebastián va mucho más allá del texto de su Proyecto e, incluso, es posible que tenga bastante poco que ver con él. Sin embargo esa polémica ha mostrado que un argumento puede ser la supuesta independencia de la cultura respecto de la política, algo que el Proyecto Donostia-San Sebastián 2016 (y subrayo Proyecto) habría quebrantado. Por tanto, ¿qué relación con lo político debe admitirse en el concepto de cultura utilizado en la gestión cultural? En lo que me resta abordaré sólo la cuestión preliminar de por qué puede juzgarse confusa o incluso capciosa la pregunta que planteé al principio (¿es correcto considerar que un proyecto de intervención cultural es mejor porque resuelve un problema político?) En mi respuesta trataré de no alejarme del asunto de la CEC.

De entrada se puede pensar que la pregunta tiene una respuesta negativa porque la cultura y la política son cosas totalmente distintas. Pero “cultura” está lejos de tener un significado claro. En el término hay dos acepciones en un principio totalmente distintas, si bien la propia evolución de ambas dimensiones las ha ido acercando. Para evitar largas discusiones teóricas, las formularé mediante las acepciones segunda y tercera del DRAE: “cultura” significa, (2) conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico y también, (3) conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc. (las otras dos acepciones son cultivo y culto religioso). Se trata pues de la concepción, digamos, ilustrada de la cultura como enriquecimiento del espíritu, y de la concepción etnográfica de la cultura como modo integral de vida de un grupo humano. Tanto en el lenguaje corriente como en el discurso de la gestión y de la política cultural, ambas acepciones tienden a confundirse.  En la Decisión 1419/1999/CE del Parlamento Europeo y del Consejo (http://www.mcu.es/cooperacion/docs/MC/Internacional/capital_europea_cultura_2005_2019.pdf ) por la que se establece la manifestación “Capital europea de la cultura” para los años 2005 a 2019, y que constituye el marco normativo general respecto de la CEC 2016, ambas dimensiones de la cultura aparecen indistintamente. Así en la primera consideración preliminar se dice que “Europa ha sido a lo largo de toda su historia un polo de desarrollo cultural de una excepcional riqueza y de una gran variedad artística”, y en consonancia con ello el artículo tres manda “apoyar y desarrollar el trabajo de creación, elemento esencial de cualquier política cultural” (sentido ilustrado). Pero también, en esa consideración general que acabo de citar se prosigue diciendo “que el fenómeno urbano ha desempeñado un papel sumamente importante en la formación y florecimiento de las culturas europeas”, y así el artículo 1 establece que el objetivo de la CEC “será resaltar la riqueza, la diversidad y los rasgos comunes de las culturas europeas” (sentido etnográfico).

Como he dicho, la evolución del sentido ilustrado de cultura desde el S. XVIII hasta la actualidad explica la tendencia a confundir este sentido con el etnográfico. No es el momento de explicar tales cambios, pero sí de destacar que en la actualidad “cultura” tiene un significado lábil, una denotación ambiguamente plural pero cuyas connotaciones son claramente positivas. Así, con ocasión de la elección de Donostia-San Sebastián, el periodista Iñaki Izquierdo decía en Diario Vasco (1/07/2011. http://www.diariovasco.com/v/20110701/san-sebastian/ciudad-eropea-cultura-20110701.html): “Cultura. Vale, prometo leer un libro antes de que termine 2016. Cada uno se aproxima a esta palabra a su manera, porque es amplia y admite casi cualquier punto de vista. Y aunque todos tenemos una opinión y gustos diferentes, todos estamos de acuerdo en que es algo bueno”.

Precisamente esta indefinición actual del concepto es lo que facilita, según muchos, ese empleo torticero mediante el que la cultura se subordina a la política cuando verdaderamente aquella, en cualquiera de sus dos acepciones, es ajena a la misma. Bajo este punto de vista la cultura sería algo primordialmente personal asociado a una experiencia de contemplación o de placer provocada por objetos artísticos, literarios o de entretenimiento, o bien por un patrimonio colectivo material o inmaterial. Este patrimonio histórico, artístico o etnológico se entiende como un espacio no conflictivo de reconocimiento colectivo (monumentos, festejos, tradiciones). En esta perspectiva la política cultural se entenderá como conjunto de políticas de gestión del patrimonio y de la promoción y protección de la producción artística. Se rechazará la política cultural en el sentido más ambicioso de modificación del orden de los discursos y las estructuras de reconocimiento simbólico, porque ello implica entender que la cultura se engendra mediante prácticas y dinámicas de poder entre los distintos actores sociales.

Como ya dije, es afirmativa mi respuesta a la cuestión que planteé al principio (¿es correcto considerar que un proyecto de intervención cultural es mejor porque resuelve un problema político?). Yo sí considero que la cultura deviene política y que las políticas culturales engendran cultura. Esto no equivale a disponer de un concepto claro de cultura. Al contrario, se trata más bien de que no hay un solo concepto válido porque la legitimidad del concepto de cultura que está disponible para la gestión cultural es un asunto de negociación en la esfera de la política cultural. En resumen, “política cultural” puede parecer una contradicción (o un abuso) si por cultura se entiende lo otro de la política, pero también se puede defender que no hay políticas culturales sin política cultural (esto es, sin referencia al conflicto de distintos proyectos de vida colectiva). En la actualidad acudir al propio concepto de cultura no ayuda mucho. Como más o menos dije antes, hoy la cultura empieza donde cada uno quiera (en un libro, en un videojuego, en un museo, en una procesión…). En esta línea el Proyecto Donostia 2016 ofrece una definición de cultura suficientemente amplia: “aquello que otorga a las personas la capacidad de reflexionar sobre sí mismas […] La cultura, al igual que la democracia moderna, es una manera de vivir que no reposa en una figura acabada, ni en certezas absolutas, sino que se funda en su propia incertidumbre” (Proyecto CEC Donostia-San Sebastián 2016, p. 72). Pero dado que la cultura no es ya una categoría estable, la política cultural no puede justificarse exclusivamente mediante la propia cultura. Si pretendemos hacerlo, o gestionaremos una cultura anacrónica o haremos una gestión mentirosa.

 

Cometarios


eskerrik asko!

Lunes, 17 Octubre 2011 10:08
Antonio Casado da Rocha

Pues gracias otra vez, Rafael. Esto es de lo mejor que he leído sobre todo el proceso, y que además venga desde Córdoba lo hace doblemente valioso. Obviamente, el tema me interesa como donostiarra, pero también porque tu planteamiento supera con mucho el habitual cruce de suspicacias y agravios. Así, a mi juicio, debería ser una aportación de la ética aplicada: plantear cuestiones de actualidad pero con profundidad, sin caer en la guerra de bandos. Y cuenta con más de un corresponsal en DSS para seguir hablando de este tema, por lo menos de aquí al 2016.

Comentario de David Pizarro

Miércoles, 09 Noviembre 2011 11:52
Antonio Casado da Rocha

La cultura es pues una actividad de goce estético y cognoscitivo, o lúdico que necesita un espacio para desenvolverse, entonces la política cultural dirige las políticas de gestión de patrimonio y producción artística. Y por ello sentencia el autor que “la cultura deviene en política y políticas culturales engendran cultura” Sin embargo no debemos olvidar que todo proyecto incluye unos objetivos y finalidades; y uno de ellos es la promoción de la ciudad y de su desarrollo económico, esto hay que decirlo y no invalida de ninguna manera la naturaleza cultural de la empresa. Es decir por un lado existe un marco en el que la Europa elige en base a sus parámetros lo que entiende por cultura. En mi opinión es un poco lo que San Sebastián intuye; actividades culturales y exposiciones continuadas, festivales de diverso índole (cine, música, comic y folclore), al otro lado Córdoba entiende cultura como sus costumbres (toros, flamenco, la mezquita, su judería pero extrañamente sin mostrar su famosa feria de Mayo). Para mí como extranjero es triste ver que tanto donostiarras como cordobeses tienen más en común de lo que imaginan, y claro con diferencias que pueden enriquecer al otro pero que no comparten. Sin embargo en aquellos días para entender un poco este fenómeno me tope con los videos promocionales de ambas ciudades lo que terminó de explicarme tantas cosas y preguntarme otras pocas. Video de Córdoba 2016 http://www.youtube.com/watch?v=tkIZqq9HeQ8 Video de Donostia - San Sebastián 2016 http://www.youtube.com/watch?v=X2zTb7Eg9Lk