Hablando sobre el caso de los testigos de Jehová que reclaman al sistema sanitario público que les practique intervenciones quirúrgicas sin trasfusiones, me acuerdo de un párrafo que eliminé de mi reseña al libro de J. C. Siurana recientemente publicada en Dilemata, la revista. Hacía un poco de historia para rescatar uno de los primeros libros sobre ética aplicada en castellano (que yo sepa, el primero con ese título), el de Ferrater Mora.
En la página 21, tras ironizar sobre lo irrelevantes que pueden resultar en el mundo actual ciertas disquisiciones medievales, su autor se pregunta si no estaría pasando algo parecido con la teoría ética:
“Las cuestiones éticas, o morales (metaéticas y éticas) son seguramente más permanentes, y persistentes que las cuestiones teológicas concernientes a la gracia y al libre albedrío, pero sigue siendo legítimo preguntarse si en algunos casos el talante argumentativo no acaba del todo con el talante investigativo. Creo que la respuesta es afirmativa, y que ello tiene en gran parte su razón en el hecho de que se termina moviéndose en el vacío. En vez de recordar que, después de todo, los sujetos que son objeto de una indagación de tipo ético o moral son sujetos reales, se piensa, o se da por entendido, que son algo así como peones —racionales, objetivos, imparciales— en un juego. Así, se acaba cogido en la trampa de presuponer que una cuestión moral no es una cuestión real.”
La cuestión que plantean los testigos de Jehová es, desde luego, muy real. Y no se hace sobre un terreno neutro, racional o imparcial. Se hace en el sistema sanitario público español; sus protagonistas son, por un lado, pacientes que quieren que se tenga en cuenta su concepción de la vida buena a la hora de atenderles, y, por el otro, profesionales que no consiguen integrar esa visión en el desempeño de su trabajo. Podría decirse que la sanidad, como el arte según Chesterton,* nunca es amoral, aunque a veces sea inmoral, esto es, moral con la moralidad equivocada. ¿Y cuál será esa moral equivocada en este caso?
* “But art is never unmoral, though it is sometimes immoral; that is, moral with the wrong morality” (G. K. Chesterton, On Lying in Bed and Other Essays, Bayeux Arts, 2000, p. 288)
Comentarios
Defensa (pragmatista) de la ética aplicada
Deseo continuar aquí la reflexión emprendida por Antonio, empalmándola con el comentario que hace de "Una ética para laicos" de Rorty (y que se encuentra en la sección de bibliografía), pues me resulta sumamente interesante la vinculación que ha hecho entre la ética aplicada y el pragmatismo filosófico. La ética aplicada intenta salvar el abismo que separa a la sofisticada teoría ética de los problemas morales reales de la gente. Busca que la teoría ética tenga una finalidad práctica y que deje de dar vueltas en torno a sí misma. Parejamente, el pragmatismo filosófico, como bien señala Vattimo en “Una ética para laicos”, no significa sólo “es verdadero aquello que funciona” sino también “estamos en el mundo no para mirar cómo marchan las cosas sino para reproducir, para hacer, para transformar la realidad” (p. 11). Y pone como ejemplo la cita que ha extraído Antonio del enfermo que tiene desgastados los huesos, y al que una droga le puede sanar. En este caso, “saber la verdad le sirve para una finalidad, para intentar no ser demasiado infeliz”. Ambas disciplinas se enfrentan asimismo a una dificultad similar. La ética aplicada ha de saber mantenerse a medio camino entre la teoría ética y la práctica moral, mantener ese precario equilibrio, sin escorarse demasiado hacia uno u otro lado. No puede perderse en las palabras (en reflexiones eternas como ¿qué significa “bueno”?, ¿qué es la justicia?), pero tampoco convertirse en un predicador, en un moralista, en un articulista. El pragmatismo filosófico, por su parte, también ha de saber desenvolverse en medio de una tensión. Lo esencial del pragmatista es, volvemos a Vattimo, “la búsqueda compartida de la felicidad, la concordancia y, si se desea, la caridad” (p. 13). Pero esta búsqueda la debe realizar asumiendo que no tenemos un punto de vista privilegiado para mediar entre puntos de vista en disputa. No se puede basar en una supuesta correspondencia con los datos de hecho —el espejo de la naturaleza, que diría Rorty—, puesto que la verdad no es algo que esté ahí fuera. Al pragmatista no le queda otro recurso que apelar a la experiencia.