Las bases psico-biológicas del comportamiento del hincha deportivo: el seguidor virtuoso

 

 

The Psycho-Biological Bases of Sports Supporters’ Behaviour: The Virtuous Supporter

 

DILEMATA año 4 (2012), nº 10, 279-306

ISSN 1989-7022

 

Resumen: Dados los recientes estudios llevados a cabo dentro del ámbito de la psicología moral y siguiendo los últimos casos de mal comportamiento de los hinchas deportivos—por ejemplo, los cánticos racistas en la Premier League inglesa o las eventos que siguieron al escándalo del dedo de Mourinho—, este artículo trata de analizar hasta qué punto éstos están determinados por su configuración neuronal a comportarse como lo hacen. Sin embargo, éste no es un trabajo de ética descriptiva, sino normativa. Por lo tanto, una vez desarrollado lo que podría denominarse como “genealogía psico-biológica del hincha”, trataré de analizar qué considero como un seguidor deportivo virtuoso. Estos análisis de carácter neuroético servirán como soporte para diseñar estrategias o políticas que permitan el desarrollo del comportamiento virtuoso entre los seguidores.

Palabras-clave: ética del deporte, neuroética, fair play, comportamiento de los hinchas deportivos

 

Abstract: Given current studies in moral psychology and following recent cases of wrong behaviour occurred in elite sporting events—i.e. the racist chants scandals in the English Premier League or the events following Mourinho’s poke in the eye scandal—, I shall analyze the extent to which supporters’ brain makeup is biasing them to behave in an “unfair way”. Yet, this paper is not just a work on descriptive ethics, but a normative ethics work. Therefore, once I have developed the “psycho-biological account of sports supporters”, I shall explore whether or not a more virtuous account of sports supporting can be drawn. To conclude, I shall utilize such neuroethical analysis of the sport supporter in order to propose some policies or strategies that can help us to promote a “healthy” and virtuous behaviour among fans. 

Keywords: sports ethics, neuroethics, fair play, supporter’s behaviour

 

Francisco Javier López Frías

Departamento de Filosofía Moral,
Universidad de Valencia

Francisco.Javier.Lopez@uv.es

“Ya se ha escrito bastante sobre los hooligans.
Otros hinchas son mucho más peligrosos”

(Kuper, 1994, 3)

1. El mal comportamiento de los seguidores deportivos se extiende a casi todos los eventos

A pesar de que el mal comportamiento de los hinchas deportivos es un problema social muy importante del que la ética tiene que hacerse cargo obligatoriamente, apenas existen análisis éticos al respecto. Hay bastantes datos que confirman esta idea, por ejemplo, hubo 56 casos de disturbios públicos relacionados con el deporte, sólo entre los años 1985 y 2000 en Estados Unidos (Lewis, 2007, 53). La situación es peor en países sudamericanos como Argentina o Brasil, principalmente, debido a la violencia en los estadios de fútbol. Según los datos ofrecidos por la ONG argentina “Salvemos el fútbol1”; 261 personas han muerto en Argentina debido a la violencia dentro de los estadios. Sin embargo, Brasil es el país que actualmente posee las peores estadísticas al respecto: 42 personas han muerto sólo en los últimos 10 años2.

Parafraseando la famosa frase de Karl Marx que abre el Manifiesto Comunista: “un espectro está recorriendo los deportes—el espectro del mal comportamiento de los seguidores deportivos”. Los cánticos ofensivos son una rutina aceptada dentro de los estadios, también lo es el hecho de que muchos eventos deportivos sean declarados de alto-riesgo. Incluso en la Premier League inglesa, que es considerada como la competición de fútbol más noble del mundo, los cánticos racistas, que abusan verbalmente de algunos futbolistas, se extienden peligrosamente por las gradas. Recientemente, los hinchas del Liverpool fueron acusados de cánticos racistas que redujeron a lágrimas a Tom Adeyemi, jugador de raza negra del Oldham.

Lo que es peor, las peleas entre hinchadas rivales son concebidas por muchos, especialmente en países como Argentina, como una consecuencia normal de ser un buen y fiel seguidor. Un aspecto ético interesante de estos hechos es que, una parte importante de la hinchada del Liverpool aprobó e incluso defendió tan lamentables comportamientos. La aceptación común del mal comportamiento dentro del deporte fue también llamativa en el caso de los seguidores del Real Madrid, que una semana después de que el entrenador de su equipo, el polémico José Mourinho, metiera el dedo en el ojo al segundo entrenador del F.C.Barcelona, Tito Vilanova, acudieron al Santiago Bernabéu con pancartas que proclamaban: “Mou, tu dedo nos señala el camino”, “Mou, estamos contigo”, “Mou, te queremos” o “Mou, te necesitamos aquí”.

Es cierto que para ser un hincha deportivo hace falta cierto grado de lealtad y parcialidad respecto a la comunidad a la que se pertenece—al contrario que en la vida corriente dónde se tiende a proponer la imparcialidad como meta. Sin embargo, hay algunos límites que no deben sobrepasarse nunca; algún nivel de imparcialidad debe ser exigido a las hinchadas con el fin de alcanzar seguidores más virtuosos. Este es uno de los principales problemas con los que se enfrentará este artículo. Sin embargo, se evitará discutir de forma extensa por qué parece necesario buscar hinchas más virtuosos.

En este artículo pretendo, primero, en discusión con Dixon y Russell seguir el debate existente en filosofía del deporte alrededor del hincha deportivo (§2). Tras fundamentar la actividad del seguidor deportivo apelando al concepto de “práctica” de Alasdair MacIntyre, utilizaré un clásico de la literatura al respecto, Fever Pitch, de Nick Hornby, con el fin de ilustrar cuáles podrían ser los bienes internos de dicha actividad. Tras ello, en segundo lugar, trataré de establecer una descripción de las bases neuronales de esos comportamientos propios del seguidor deportivo (§3). A través de esa “descripción neuronal” trataré de ver cómo se explica la parcialidad generada entre los grupos de seguidores y, por otro lado, si cierto grado de imparcialidad es posible. En tercer y último lugar, una vez ofrecida esa descripción del fan deportivo trataré de mostrar—siguiendo el papel que puede otorgarse a las neurociencias y su relación con la ética—cómo podemos aprovechar nuestra configuración neuronal para promover el comportamiento virtuoso entre los hinchas (§4).

2. El seguidor virtuoso: modelo y justificación

En este apartado analizaré la cuestión de cuál es el rol del seguidor deportivo dentro de la comunidad deportiva y si puede hablarse de una tipología ideal del mismo. En diálogo con Dixon y Russell trataré de defender que existe una tipología de seguidor deportivo virtuoso que debe promoverse.

Dixon distingue dos tipos de seguidores deportivos: el purista y el partidista. Este último “es seguidor leal del equipo con el que posee una conexión personal o con aquel cuyo apoyo ha nacido de la mera familiaridad” (Dixon, 2001, 150). Por el contrario, el primero “apoya al equipo que él cree que ejemplifica las mayores virtudes del juego” (Ibíd). Así, la lealtad del partidista hacia su equipo—o deportista—favorito es inamovible, mientras que la del purista varía en función de quién encarne mejor la excelencia del juego.

A simple vista, parece que ambos tipos de seguidor ejemplifican características que son necesarias y exigibles. Por un lado, parece importante que los seguidores apoyen lealmente a su club sintiéndose parte de él. De hecho, por ejemplo, en fútbol se habla de los seguidores locales como el jugador número 12. Éstos, al igual que su equipo, sufren por “conseguir la victoria”. Así, la calidad de la actuación queda en un segundo plano. Todo equipo necesita de este tipo de seguidores, no sólo como base social y económica que lo sustente, sino también como aquellos que, por ejemplo, crean el ambiente de presión y belicosidad que caracterizan los estadios deportivos.

Por otra parte, también parece importante que el seguidor sepa apreciar la calidad del juego y tenga en cuenta las virtudes que los deportistas han de ejemplificar. De este modo, el seguidor es mucho más crítico con su equipo, y su modo de apoyo no es el del fan incondicional que se siente obligado a apoyar a su equipo incluso en casos en los que éste está actuando en contra de la integridad del propio deporte o de otras personas.

Ante la importancia de, tanto la lealtad—parcial—como la—imparcial—observancia del juego, Dixon propone que el fan virtuoso es aquel que mezcla ambas de un modo equilibrado, a saber, el “partidista moderado”, el cual encarna: “[l]a actitud ideal de los fans, [que] parece ser la tenacidad leal del partidista, atemperada por la convicción del purista de que los equipos que violan las reglas o el espíritu del juego no merecen su apoyo” (Dixon, 2001, 153).

Sin embargo, a juicio de Russell, la práctica del apoyo deportivo no debe analizarse éticamente en base a un ideal del seguidor deportivo, sino, simplemente, en función de la conducta de los seguidores; si ésta es inmoral será rechazada, y si es moral será aceptada (Russell, 2012, 18). Por lo tanto, a su juicio, no existe una forma recomendable y preferible de ser seguidor, sino que existen muchos tipos de buenos seguidores cuyas actitudes son aceptables—por ejemplo, la del purista que no es siempre leal a su equipo.

Este artículo parte de la idea de que la concepción de Russell del seguidor deportivo es errónea, pues sí existe un modelo ideal de seguidor deportivo que hemos de perseguir porque la práctica del apoyo deportivo, al igual que el resto de prácticas sociales—siguiendo el concepto macintyreano de “práctica”—, posee unos bienes internos y una función propia que sirven como criterio para identificar a los individuos más virtuosos:

“Por «práctica» entendemos cualquier forma coherente y compleja de actividad humana cooperativa, establecida socialmente, mediante la cual se realizan los bienes inherentes a la misma mientras se intentan lograr los modelos de excelencia que le son apropiados a esa forma de actividad y la definen parcialmente, con el resultado de que la capacidad humana de lograr la excelencia y los conceptos humanos de los fines y bienes que conlleva se extienden sistemáticamente”

(MacIntyre, 2004, 233)

Puede decirse que tanto el deporte como, más específicamente, la actividad de seguir a un equipo, como ya se ha mostrado, es una “forma de actividad humana socialmente establecida” que cumple las siguientes cuatro características (Manuel García de Madariaga Cézar, 2009, p. 23):

  1. coherencia: es una actividad que posee una estructura racional de fondo. A lo largo de este apartado veremos cuáles son sus bienes internos, pero puede adelantarse que, por ejemplo, ser leal a un equipo y comportarse como el jugador número 12 puede ser uno de los elementos que dota de racionalidad a esta práctica.
  2. complejidad: enriquece a los participantes conformándoles de modo peculiar. Sin duda el factor social de esta práctica es evidente, los individuos no sólo comienzan a socializarse con más facilidad con aquellos que comparten el amor por un club o un deporte, sino que también se empapan de valores propios de ellos.
  3. sistematicidad: no son algo esporádico sino organizado, con ciertas reglas. Hablamos de comunidades con sus normas de pertenencia, comportamiento, que se reúnen con cierta regularidad, etc.
  4. cooperación: es, sin duda, una actividad realizada por y en comunidades.

Incluso si negamos que la actividad del ser seguidor de un equipo no puede considerarse como una práctica en el sentido macintyreano, no puede negarse que, de todos modos, el hincha es también miembro de la práctica deportiva, entonces, si nos preocupamos por los bienes internos y excelencia de ésta, no tenemos otra opción que afirmar que sí existe un ideal de seguidor deportivo que promover. ¿Cuáles son esos bienes internos que los hinchas han de realizar? ¿No será que Dixon está en lo cierto y tanto la parcialidad leal, como la imparcialidad crítica son necesarias?

2.1. El seguidor partidista: lealtad y compromiso

Siguiendo el ideal del “partidista moderado” de Dixon, la lealtad parece ser una cualidad inherente del hincha. Sin lealtad no puede hablarse de seguidores, como mucho, puede hacerse de espectadores deportivos, aficionados o amantes del deporte. Con el fin de ilustrar esta crítica a Russell, recurriré a la novela autobiográfica Fever Pitch de Nick Hornby, que muestra mejor que ninguna el sentir del seguidor deportivo y nos permite apreciar cuáles pueden ser sus características esenciales. Así, por ejemplo, sobre la lealtad dice su autor:

“había descubierto que la lealtad, al menos en términos futbolísticos, no era una elección moral como la valentía o la amabilidad; era más como una verruga o una joroba, algo con lo que estabas atrapado […] He estudiado minuciosamente mi contrato en busca de una salida, pero no hay ninguna”

(Hornby, 1992, 35)

Tal y como afirma Dixon del seguidor partidista, una vez que una persona se preocupa por el destino de un club deportivo y queda ligada emotivamente a él, todo su “aparataje emotivo” acabará moldeado de modo que aquello que le acontezca a su equipo acabará influyéndole como si se tratara de una cuestión personal. Esto es así porque ser seguidor, como afirma Russell, no es sólo una cuestión individual sino de identidad grupal, de derrota o victoria social. El mismo Hornby afirma: “los beneficios de gustarte el fútbol eran, simplemente, incalculables en la escuela […] al menos la mitad de mi clase y, posiblemente, a un cuarto de los trabajadores les encantaba el juego.” (Ibíd, 22). A raíz de esto, nuestro autor reconoce que los mejores días eran aquellos en los que su equipo vencía en una final o un partido importante y podía hacer burla de los seguidores del equipo perdedor y mostrar orgullosamente lo bueno que era su equipo (Ibíd). Todo se reduce, al fin y al cabo, a una cuestión de victoria y derrota social, de identificación con una comunidad y rechazo de aquello que la pone en peligro como algo negativo. En la próxima sección citaré estudios neurocientíficos que señalan que los niveles de testosterona—la hormona relacionada con la derrota social—del cerebro incrementan en los individuos cuando están atendiendo un partido de su equipo favorito.

El aficionado se reconoce como un miembro más del equipo, el hombre número 12, y quiere creer que tiene algún control sobre el resultado de ese evento que le provocará satisfacción o dolor. De hecho, el seguidor puede, psicológicamente, llegar a sentirse responsable del resultado de su equipo3:

“[la afición] era un «nosotros», y yo era parte de ellos […] entonces los unos confían en los otros para lograr la atmósfera; y la atmósfera es uno de los ingredientes determinantes de la experiencia futbolística […] tan vital para los clubs como sus jugadores. [S]in [los seguidores] nadie se molestaría en acudir [al estadio.] Era extraordinario saber que tú tienes una función que desarrollar en todo esto, que la noche no habría sido lo mismo sin ti y miles como tú”

(N. Hornby, 1992, 76-77; 199)

Así, los seguidores, a través de su lealtad, se comportan como un elemento mejorador del rendimiento de los deportistas, del mismo modo que pueden serlo el entrenamiento4, las sustancias dopantes, y las tácticas. De hecho, así son reconocidos dentro de la comunidad deportiva, como muestran, por ejemplo, los constantes llamamientos que los clubs y atletas realizan a sus aficiones para que acudan animadas al estadio en los partidos importantes5.

2.2. El seguidor purista: imparcialidad y espíritu crítico

Tal y como afirma el crítico literario Hans Robert Jauss:

“en el triángulo del autor, la obra y el público este último no es una parte pasiva, no es una cadena de simples reacciones, sino una energía formativa de historia en sí misma [...] Es a través de el proceso de su mediación por el que la obra entra dentro de un cambiante horizonte de experiencia de una continuidad en la que acontece la eterna inversión de la simple recepción al entendimiento crítico, de recepción pasiva a activa”

(cit. por Hyde, 2010, 61)

Recogiendo las ideas expresadas en las secciones anteriores, este texto del crítico literario Jauss refuerza la noción del hincha como una parte activa en ese continuo horizonte de sentido que conformarían, trasladando sus términos al ámbito deportivo: el deportista, el evento competitivo y la audiencia. Pero, además, éste añade un elemento interesante cuando menciona el “entendimiento crítico” de los espectadores. Así, si un requisito importante para el seguidor deportivo es que posea una comprensión crítica de aquello que está presenciando. Por lo tanto, desde el momento en que la filosofía del deporte lucha por un deporte mejor, ésta tiene que defender también que existe un ideal del seguidor que se corresponda con esos criterios de excelencia que hacen del deporte una práctica mejor. De modo que, además de la parcialidad leal exigida al espectador, también debe pedírsele un espíritu imparcial que le permita apreciar las excelencias y bienes internos del deporte.

Atendiendo al criterio de la lealtad, se dice que la capacidad de animar a sus equipos y abuchear a los rivales—con el fin de tener alguna influencia sobre el juego—es uno de los criterios que sirven para delimitar entre buenas y malas hinchadas. Los seguidores del Athletic Club, por ejemplo, son considerados los mejores de España porque siempre animan a su equipo, sin importar el discurrir del partido o la situación del club6. Por otro lado, también puede decirse que hay un segundo elemento que distingue a la afición bilbaína del resto: ésta es considerada “más sabia”, pues nunca pierde de atención los bienes internos del deporte que adora.

Ilustrando ese otro polo del comportamiento esperado del seguidor deportivo, el mismo Hornby lamenta que ser tan partidista hacia su equipo no le permitió disfrutar como es debido de los bienes propios de la práctica deportiva, es decir, comportarse también en ciertos momentos como un purista:

“he visto a Law y Charlton, Hoodle y Ardiles, Dalglish y Rush, Hurst y Peters, y siempre sucedió lo mismo: nunca he disfrutado las cosas que esos jugadores han hecho […] incluso si, en alguna ocasión, he admirado a regañadientes cosas que ellos han hecho contra otros equipos […] para el seguidor comprometido, el fútbol entretenido existe en la misma manera que esos árboles que caen en medio de la jungla: supones que sucede, pero no estás en la situación de percibirlo.”

(Hornby, 1992, 134-136)

Coincidiendo con Dixon, la observación de las excelencias del deporte también ha de tener un peso importante en el comportamiento de los seguidores, pues genera espectadores más críticos e imparciales. De este modo, la parcialidad hacia el propio grupo impuesta por la exigencia de lealtad recibe un freno moral: el de la imparcial atención a los bienes internos de la práctica. Conjuntar parcialidad e imparcialidad parece ser la clave para lograr hinchas más virtuosos7.

3. Una visión psico-biológica del espectador deportivo

Al hacer un análisis filosófico del comportamiento de los espectadores deportivos deben establecerse algunos límites y alabarse ciertos comportamientos. Para ello, han de tenerse en cuenta dos criterios—que coinciden en gran medida con los que propone Russell. Primero, el principio moral del respeto por la persona y, segundo, el ya mencionado de la naturaleza interna de la práctica.

Según el primero, las personas no deben ser tratadas de modo que su integridad moral o física sea dañada. Esto significa que, por ejemplo, los cánticos racistas, que hieren la dignidad de otros, o los ataques violentos, que tienen como fin atemorizar a los deportistas o a los seguidores rivales con el fin de que realicen peor su tarea, son comportamientos que, claramente, cruzan la línea de lo moralmente válido8. Por lo tanto, definiré al seguidor virtuoso como aquel cuya parcialidad hacia su equipo—o atleta—favorito debe mantenerse siempre, excepto cuando la integridad—moral y física—de la persona o la realización de los bienes internos del propio juego puedan verse en peligro.

Este ideal exige que los espectadores atiendan a ciertos criterios éticos y morales que ponen restricciones a la necesaria lealtad que les exige su rol, imponiendo con ello un cierto grado de imparcialidad requerida a todos los hinchas. En lo que sigue, analizaré si dicha imparcialidad puede ser conseguida considerando los estudios desarrollados recientemente en el campo de la neurociencia y de disciplinas vecinas.

3.1. La utilidad de la neurociencia

Hay que ir con precaución a la hora de realizar un análisis neuronal del comportamiento moral, pues es evidente que cualquier acción humana está mediada por procesos cerebrales, sin embargo, esto no significa que lo normativo sea totalmente reducible a procesos naturales—como los que acontecen en nuestro cerebro a la hora de actuar. Siempre que se trabaja desde la ética en conjunción con las ciencias, hay que tener en cuenta la falacia naturalista que, desde David Hume, afirma que no podemos derivar afirmaciones respectivas al debe de aquello relativo al es (Churchland, 2011, 32).

Aunque la ciencia puede facilitarnos la comprensión de cómo funciona la realidad y ayudarnos a comprender, por ejemplo, tanto el mejor modo de conseguir aquello que consideramos valioso, como cuáles son los límites de nuestra naturaleza, no obstante, ha de permanecer callada en lo que respecta a las cuestiones de valor, pues éstas quedan más allá su alcance. Así, por ejemplo, la ciencia médica puede enseñarnos cuál es el modo menos doloroso de acabar con la vida de alguien, pero no puede pronunciarse acerca de la corrección de las prácticas eutanásicas. Esto no significa restarle valor a su tipo de conocimiento, sino ponerlo en su lugar para darle su función adecuada, pues conocer adecuadamente nuestra naturaleza es importante a la hora de diseñar modelos normativos realistas que se ajusten a la realidad—de ahí la importancia de trabajos interdisciplinares como el que se propone aquí.

Establecer principios morales en base al conocimiento descriptivo de las ciencias no significa aceptar a éste como algo dado de forma fija e invariable, pues, primero, como ya se apuntó arriba la tarea de fundamentación de la moral es muy distinta de la de su descripción y, segundo, nuestra naturaleza es moldeable (Hauser, 2006, 4). Por ejemplo, los experimentos que Matteo Forgiarini, Marcello Galluci y Angelo Maravita desarrollaron respecto al racismo y la empatía, mostraron que “cuánto más cercano es un rasgo fenotípico entre el que actúa y el observador, más fuerte es la respuesta empática psico-fisiológica hacia él” (Forgiarini et al, 2011). Es cierto que algunos rasgos fenotípicos son más relevantes que otros—por ejemplo, la raza parece psico-fisiológicamente más relevante que la pertenencia a un club—, pero cualquier forma de pertenencia grupal “puede tener un papel importante en la generación de empatía” (Ibíd).

No obstante, el hecho de que los seguidores de un equipo sean por naturaleza más empáticos hacia miembros de su mismo club no significa que tengamos que aceptar que aquellos que “defienden otros colores” sean rechazados moralmente o que, en palabras de Haidt, por poseer diferentes matrices, dos hinchas de clubs rivales no puedan ponerse de acuerdo respecto a un tema, sino que ni siquiera puedan dialogar coherentemente sobre temas referentes al deporte (Haidt, 2012, 274-278). De este modo, el ideal del espectador deportivo esbozado en el apartado anterior puede perseguirse sin temor a luchar por algo imposible e irrealizable dada nuestra dotación natural. Es más, el apartado 4 tratará de esbozar una serie de políticas y medidas que, teniendo en cuenta la configuración pisco-biológica del hincha, traten de aprovecharla para acercar la realidad de nuestros hinchas a lo ideal.

3.2. La hipótesis de la psicología evolutiva

Recientes estudios pertenecientes a la psicología moral experimental defienden que el comportamiento de los seres humanos responde a ciertos procesos de carácter emotivo-automático que se encuentran en nuestro cerebro. La tarea de éste parece ser la de asegurar el bienestar y la seguridad al organismo del que forma parte, es decir, en palabras de Churchland, poner soluciones a problemas que conciernen la restricción de la satisfacción (Churchland, 2011, 163-190). En este constante lidiar con problemas buscando bienestar, hay dos elementos que se hacen cruciales: las respuestas inmediatas emotivas y los no menos inmediatos hábitos sociales aprendidos. Estos últimos, formados, principalmente, por la acción del sistema de recompensa, son soluciones del pasado que funcionan bien a la hora de resolver nuestros problemas, por ello, los copiamos y heredamos de aquellos con los que cohabitamos.

Partiré de la hipótesis de que el comportamiento de los seguidores debería ser, principalmente, explicado apelando al sistema límbico—el más primitivo de nuestro cerebro—, el cual es el responsable de nuestro comportamiento emotivo. Dentro de éste se encuentra el ya nombrado sistema de recompensa, que es aquel encargado de los placeres y las penas que se derivan como consecuencia de nuestras acciones—y que está también relacionado con los procesos cerebrales que producen experiencias estresantes relacionadas con la derrota social.

El espectador deportivo siente las victorias y derrotas de su equipo favorito como las suyas propias como muestran recientes estudios desarrollados por el Laboratorio de Neurociencia Social Cognitiva de la Universidad de Valencia sobre los niveles de testosterona y cortisol de los seguidores de la Selección Española durante el Mundial de Fútbol de 2010 (van der Miej et al, 2012). Ésta puede ser una explicación de por qué los deportes con grandes masas de seguidores son los que muestran los casos más graves y rechazables de mal comportamiento entre sus hinchas. Por el contrario, deportes más minoritarios como el atletismo, el ciclismo, y el tenis, poseen unos seguidores con un “mayor nivel ético”. A menor número de seguidores, menor posibilidad de que el deporte sea tomado como una cuestión de derrota o victoria social, pues no parece haber nadie alrededor con quien estamos en tan feroz competencia. En este sentido resulta ilustrativa la siguiente descripción que Garry Crawford hace de los seguidores de hockey sobre hielo inglés y su perfecto comportamiento:

“aunque casi siempre escucharemos a los seguidores de la liga británica de fútbol abusar verbalmente del rival, los seguidores del hockey sobre hielo británico suelen aplaudir y alabar los buenos movimientos y goles del equipo rival; en este deporte abuchear al rival está positivamente mal visto”

(Crawford, 2004, 33)

Resulta interesante contrastar el comportamiento de los seguidores americanos de hockey sobre hielo con los ingleses—en Estados Unidos éste sí es un deporte que congrega grandes audiencias y atrae muchos seguidores. Sólo hemos de atender a las famosas revueltas ocurridas tras la Stanley Cup de 2011 celebrada en Vancouver. Siguiendo la derrota de los Vancouver Canucks contra los Bostron Bruins, una pequeña parte de seguidores de los Canucks se desmadraron en el centro de la ciudad de Vancouver. Volcaron coches y les prendieron fuego, dejaron los ventanales de muchos negocios hechos pedazos, y saquearon e incendiaron tiendas. Sin embargo, el hecho más destacable de estos disturbios fue que mucha gente animó a los enfurecidos hinchas de los Canucks a continuar destrozando la ciudad, hubo quien incluso se unió a ellos. 139 personas fueron hospitalizadas, es más, 8 de ellas presentaban heridas por arma blanca. Mientras tanto, dentro del estadio, los 10.000 aficionados de los Canucks que quedaban en su interior se dedicaron a abuchear la entrega del trofeo al capitán de Boston, y lanzaron bebidas y objetos a la pista.

A juicio de la psicología evolutiva, la ya mencionada naturaleza emotivo-automática que está a la base se nuestro comportamiento es el resultado de la forma de vida comunitaria de nuestros ancestros; dado que la vida de éstos era dependiente de la existencia y seguridad de las comunidades en que vivían, sus cerebros los predispusieron a rechazar todo aquello que ponía en peligro la estabilidad de los grupos de los que formaban parte. Nosotros habríamos heredado esa configuración psico-biológica comunitaria que nos conduce a desarrollar lo que Marc D. Hauser ha denominado como reciprocidad fuerte (Hauser, 2006, 82), que es el tipo de relación que, a mi juicio, se plasma entre los miembros de una misma hinchada.

George E. Marcus, en su libro The Sentimental Citizen, ha tratado de aplicar los conocimientos que poseemos sobre los sistemas emotivos de nuestro cerebro para comprender los hábitos políticos de los ciudadanos—especialmente, tratando de dar razón del partidismo. Según este autor, coincidiendo con mi presupuesto de partida, los hábitos políticos deben ser explicados a través de la acción de los sistemas emotivos de nuestro cerebro, que son: el sistema de lucha y huída, el sistema de disposición y el sistema de vigilancia.

El sistema emotivo más estudiado es el sistema de lucha y huída, que situado en lo más profundo de nuestro cerebro—en el tálamo—, es un sistema básico de defensa diseñado para proteger al individuo de los peligros inmediatos y repentinos. Sin embargo, los dos sistemas que están relacionados de un modo más directo con la formación de nuestros hábitos políticos son el sistema de disposición, que está ligado al aprendizaje y a la ejecución de nuestros hábitos, y el sistema de vigilancia, que es un sistema defensivo.

El sistema de disposición tiene como principal tarea proporcionar información a nuestro cerebro acerca del éxito o el fracaso de una acción que está en curso. Para ello, se ayuda de varios indicadores afectivos que dan a conocer el éxito o el fracaso de cada factor que influye en las diversas fases de la realización de la acción. Pero, mientras el cerebro está centrado en una tarea, necesita de un sistema defensivo que le indique cuándo las circunstancias son lo suficientemente seguras—o adecuadas—como para llevarla a cabo.

Ese sistema de defensa es el sistema de vigilancia, el cual controla dos tipos de corrientes de información: 1) el plan de acción en curso y 2) las corrientes sensoriales coetáneas. Una amenaza o una intromisión inesperada serán indicadas por niveles altos del estado de ánimo que denominamos ansiedad (Marcus, 2002, 74). Sin embargo, cuando todo marcha tal y como debe, el cerebro lo percibe mediante un incremento del entusiasmo (Ibíd, 80). Tanto la ansiedad, como el entusiasmo son las herramientas que nos permiten diferenciar entre una acción exitosa y otra fallida. Por lo tanto, los hábitos que aprendemos son aquellos que convierten nuestra vida en placentera y fácil de manejar de modo cotidiano.

El problema de dejarnos llevar por el entusiasmo es que nos hace centrarnos tánto en nuestra tarea actual—encajar en los grupos de los que formamos parte y en los que nos sentimos seguros—que perdemos la posibilidad de poseer múltiples perspectivas, es decir, el entusiasmo inhibe el criticismo y hace emerger el “fanatismo” o “partidismo” político. En palabras de Marcus:

“Los hábitos serán siempre rotundamente defendidos puedan o no ser justificados en términos de principios, porque una vez que uno forma parte de un repertorio de capacidades, éstas proporcionan los medios para conseguir de forma fiable las metas de la vida […] Abandonar un hábito es dejar un vacío práctico”

(Ibíd, 92)

Al heredar y copiar los hábitos de aquellos que nos rodean, éstos nos ligan moral y emocionalmente—por la estrecha relación entre los hábitos y la acción del sistema de recompensa del cerebro—a aquellas personas que están “cercanas y a la vista” (Greene, 2003, 849). Por el contrario, la repuesta moral y emocional generada hacia aquellos que “no están a la vista” (Ibíd) parece ser mucho menor o, incluso, nula. Por ello afirma Haidt que “las comunidades unen y ciegan” (Haidt, 2012). Esto explica los episodios repentinos de odio, enfrentamiento o discusión, y la constante tensión que existe entre las hinchadas de los diversos equipos. La cual puede alcanzar niveles tan extremos con en el caso, narrado por Simon Kuper, de aquellos seguidores alemanes, que tras la derrota de su selección a manos de la holandesa, fueron a un bar holandés y arrojaron una pequeña bomba con el fin de herir a sus ocupantes (Kuper, 1994, p. 14).

4. La neuroética y el comportamiento de los hinchas. Luchando por un seguidor virtuoso

La analogía establecida entre partidarios políticos e hinchan deportivos no es algo novedoso, pues muchos pensadores políticos contemporáneos han defendido que la comunidad política y la deportiva tienen la misma lógica emotiva esencial (Triviño, 2011). Por ejemplo, cuando Haidt analiza el partidismo político, afirma que los ataques terroristas del 11 de septiembre accionaron el interruptor emotivo que hizo a los americanos “apoyar a sus equipos como nunca los habían hecho antes” (Haidt, 2012, 190).

Como hemos comprobado en el apartado anterior, la actividad del seguidor deportivo es, al igual que en el ámbito político, también aprendida como hábito. El individuo, sintiéndose parte de un grupo, aprende desde dentro de él cuáles son las acciones que éste le exige: animar a su club, abuchear al rival, vestir con los colores de su equipo… Al hacer lo que es adecuado éste recibe un refuerzo positivo, mientras que si se sale de lo marcado por la comunidad la reacción recibida será negativa9. Así, si trasladamos estos conocimientos al terreno del comportamiento de las hinchadas deportivas, parece que éstas estarían moralmente ligadas a aquellos que son parte de su misma comunidad, mientras que estarían cegadas respecto a aquellos que forman parte de comunidades opuestas10. ¿Qué supone esto para las posibilidades de realización del ideal del espectador que cumple con el ideal expuesto en el apartado segundo?

4.1. El seguidor virtuoso

Con, simplemente, apelar a la Historia, el ideal de un seguidor virtuoso no parece algo imposible de alcanzar, ya que se han dado diversas muestras esperanzadoras de espectadores suspendiendo la lealtad por su equipo en favor de, bien la atención a los bienes internos del deporte que siguen, o del respeto a la integridad de las personas.

En el primer caso podemos incluir el acto de aplaudir al equipo rival porque es excelente deportivamente hablando. Por ejemplo, el jugador brasileño Ronaldo fue ovacionado en Old Trafford por los seguidores del Manchester United en 2003 tras anotar un triplete en un partido de cuartos de final de la Copa de Europa. Sólo dos años después del episodio de Old Trafford, otro jugador brasileño, Ronaldinho, fue aplaudido en el Santiago Bernabéu por los seguidores del eterno rival, es decir, los seguidores del Real Madrid.

En cuanto a los casos en los que la lealtad quedó suspendida en favor del respeto a la integridad de las personas, se puede mencionar el ambiente de unión y solidaridad que se generó en el mundo del fútbol a raíz de lo acontecido con los jugadores Fabrice Muamba y Eric Abidal. El primero estaba jugando un partido de F.A. Cup cuando sufrió un paro cardiaco y cayó desmayado al césped. En cuanto al segundo, un año después de ser tratado quirúrgicamente por un tumor en el hígado, se le descubrió que la cirugía no había tenido efecto y tuvo que someterse a un trasplante de hígado. El fin de semana posterior a estos acontecimientos todos los estadios de fútbol aparecieron llenos de pancartas de ánimo a los jugadores, las aficiones se unieron para dar sus muestras de apoyo: “A nadie se le dijo cómo tenía que comportarse; la cortesía apareció completamente de un modo natural; las lealtades tribales fueron abandonas sin dudarlo” (The Guardian, “Fabrice Muamba: moving evidence that there is still graciousness in football” 25-03-2012).

Varias campañas deportivas han tratado de extender el espíritu del fair play entre los fans en el deporte actual. Todas ellas se han centrado en convertir al deportista en un ejemplo moral para la sociedad, en general, y para los seguidores, en particular. Una de ellas es la campaña llamada “Respeta el juego”, que fue lanzada por la Unión de Federaciones de Fútbol Europeas (UEFA) en 2008 coincidiendo con la celebración de la Eurocopa de Austria y Suiza. La meta principal de esta campaña era:

“promover un sentimiento de responsabilidad social, basado no sólo en el respeto por los oponentes y los árbitros, sino también por los seguidores rivales, himnos nacionales, banderas, campeonatos—y el juego en sí mismo”.

Esta campaña, como ya se apuntó, considera que los deportistas tienen la tarea de “educar” a los seguidores en el modo correcto de vivir el deporte siendo un ejemplo con su comportamiento. Así, los capitanes de las selecciones nacionales tuvieron que dar un comunicado inaugural en favor del fair play al comienzo de los partidos de la Eurocopa de 2008. Antes de 2008, la UEFA ya puso en marcha una campaña denominada la “Clasificación del Fair Play”, que da a los tres equipos más “limpios” del curso futbolístico la capacidad de jugar la primera ronda clasificatoria de la UEFA Europa League. Curiosamente, ninguna de estas campañas se centró en los aficionados, sino en los atletas.

Aunque estoy de acuerdo con la idea de que los deportistas deben ser virtuosos y dar, en cierta manera, ejemplo, sin embargo, la educación no es la meta del deporte de élite—los deportistas no son educadores, sino profesionales cuya meta es alcanzar el mayor número de victorias. Los esfuerzos por lograr una comunidad deportiva más virtuosa deberían prestar más atención a los seguidores, en vez de a los atletas. Por lo tanto, se necesitan campañas centradas, exclusivamente, en la promoción del fair play entre la comunidad de fans.

A continuación voy a presentar varias propuestas para conseguirlo teniendo en cuenta las enseñanzas de las neurociencias y sus disciplinas vecinas. Aunque estas medidas pueden no ser completamente novedosas y haber sido practicadas puntualmente por alguna institución, sin embargo, nunca se han puesto en práctica de forma constante. El sustento empírico que ofrece este artículo pretende que esto deje de ser así, y que las instituciones al cargo de la práctica deportiva las comiencen a desarrollar de modo sistemático.

4.2. Apelando al sistema de recompensa: premios y clasificaciones que tengan en cuenta el comportamiento de los seguidores

Como primera medida propongo que se elaboren clasificaciones referidas al fair play entre de los grupos y comunidades de seguidores. Podrían crearse diversos premios y menciones para las mejores hinchadas. No sólo los equipos podrían hacerlo, sino también las asociaciones nacionales e internacionales y las ligas profesionales. Estos premios no sólo se centrarían en lo leal o pasional que sean las hinchadas, sino, sobre todo, en los diversos aspectos éticos que deberían ser realizados.

Con este tipo de premios se apela principalmente al sistema de recompensa de los individuos y al modo en que éstos adquieren los hábitos. Sabemos por Marcus (2002, 82), que el recibir impulsos placenteros como recompensa de una acción es un buen modo de asentar unos hábitos frente a otros. Estos premios tendrían el objetivo de incentivar la lealtad bien entendida, es decir, aquella que siempre se mantiene dentro de los límites establecidos por la observación de los bienes internos del juego y el respeto a las personas. Además, con “premio” no me refiero sólo a un trofeo o una mención honorífica, sino a recompensas mucho más atractivas y materiales que involucren de modo más directo a los seguidores. Por ejemplo, una reducción de los precios de las entradas o de los viajes con el equipo cuando éste juega de visitante. De este modo, las acciones virtuosas de los fans reciben una respuesta positiva que hace que el entusiasmo de éstos crezca y, de este modo, se sientan más ligados a la forma de actuar que consideramos virtuosa.

El objetivo de este tipo de políticas es aumentar la ligazón de los seguidores no sólo respecto a sus equipos, sino también a los principios éticos y morales que se espera que arraiguen en su comportamiento. La intención de crear mayores lazos entre los seguidores y algún aspecto relevante del juego ya ha sido propuesta por algunos autores con el fin de generar mejores espectadores deportivos. Por ejemplo, Bennet Foddy, en su artículo “Risk and Asterisk” (Foddy, 2007) afirma que habría que tomar medidas para que los espectadores estén más metidos en y colaboren más con la tensión propia de los eventos deportivos. Su propuesta de cómo hacerlo es algo sorprendente, pues propone la mejora neuronal de los espectadores deportivos, por ejemplo, a través de la cerveza, para que optimicen los mecanismos cerebrales que nos hacen disfrutar del juego:

“La mejora neuronal activa los neurotransmisores inhibitorios GABA del cerebro e inhibe los neurotransmisores excitantes de glutamato. Ésta también provoca la segregación de dopamina y serotonina en los centros de recompensa del cerebro. Como consecuencia, produce sentimientos de bienestar y euforia y alienta la participación social en el seguimiento del juego”

(Ibíd, 95)

En mi caso, prefiero medidas que se centren en la mejora de la conducta de los espectadores a través de la influencia de su entorno, más que por medio de la modificación directa de su composición psico-biológica. La actual tendencia a tratar de resolver todos los problemas morales de la humanidad a través de intervenciones médicas en los individuos me parece atractiva, pero excesiva para un caso y contexto como este que se presenta aquí.

En este sentido, la teoría de generación de bienestar de los nudges puede resultar también de gran utilidad. Según sus defensores, un nudge es: “cualquier aspecto de la elección de la arquitectura que altera el comportamiento de la gente en un modo predecible sin eliminar ninguna opción o cambiar de modo significativo sus incentivos [para la acción]” (Thaler and Sunstein, 2008, 6). Esta teoría podría aplicarse a ciertos elementos dentro de los estadios que pueden organizarse para incentivar el comportamiento virtuoso de los seguidores. Un ejemplo de ello podría ser la utilización del video-marcador—que tan famosa se ha hecho durante la pasada Eurocopa de Fútbol de 2012—para mostrar en una pantalla gigante a aquellos grupos de aficionados que ejemplifican una actitud deseable: aplaudir a un deportista rival, abrazarse con un seguidor del equipo contrario…

4.3. Eventos en los que los espectadores se relacionan entre ellos y resaltan lo que comparten

Si el primer tipo de medidas propuestas ha tratado de apelar a los mecanismos de satisfacción del sistema de recompensa de los individuos, es decir, a elementos que apelan al carácter egocéntrico de nuestro comportamiento. El segundo tipo de medidas se centrará, más bien, en aquello que compartimos con los otros, es decir, en el carácter comunitario de los sujetos.

Según Donald Pfaff, existe una especie de “interruptor ético” en el cerebro que

“cuando es accionado en una posición, la distinción yo-otro se «desactiva» y la representación de los dos individuos […] se fusionan. El resultado es comportamiento empático […] Cuando el interruptor es accionado en la dirección opuesta, las representaciones permanecen distintas la una de la otra”

(Pfaff, 2007, 76)

Los estudios de Pfaff en neuroeconomía relacionan el comportamiento de este interruptor ético a dos sencillos procesos dentro de nuestro cerebro: primero, las acciones hormonales que provocan y explican el comportamiento de ayuda y de cuidado, y, segundo, las fuerzas que provocan comportamientos agresivos. Ambos no sólo tienen la capacidad de hacer a las personas comportarse empáticamente con los de su comunidad, sino que pueden difuminar los límites que existen entre cualquier “yo” y “tú”11, independientemente de la comunidad que formen parte.

Haidt, basándose en recientes estudios neuroéticos referentes a la oxitocina y sus consecuencias, afirma que “sería genial creer que los seres humanos pueden amar a cualquiera de forma incondicional. Sería agradable, pero bastante improbable desde una perspectiva evolutiva.” (Haidt, 2012, 245) Él afirma que tanto la oxitocina como las neuronas espejo permiten a las personas estar más dispuestas a confraternizar con aquellos que pertenecen a los mismos grupos y comunidades que ellos. Por lo tanto, lo que él llama el “interruptor gregario12”, en analogía con el interruptor ético de Pfaff, posibilita a los individuos trascender su interés propio y preocuparse por algo mayor que ellos (Ibíd, p.223), pero éste sólo puede ser accionado en relaciones intra-grupales.

Estoy de acuerdo con Haidt en que no estamos configurados para “amar” a cualquiera de un modo incondicional13, porque, a mi juicio, es dentro de los contextos sociales, las prácticas, las instituciones y demás, dónde se establecen las relaciones de reconocimiento moral entre los individuos. Pero esto no debe entenderse como una defensa de la inamovible existencia de comunidades deportivas eternamente enfrentadas, sino como un modo de utilizar este conocimiento para acercarlas un poco más y tener un mundo deportivo mejor. La cuestión es: ¿cómo podría aprovecharse este conocimiento para diseñar políticas, que adecuándose más a nuestra naturaleza, nos permitan promover el comportamiento virtuoso de los hinchas?

Primero, debe hacerse hincapié en las diversas metas que compartimos todos los individuos en tanto que miembros de ciertas sociedades y comunidades. Enfatizar aquello que todos los seguidores deportivos comparten y hacerles darse cuenta de que inevitablemente tienen proyectos comunes—independientemente del bando al que pertenezcan—es, sin duda, el reto pedagógico de las instituciones deportivas—de hecho, ésta fue la meta principal de la mencionada política “respeto por el juego” lanzada por la UEFA.

Segundo, ¿por qué no aprovechar que la proximidad y la interacción entre los seguidores, fundadas en el deporte que aman, facilitan las conexiones emotivas entre ellos? De este modo, las interacciones entre los seguidores de los diversos equipos no deberían ser vistas como algo peligroso que debe controlarse e, incluso, evitarse, sino como un modo de lograr una comunidad de seguidores más ética. Para ello, no basta con juntar a los hinchas en un mismo lugar, sino en hacerles darse cuenta de que están ahí por un propósito común, por algo que comparten y que les une, a pesar de las diferencias que puedan separarles.

Para conseguirlo, se pueden organizar zonas de seguidores en las que éstos puedan, por ejemplo, practicar conjuntamente el deporte que siguen, jugar a videojuegos, o ver partidos de forma conjunta. A mi juicio, el paso final de este tipo de políticas sería la existencia de estadios en los que no se diferenciara entre seguidores de casa y visitantes—además, de la no necesidad de controles de seguridad o de declarar tantos partidos de alto riesgo para la seguridad pública. Este tipo de propuestas facilitaría a los seguidores darse cuenta de que, más allá de sus colores, siempre hay muchas otras cosas que les unen, las cuales deben ser tenidas en cuenta y reconocidas para que sean efectivas.

4.4. La moralidad llevada a las instituciones. Castigo y ejemplarización

Afirma Hauser (2006, 110) que la gramática moral común, esa que tiene su origen en nuestros antepasados, que todos poseemos parece llevarnos a asumir que cuando un castigo ha de ser severo, éste debe estar relacionado con el destierro. Esto es así porque sólo el castigo por destierro delimita claramente las fronteras de la comunidad y diferencia a aquellos que están dentro de ella queriendo cooperar y compartiendo ciertos valores, principios y metas comunes, de esos otros que se niegan a ello poniendo en peligro la propia integridad de la misma.

Por ello, para concluir mi lista de propuestas sugeriré un conjunto de medidas legislativas que podrían llevar a cabo las instituciones que están a cargo del deporte. Estas son propuestas “más amplias”, en el sentido de que afectan a una gran cantidad de instituciones de mayor rango, como, por ejemplo, los gobiernos nacionales o la prensa deportiva. Lo que exigen estas medidas es que el espíritu ético del deporte sea tomado más en serio por las diversas instituciones encargadas del mismo. Es más, si las violaciones del principio moral del fair play no son castigadas por las pertinentes instituciones deportivas, la intervención de los gobiernos sería necesaria.

Por ejemplo, hay muchos grupos violentos de seguidores a los que no sólo se les permite el acceso a los estadios, sino que se les facilita porque son los que, en realidad, crean la atmósfera de presión, fiesta y entusiasmo que caracteriza a muchos eventos. El caso del Real Madrid y los Ultra Sur es ilustrativo. Este grupo de seguidores es el principal responsable del miedo escénico que todo el mundo experimenta cuando juega en el Santiago Bernabéu, sin embargo, están claramente vinculados a movimientos e ideologías neo-nazis.

El resto de seguidores se sienten identificados con tales grupos de ultras, sin embargo, éstos no velan por la integridad del deporte o, lo que es peor, violan el principio del respeto a las personas. De hecho, muchos de sus miembros acuden a los eventos deportivos porque son un modo de dejar rienda suelta a su carácter violento, no porque adoren el juego. La exclusión de esta gente de los estadios es, apelando al sentido innato de que el desterrado es perjudicial para la vida de la comunidad, necesaria para mostrar a los seguidores quién pertenece verdaderamente a la comunidad deportiva y quién no.

5. Conclusión: luchando en favor de la realización del ideal de fair play

Resumiendo los argumentos ofrecidos a lo largo de este trabajo, puede afirmarse que:

a) En discusión con Russell y Dixon, y utilizando el concepto de “práctica” de MacIntyre, afirmé que sí existe, tal y como afirma Dixon, un modelo ideal del seguidor virtuoso, pues si el deporte es una práctica con unos bienes internos y una excelencia, todos sus miembros deben desarrollar actitudes que traten de promocionarlos, pudiéndose con ello diseñar modelos ideales de, por ejemplo, los deportistas, los seguidores, los dirigentes de las instituciones deportivas…

b) El espectador ideal conjuga lealtad e imparcialidad. Esa imparcialidad, de acuerdo con Russell, viene dada por dos principios: el respeto por la persona y la atención a los bienes internos de la práctica.

c) Recientes teorías en psicología moral experimental señalan que las personas están tan emotivamente unidas con aquellos que pertenecen a sus grupos y comunidades, que el comportamiento imparcial es difícil cuando es referido a las personas que están fuera de dichos grupos o comunidades. Éste es el caso de los seguidores deportivos.

d) Sin embargo, este trabajo proporciona un argumento en favor de la posibilidad de que los seguidores deportivos puedan comportarse imparcialmente. Para ello, se elabora un análisis neuroético del comportamiento del seguidor deportivo y de la posibilidad de la imparcialidad y las bases de la parcialidad.

e) De mano de ese trabajo conjunto con la neuroética, se utilizan sus conocimientos para proponer ciertas medidas que podrían ser puestas en marcha con el fin de alcanzar una comunidad de seguidores deportivos mucho más virtuosa.

f) Cada una de ellas apela a un esquema de comportamiento de nuestro cerebro de los que las neurociencias han hipotetizado que tienen importancia en nuestro comportamiento moral. El sistema de recompensa, los sistemas generadores de empatía, y por último, la experiencia del castigo.

g) Tales medidas van desde la creación de espacios comunes para los seguidores de diversos equipos—enfatizando aquello que comparten más que lo que los separa—hasta la exclusión de los que violen sistemáticamente el ideal del seguidor, pasando por la creación de premios que promuevan su comportamiento ético. Aunque algunas de estas medidas han podido ser practicadas de forma esporádica por algunas instituciones, este artículo afirma que nunca se han llevado a cabo de forma sistema políticas que centren su atención en la promoción de seguidores virtuosos. La investigación empírica aportada en este artículo podría ser un punto a favor para tratar de comenzar a desarrollar este tipo de políticas.

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Notas

1. Estos datos pertenecen a la “lista de víctimas por la violencia en el fútbol” elaborada en conjunción con la “Fundación de Familiares de Víctimas por la Violencia en el Fútbol”. http://www.salvemosalfutbol.com/listavictimas.htm (consultado 08-08-2012).

2. http://ibnlive.in.com/news/brazil-tops-deaths-due-to-football-violence/97520-5.html (consultado 08-08-2012).

3. Emily Pronin (2006) llevó a cabo experimento cuyo fin era dar cuenta del hecho de que los espectadores deportivos creen poder influir mentalmente en la actuación de sus equipos.

4. Debo esta idea de Julian Savulescu, que me la sugirió durante la revisión de una versión previa de este artículo.

5. “Soñamos con un Bernabéu que empuje y nos lleve a la victoria” rezaba una campaña del Real Madrid para animar al público a acudir al Estadio en el partido decisivo de los cuartos de final de la Liga de Campeones frente al Tottenham inglés.

6. Sin embargo, los seguidores del Real Madrid o el F.C. Barcelona son malos en este sentido; no sólo son bastante pasivos, sino que siempre exigen a sus equipos ser perfectos. Es más, jugadores legendarios como Ronaldo, Di Stéfano, Ronaldinho, Rivaldo o Zidane, han sido abucheados por sus propias aficiones, incluso cuando sus equipos han ido liderando la tabla o haciendo una gran temporada.

7. Es interesante remarcar que, aunque este artículo pretenda ser un análisis moral del comportamiento de los espectadores deportivos, y que aunque la imparcialidad parece ser la meta de la ética general, no hemos de olvidar que estamos ante un análisis ético de un mundo muy concreto: el del seguidor deportivo. Existen multitud de contextos en los que cierto grado de parcialidad es, no sólo aceptado, sino exigido, por ejemplo, en el cuidado que los padres dedican a los hijos, o en el trato que un enamorado dedica a su pareja sentimental—de hecho, el mismo Dixon compara la relación club-aficionado con el amor romántico.

8. Dada esta restricción moral, un buen seguidor del Liverpool debería haber abucheado a Suarez—en lugar de a Evra, como realmente hicieron—con el fin de mostrar que no quieren que su equipo, uno de los más laureados del fútbol inglés, esté vinculado a valores racistas, que consideran que algunas personas tienen un valor inferior debido a identidades raciales, étnicas o culturales.

9. El propio Hornby cuenta la anécdota de cómo un grupo de seguidores de Arsenal—del que también él era seguidor—trató de perseguirle para “darle una lección” de cómo ser un buen seguidor por haber pasado el partido charlando con una familia vestida con los colores del equipo rival (Hornby, 1992).

10. Podría argumentarse que los seguidores de los equipos rivales están siempre a la vista de un modo físico, especialmente, en los estadios, bares, lugares públicos, etc. Sin embargo, aunque bien es cierto que dichos seguidores opuestos están físicamente presentes, por el contrario, no lo están desde un punto de vista moral. Si esto es así, es porque son miembros de diferentes grupos que están en mutua y constante competición.

11. Los elementos químicos que, a juicio de nuestro autor, controlarían el funcionamiento de dicho interruptor son la oxitocina y el CRH (hormona liberadora de corticotropina), que juegan un papel central en el control del comportamiento social de los animales superiores. La función de estas dos sustancias químicas es tan importante porque reducen el estrés y la ansiedad al actuar—como un ansiolítico que nos calma. Además, nos ayudan a crear lazos con los otros de un modo más sencillo al hacernos más empáticos y dispuestos a estar, de algún modo, ligado a los otros—altos niveles de oxitocina pueden incrementar de forma peligrosa el entusiasmo y el partidismo fortaleciendo los lazos que ya tenemos establecidos.

12. La traducción literal sería, de hecho, “el interruptor colmena” o “el interruptor enjambre”, porque la expresión que él utiliza es “hive switch”. “Hive” significa literalmente colmena o enjambre. Sin embargo, prefiero utilizar esta traducción pues creo que, en castellano, capta mejor el uso que Haidt pretende darle.

13. A pesar de ello, pueden establecerse lazos basados en la empatía entre individuos pertenecientes a diversas comunidades, porque, primero, compartimos una humanidad común, y, segundo, siempre tenemos, irremediablemente, proyectos comunes—hoy en día nos encontramos con muchas prácticas sociales, contextos e instituciones que tienen una extensión universal. De hecho, el deporte moderno institucionalizado fue concebido desde el mismo momento de su nacimiento de un modo internacional y universalista con el fin de potenciar aquello que es común en los seres humanos más allá de sus diferencias culturales.

Received: 24-07-2012

Accepted: 31-08-2012