En los últimos días algunos medios se han hecho eco del Manifiesto de Profesores Universitarios en Defensa de la Muerte Natural, cuyo primer punto reza así: “Ante las intensas presiones que se ejercen sobre la opinión pública española, para inducirla a consentir la legalización del suicidio asistido y la eutanasia, es necesario defender la dignidad de la muerte natural como final de toda vida humana.”
Confieso que no he avanzado mucho más, pues la última expresión —eso de “la dignidad de la muerte natural como final de toda vida humana”— me tiene perplejo. Uno entiende que, en esto de la intervención pública, queda mejor un lema positivo, a favor de algo, que otro meramente negativo, en contra. Pero, a mi juicio, más les valía haberse denominado Manifiesto de Profesores Universitarios en Contra de la Legalización del Suicidio Asistido y la Eutanasia, o algo así. Aunque no sé si ganaríamos en precisión —véase para ello el artículo de Pablo Simón y colaboradores*—, al menos nos ahorraríamos el debate sobre términos tan equívocos y confusos como el de “dignidad” o “muerte natural”.
Pero, como no ha sido así, un lego se pregunta: ¿qué es eso de la muerte natural? Obviamente, en el lenguaje cotidiano utilizamos la expresión, pero ¿es filosóficamente sólida? ¿Existe algo así que podamos llamar “muerte natural”? Para empezar, no olvidemos que los adelantos médicos han aumentado las expectativas de vida y las posibilidades de morir lentamente; de hecho, en la actualidad entre el 60 y el 90% de los enfermos terminan su vida ante extraños, en el hospital o en una residencia, en un entorno no muy natural que digamos.
Si el lego tuviera algún amigo filósofo, este podría recomendarle acudir a un texto de Armando Menéndez Viso** que permite hacer una lectura muy interesante. En ese texto, este filósofo asturiano analiza el concepto de “medio ambiente” para llegar a una conclusión sorprendente: contrariamente a lo que a veces se sostiene de manera poco reflexiva, los conceptos de “medio ambiente” (o “naturaleza”) y “tecnociencias” se necesitan mutuamente, son conceptos interdependientes y complementarios. Nuestro concepto de naturaleza requiere el de tecnociencias y a la inversa.
Como experimento, bastaría con pensar en “muerte natural” donde Menéndez Viso escribe “medio ambiente” para sacar algunas conclusiones interesantes. Detrás de la expresión “muerte natural”, a veces se entiende que la muerte en cuestión no ha sido producto de un accidente, de un acto violento; que ha sido una muerte “orgánica”, en el sentido de que su causa no es externa al organismo que la sufre. Otra connotación es la de ser una muerte plácida o “digna”, en un sentido un tanto idílico: una muerte en paz, rodeado de familia y amigos. Esta es la muerte que las más de las veces presenciamos en las películas, pero los lectores del libro de Sherwind Nuland sobre cómo morimos ya estamos avisados: eso de la muerte digna o en paz es, las más de las veces, un mito muy alejado de la realidad, una licencia cinematográfica. Por otra parte, ¿es la muerte natural una muerte “autónoma” respecto de terceros? En ese caso, la única muerte natural sería la del náufrago en una isla desierta...
Remito al texto de Armando Menéndez Viso para conocer en detalle su cuidadoso análisis; pero suscribo, adecuándola al tema de esta entrada, su tesis principal: si la expresión “medio ambiente” no tiene límites ni contenidos precisos, tampoco los tiene la de “muerte natural”.
* Simón Lorda P, Barrio Cantalejo IM, Alarcos Martínez FJ, Barbero Gutiérrez J, Couceiro A, Hernando Robles P. Ética y muerte digna: propuesta de consenso sobre un uso correcto de las palabras. Revista de Calidad Asistencial. 2008;23(6):271-85.
** Menéndez Viso A. Tecnociencias y medio ambiente. En: R. R. Aramayo y T. Ausín (eds.), Moral, ciencia y sociedad en la Europa del s. XXI, Madrid, Theoria cum Praxi, 2005; soporte CD. ISBN: 84-689-4394-0
Comentarios
¿¿Dignidad de la muerte natural?? Sobre argumentos falaces en bioética
Siguiendo con el agudo comentario de Antonio Casado al ‘Manifiesto por el derecho a una muerte natural’ quiero expresar aquí algunas perplejidades con relación a dicho documento:
1.- Abundando en lo ya dicho, resulta inescrutable qué sea eso que los autores del manifiesto denominan ‘muerte natural’, como si fuera algo claro, diáfano, definido de antemano, fuera de discusión. Estamos demasiado acostumbrados a que el calificativo de ‘natural’ sirva de coartada para los más diversos propósitos. Y resulta especialmente falaz si lo aplicamos al ser humano, a su vida y a su muerte. Si algo caracteriza la evolución humana es la ‘mediación’ y la ‘transformación’ que toda la vida humana experimenta por mor de la enorme plasticidad y capacidad adaptativa del ser humano; esto es, por su ‘cultura’ frente a su sustrato biológico. Así que hablar de ‘muerte natural’ resulta como poco un contrasentido pues ¿es ‘natural’ que un niño muera por una diarrea en África’ ¿Es ‘natural’ vivir con válvulas cardíacas artificiales o con cualquier otra prótesis, desde las simples gafas a las sofisticados implantes nanotecnológicos que se están experimentando? ¿Es ‘natural’ atajar enfermedades infecciosas que provocarían la muerte mediante antibióticos? ¿O es ‘natural’ prolongar la agonía de un cuerpo ya exhausto y sin conciencia mediante tecnologías de soporte vital? En verdad que los promotores de este manifiesto deberían conocer un poco más la filosofía de la ciencia para no incurrir en estos errores de bulto. No hay ‘muerte natural’ ni ninguna pretendida ‘naturalidad’ en el morir, ni en el vivir. ‘Curar’ o ‘aliviar’ como objetivos de la medicina ante la enfermedad, como afirma el manifiesto, son todo menos ‘naturales’; suponen mediación, técnica, intervención, …
2.- Pero más allá de lo anterior, igual perplejidad me causa el uso (y abuso) del término ‘dignidad’ en este manifiesto y, en general, en todo el debate bioético (no olvidemos que los defensores de la despenalización de la eutanasia y del suicidio asistido alegan de modo similar el ‘derecho a morir dignamente’). Esta crítica no es algo nuevo; remite a un artículo ya clásico en bioética de Ruth Macklin y, más recientemente ha sido considerada por Diego Gracia en su trabajo “¿Es la dignidad un concepto inútil?”. Su conclusión es clara: Más allá de atender a la ‘dignidad’ como un meta-concepto ético, en la argumentación y en el debate bioéticos habría que prescindir al máximo de un concepto tan difuso como poco práctico. Así que hablar de la ‘dignidad’ referida a la ‘muerte natural’, como hace reiteradamente el manifiesto, es un sinsentido.
3.- Sobre la ‘autodeterminación’ personal: El derecho a la autonomía del paciente, a que las preferencias y opciones del afectado por un tratamiento médico sean tenidas en cuenta, es un derecho reconocido legalmente en España (como en otros muchos países) y no algo supuesto (ley 41/2002). Claro, que ‘autonomía’ no supone disponer de la vida de uno como le plazca. La libertad no es un derecho absoluto y debe ser ponderada con otros en conflicto, con los intereses de terceros afectados, con otros bienes catalogados como protegibles, etc. Sin embargo, que la ‘autonomía’ no ocupe una cúspide infranqueable en el olimpo de los valores no significa que haya que prescindir de ella (lo cual supone un auténtico daño moral). Y me resisto a creer que los autores del manifiesto aboguen por no tomar en cuenta esta autonomía, por no respetar las preferencias voluntarias y reflexionadas de un paciente ante el hecho fundamental de su vida: la muerte.
4.- Efectivamente, la potenciación de los cuidados paliativos es una exigencia moral y social ante una medicina cada vez más tecnificada que concibe la muerte como un fracaso y que por ello se intenta postergar lo máximo posible. Nos encontramos con una situación nueva de tal modo que la muerte, que antes se consumaba en pocas horas, días o a lo más meses, se puede retrasar notablemente. Y a la conciencia de la muerte, que generalmente ha sido traumática y amenazadora para el ser humano, se une ahora un nuevo temor fácil de reconocer socialmente: El temor al ‘mal morir’, el miedo no sólo al dolor y al sufrimiento, sino además a quedar atrapado en un sistema médico sumamente tecnificado. Más aún, como reconoce el manifiesto, no habría que incurrir en el ‘encarnizamiento terapéutico’ hasta extremos injustificables para la práctica médica (epígrafe 6). Pero esto es contradictorio con la afirmación tajante y absoluta de que la vida del ser humano no puede estar sujeta a gradaciones (epígrafe 2). ¿En qué quedamos? La condena de la obstinación terapéutica no se adecua a la afirmación absoluta de la vida humana, sea cual sea su estado o condición. Por no hablar tampoco de la sedación, orientada al alivio del dolor en las fases terminales de una enfermedad pero que puede contribuir a la aceleración del proceso de morir (si bien, no hay que olvidarlo, el origen de la muerte es la patología que sufre el paciente). Y en este contexto de ‘valoración’ de la situación de la agonía, del necesario cuidado físico y psicológico del enfermo terminal, ¿no sería mejor dejar la puerta abierta para ayudar a morir y que el sujeto pueda controlar en cierto modo esos momentos en condiciones de humanidad, compasión y alivio del sufrimiento? En definitiva, la despenalización de la eutanasia y del suicidio asistido médicamente no se plantea como ‘alternativa’ a los cuidados paliativos sino, en todo caso, como un complemento, en algunos casos poco frecuentes donde los cuidados paliativos se manifiestan como insuficientes o inaceptables para pacientes que desean mantener algún sentido de control sobre las circunstancias de su muerte. No sólo se trata del control del dolor o de otros síntomas físicos (náuseas, falta de aliento, incontinencia, úlceras), sino de las pesadillas, los delirios, la pérdida de la individualidad y, en general, del sufrimiento, que es un asunto más existencial que meramente físico. En estas situaciones, el suicidio asistido constituiría una última opción, un último recurso, un complemento de los necesarios e insustituibles cuidados paliativos de calidad.
5.- La exhortación final del manifiesto dice lo siguiente: “una sociedad que acepta la terminación de la vida de algunas personas, en razón a la precariedad de su salud y por la actuación de terceros, se inflige a sí misma la ofensa que supone considerar indigna la vida de algunas personas enfermas o intensamente disminuidas.” Otra falacia. Si se defiende la aceleración de la muerte no es por la precariedad de la salud del afectado sino precisamente por respeto a sus preferencias, a su voluntad. Con esta afirmación los autores pretenden colar la falsa idea de que una despenalización de la eutanasia y del suicidio asistido médicamente provocaría muertes no voluntarias de enfermos, ancianos o discapacitados (pendiente resbaladiza). Los datos demuestran (Júdez 2007) que la práctica del suicidio asistido y de la eutanasia, allí donde está regulada, pautada y protocolizada, no ha conducido a abusos y prácticas injustificadas. Nunca se explica cómo razones que apoyan el suicidio asistido (la autonomía del individuo o la compasión) van a justificar muertes que ni son compasivas ni respetan la autonomía los individuos. No tiene sentido comparar un ‘riesgo de daño’ —la eventual inducción y práctica de asesinatos soterrados— con un ‘daño real’ —el que de hecho sufren quienes solicitan la ayuda para morir. Más aún, puede aducirse el argumento de precaución de evitar las eutanasias “involuntarias” para justificar precisamente la legalización del suicidio asistido y la eutanasia voluntaria activa puesto que otorgaría una mínima seguridad jurídica para las relaciones clínico-paciente en los procesos de terminalidad, evitando en estos casos la arbitrariedad más absoluta, la opacidad y la clandestinidad.
6.- Dejo para el final un comentario de índole general sobre la “motivación” del manifiesto. El texto se presenta como una respuesta “ante las intensas presiones que se ejercen sobre la opinión pública española, para inducirla a consentir la legalización del suicidio asistido y la eutanasia”. Pues bien, resulta un sarcasmo esta afirmación cuando la sociedad española ha venido soportando y sufriendo la presión de una moral religiosa (la católica) que se ha venido imponiendo de modo inclemente desde antiguo (baste recordar la Inquisición) pero que si nos remontamos a nuestro pasado más reciente ha venido tutelando a la sociedad española en materias de moral social cuando esta sociedad, y muchos de los católicos que forman parte de ella, resulta mucho más plural y está muy alejada de su doctrina (los datos del CIS sobre aceptación de la eutanasia y del suicidio asistido son elocuentes por lo que respecta a la cuestión aquí tratada). En este sentido, una despenalización de la eutanasia y del suicidio asistido, reglada y protocolizada, no obligará a ningún defensor de la ‘dignidad de la muerte natural’ a adoptar dichas prácticas de modo que podrá seguir disfrutando de la santificación por el dolor y el sufrimiento sin ninguna intromisión por parte del estado o del resto de la sociedad; esto es, podrá seguir ejerciendo el saludable valor de la libertad y la autonomía personales. Como dijo el arzobispo emérito de Pamplona, Fernando Sebastián: “Jesús no tuvo cuidados paliativos” (sic).
más datos sobre la posible inexistencia de la muerte natural
Con mi agradecimiento a Txetxu por un comentario tan exhaustivo y convincente, un dato estadístico: en la nota de prensa emitida por el INE el 30 de enero de 2008, en la que se resumen los datos provisionales de defunciones en 2006, ordenados según la causa de muerte, no figura la palabra "natural". Sí que la principal causa de muerte son las enfermedades cardiovasculares, y que la tasa bruta de mortalidad descendió un 4,1% en ese año; las defunciones por SIDA disminuyeron un 9%, lo que supone el ayor descenso desde 1998. Las "causas externas de mortalidad" no llegan al 5%.
natural/artificial (sugerencias de lectura)
A respecto de este debate, Fernando Santander me recuerda que el filósofo Clement Rosset define la naturaleza como “lo que existe independientemente de la actividad humana” (La antinaturaleza, Taurus, Madrid, 1974; p. 15).
Fernando Savater y Jorge Riechmann han mantenido un interesante debate precisamente sobre la definición de lo natural y lo artificial (Fernando Savater, voz “Naturaleza”, Diccionario filosófico, Planeta, Barcelona, 1996; Jorge Riechmann, “La industria de las manos y la nueva naturaleza”, capítulo IV de Un mundo vulnerable, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2000).
Salud, Fernando
Tras la gran puerta de los valores
Nuestra humilde propuesta ante tal tema, es la separación entre dos momentos:
- El momento de elección y decisión,
- El momento en que se produce el óbito.
En el primero si se ajusta a lo propuesto por el Alfred Tauber: “El paciente es autónomo en la medida en que tenga la capacidad de llevar a cabo sus deseos de orden superior (es decir, en la medida en que tenga salud y sea consciente de la coherencia y razonabilidad de sus decisiones)”, en tal momento su decisión es digna, tomando tal concepto como atribución a todo ser humano, el que decide con libertad, igualdad, justicia y razonabilidad.
El segundo momento es el que por ser contra vida e independiente del paciente, no debe conectarse al primero.
Precisamente la decisión de Hanna ha sido aceptada por su razonabilidad, luego debe considerarse digna, el óbito será lo que su ánimo y dudas le despierten ante “el puente entre este mundo que conocemos y aquel que desconocemos” (inscripción hindú-mogol), pero se deberá considerar una decisión digna.
No obstante en estos momentos se presenta como una muerte indigna, aquella la cual ha sido negada por el poder político, en contradicción de lo aceptado por el Tribunal Superior de Justicia Italiano, que en decisión anterior autorizó desasistir los servicios que mantenían el cuerpo en estado comatoso de una joven, durante 17 años, y ha sido refutada la decisión del alto tribunal en contra de la decisión de parientes y de doctores que le trataban, se desee o no este fallecimiento cuando se alcance, será indigno.
DEVIRACION A PALITIVOS
Estoy totalmente de acuerdo con las reflexiones que hace Txetu sobre la muerta digna, y los cuidados aplitivos, soy totalmente profana en la material, a hora estoy entrando un poco en la bio-etica, pero quisiera manifestar un hecho que me ocurrio hace 3 años. Desoues de acudir muchas veces a urge cias, con mi padre de 88 años, y muy enferma, en urgencias, hacian el ingreso automáticamene, pero cuando el médico, ya nos vio por 5º vez en poco tiempo en la habitación de planta, me pregunto ¿que quiere que haga?. No tengo ni idea de que se podria haefr o nó, pero creo que l ideal sería que nos hubiera abierto el camino hacia cuidados paliativos en casa, y no poner cara rara y de fastidio. Efectivamente hubo quien me oriento y pudo morir en casa, no se si dignamente o no, pero si en su entorno y sin dolor-ARANTZA
DECIDIR MORIR: UN DERECHO
Desde la inexperiencia de un lego en estos temas como yo, me atrevo a hacer una aportación que tiende más a una exposición ideológica que a una resolución de un problema moral. En primer lugar, no sé hasta qué punto tendrán que ver con estas controversias nuestros sistemas sociales y políticos, basados en un antiguo paternalismo y en una protección del individuo que parte desde lo más grande a lo más pequeño: el Estado procurando al ciudadano lo que él no puede conseguir, el médico del pueblo al que todos los vecinos hacen caso porque ha hecho carrera... Actuamos como si nadie supiera lo que le conviene en cada momento. No sé si en Estados Unidos existe un debate tan fuerte como en Europa sobre la eutanasia. Aunque cabe imaginar que en un Estado en el que la salud es un privilegio más que un derecho, muchas personas incapaces de hacer frente a los gastos que supone una larga hospitalización mueran en sus casas sin poder elegir siquiera lo que desean. En este país, en cambio, la sanidad es un derecho, y podemos (debemos) elegir. Pero no podemos confundir derecho a la sanidad con obligación de estar sano. Existen espacios privados en los que nadie tiene derecho, ni legitimidad, ni está legitimado para intervenir en nuestro nombre. Que uno tenga derecho a exigir que se le traten sus enfermedades no da pie a que quien le procura esa sanidad pueda obligar al enfermo a hacer lo que no quiere. Perdonen el ejemplo, pero es como si un panadero me obligara a comerme la barra de pan que le acabo de comprar. A parte de esto, y por encima de ello, no hay mejor forma de conservar la dignidad de una persona que respetar sus decisiones, siempre que éstas no dañen a nadie. En el caso de elegir morir, ni siquiera importa que la decisión dañe moralmente a alguien: ante el suicidio o la eutanasia lo único que podemos hacer es tratar de convencer de lo contrario; si no se consigue, facilitar ese trago amargo y hacerlo de la forma más humana posible; por fin, nos queda llorar la muerte de esa persona. Es una lástima que en esta moderna sociedad estemos llorando a los enfermos que sufren innecesariamente, y que algunos de ellos lloren porque no les dejan morir, porque no mueren. La muerte, natural o no, nunca es digna, siempre es horrible. La dignidad reside en que a una persona no le nieguen el derecho natural a decidir sobre su propia vida. La legislación vigente en materia de eutanasia o suicidio constituye, a mi juicio, una innaceptable intromisión de la cosa pública en asuntos estrictamente privados. La eutanasia pasiva o activa (que son un hecho, no algo que haya que "legalizar" para que exista) deberían ser una más de las distintas formas en que un hospital ayuda a un enfermo a sanarse: y es que hay enfermedades para las que la única cura es la muerte, no tengamos miedo a decirlo.
Respecto a lo natural de la muerte
Tras la lectura de los interesantes comentarios al respecto, me gustaría iniciarme en Dilemata aportando una humilde opinión sobre un tema tan complejo y peliagudo como éste. Creo que el problema básico es el cambio en la apreciación de los términos vida y muerte. Antigüamente, la vida era concebida como un don y la muerte era la consecuencia de haber vivido. Visto de esta manera, la muerte siempre era natural, sea como fuere. La diferencia es que hoy en día, al menos cuando oímos hablar a determinados colectivos; la existencia se nos plantea como una obligación. En las sociedades primitivas, la muerte se aceptaba como una etapa más de la vida y actualmente parece que el objetivo es ser inmortal. Comprendo el posicionamiento médico, su profesión les exige sanar y evitar, en la medida de lo posible, la muerte de los pacientes que “pasan por sus manos” pero… ¿a qué precio? Al de ignorar la capacidad de decisión y libertad de los enfermos y lo que es peor, su dolor y el de sus familiares, bajo el lema de: Vivir a toda costa. Paradójicamente, al privarles de esta facultad de elección, ya los consideran no-vivos. Se me ocurre que para no contar con posibles pro-suicidas, empecemos a prohibir actividades como lanzarse en paracaídas, ir en moto, montar a caballo, etc. Así podríamos prevenir que, tras un accidente, un tetrapléjico pida la eutanasia. Al menos éstos podrían haber decidido llevar una vida menos “peligrosa” pero… ¿y un enfermo de Alzheimer? Comienza la odisea de su enfermedad como un hombre, a la mitad de ella se ve transformado en un animal no racional para acabar muriendo como un vegetal. ¿Permitir ésto es natural? ¿Es ético? ¿Es justo? A mi abuela le han diagnosticado un principio de Alzheimer, ella no lo sabe pero nota que ya no es ni la sombra de lo que era, sufre por ella misma y por nosotros. Es lo que más quiero en el mundo y me gustaría tenerla siempre conmigo… sé que no puede ser. Aun a riesgo de parecer una desnaturalizada a los ojos de los “fundamentalistas de la vida”, deseo profundamente que su vida acabe pronto, mientras aún es persona y lo más importante, ella es consciente de serlo. De no ser posible, no tendría ningún impedimento en ayudarla a morir, ya que ella siempre me ha ayudado a vivir.