Por Modeste
Joseph Kabila, que fue reelegido por un período de cinco años tras las elecciones presidenciales controvertidas del 28 de noviembre, se felicita del crecimiento económico del Congo durante los 5 años pasados. En su discurso de investidura, el reelegido presidente congoleño, prometió seguir con su proyecto de mejoría social de la gente. Asimismo, el presidente se compromete a instaurar una economía fuerte que beneficie a la totalidad de la población congoleña. Es el mismo discurso que hizo hace cinco años, con su famoso proyecto de 5 prioridades (Cinq chantiers), cuando fue elegido presidente por primera vez.
Sin embargo, según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, en su informe sobre el Desarrollo Humano 2011, el Congo de Joseph Kabila figura el último de los 187 países clasificados. El número de pobres en ese país es abrumador. El tema de la pobreza en el antiguo Zaire en este siglo XXI es un escándalo social.
La creencia de que la globalización es la clave para la reducción de la pobreza no es así en la Republica Democrática del Congo, y lo demuestran los datos. Con un PIB de 300 dólares per cápita, cerca del 60% de la población congoleña vive con menos de 1 dólar al día. Los beneficios que se obtienen de la explotación de minerales, principal fuente de ingresos del país, representan el 60% del PIB (Renta Nacional Per Cápita), pero no se reflejan en la vida diaria de los congoleños. La mayor parte del dinero se evade en los bolsillos de unos pocos. Esto incrementa cada vez más la brecha entre los pocos ricos congoleños y la inmensa mayoría de la población pobre. La desigualdad entre ricos y pobres dentro del país es desvergonzada. Chalets de lujo con flamantes coches en la Gombe, un barrio de la capital y al lado, miles de pobres que viven en chabolas y no tienen nada para comprarse el pan. La situación congoleña es dramática.
¿Cómo es posible que haya pobreza extrema en un país con tanta riqueza como el Congo, con grandes cantidades de diamantes, oro, cobre, cobalto, coltán, etc? Los intereses económicos y la corrupción han convertido ese país de Grandes Lagos en un campo de batalla y saqueos. Las organizaciones de Derechos Humanos insisten en que los Estados Unidos, Bélgica, Canadá, China, etc., principales destinatarios de los minerales congoleños, sobre todo el coltán (abreviatura de columbita y tantalita, un metal utilizado en el sector de las nuevas tecnologías y especialmente necesario para la fabricación de teléfonos móviles) y las multinacionales que comercian con éste, están financiando los conflictos en el Congo. Un país cuya economía depende principalmente de los recursos minerales, está sujeto a la corrupción, gobiernos autoritarios, conflictos entre bandas armadas, etc.
La inestabilidad política del Congo es de hecho buen negocio para los países ricos, las multinacionales y los dirigentes congoleños. Les beneficia mantener el statu quo de un sistema escandaloso que cada año cuesta la vida a millones de personas y que incrementa tremendamente el número de los pobres en el Congo. Dentro del país, esta situación vergonzosa ha contribuido a la concentración de la riqueza en manos de unos pocos, es decir, del gobierno y unos pocos empresarios. Sin embargo ha incrementado la pobreza del resto de la población. El silencio de las Naciones Unidas y la Comunidad Internacional ante los fraudes en las últimas elecciones no sorprende a nadie. Es una prueba más de la voluntad de estos de mantener los regímenes corruptos en el poder para sus propios intereses.
Los congoleños no necesitan la caridad de la Comunidad Internacional, sino la justicia. Que los pobres se beneficien en la misma proporción que los pocos ricos del crecimiento per cápita de la economía del país. “Lo más importante para el pueblo congoleño es mejorar las condiciones de vida y la paz social", dijo el martes 20 de diciembre, Alex Josué Mukendi, uno de los diez candidatos de la oposición en las elecciones presidenciales del 28 de noviembre de 2011. Lo dijo en respuesta al discurso inaugural del Presidente Joseph Kabila, reelegido para un mandato de 5 años.
Si el crecimiento económico no se traduce en mejores condiciones de vida para los congoleños, estamos lejos de alcanzar los Objetivos de Desarrollo para el Milenio (ODM). Y si los intereses egoístas de los países ricos, de las multinacionales y los regímenes autoritarios, siguen ocupando el primer plano, los Objetivos de Desarrollo para el Milenio son una utopía. En el Congo hay recursos para todos, pero mal repartidos. Estamos de acuerdo con Thomas Pogge cuando dice que el problema de la pobreza y desigualdad en el mundo es de origen moral. El caso del Congo lo demuestra.