“La paradoja de la globalización: la democracia y el futuro de la economía mundial” es el título de un libro publicado en 2011 por Dani Rodrik, uno de los economistas de primera fila más críticos con una globalización política y económica excesiva. Rodrik sostiene que en el mundo actual no es posible alcanzar a la vez tres grandes objetivos, la democracia, la determinación nacional y la globalización política y económica, y que solo pueden perseguirse adecuadamente dos a dos. Su propuesta es salvaguardar la política propiamente democrática de los Estados nacionales como actores fundamentales en el escenario mundial, en detrimento de una globalización creciente de la toma de decisiones políticas y de la internacionalización cada vez mayor de las normas y reglas del funcionamiento económico y financiero. A su juicio, que los Estados nacionales sean los decisores últimos no tiene por qué perjudicar la marcha de procesos económicos cada vez más internacionalizados, sino permitir más bien que puedan regularse de forma más ordenada y efectiva.
Desde el principio del libro, el autor deja claro que una contraposición simplista entre Estado y mercados es insostenible. La libertad y la operatividad de los mercados solo es posible en contextos nacionales e internacionales con una fuerte presencia del Estado que garantice el buen funcionamiento de todo tipo de operaciones y transacciones. En los primeros capítulos del libro, Rodrik hace un repaso histórico de la internacionalización del comercio y otros procesos económicos desde el siglo XVII, que permite contextualizar y comprender mucho mejor sus análisis y propuestas fundamentales, dirigidas al análisis económico de la actualidad. En esos capítulos, el autor muestra con ejemplos concretos y consideraciones generales que desde la primera modernidad la internalización y la libertad comercial han precisado Estados o incluso imperios fuertes que garantizaran el buen desarrollo de estas actividades, y que ya en el siglo XX los Estados con una economía más internacionalizada han sido siempre Estados con un sector público potente. Los capítulos más históricos culminan con una exposición del orden internacional creado tras la segunda guerra mundial (Bretton Woods, GATT, OMC), en la que se apoyará ampliamente después la discusión sobre la posibilidad de ir delegando el poder económico y político en instancias cada vez más globales o, por el contrario, reinventar un multilateralismo en el que los Estados nacionales mantengan una sólida independencia.
La crítica de Rodrik a la posibilidad de una gobernanza global se apoya en dos grandes ideas, que bautiza como el “trilema político de la economía mundial” y la propuesta de un “capitalismo 3.0”. El trilema es la imposibilidad, a la que ya me he referido, de respetar a la vez el Estado nacional, la política democrática y una hiperglobalización. A decir de Rodrik, la toma nacional de decisiones al servicio de la globalización económica y financiera no puede llevarse a cabo sin la pérdida de legitimidad democrática, la persecución de la gobernanza democrática global va necesariamente en detrimento de los Estados nacionales y la política nacional propiamente democrática no es compatible con el sometimiento continuo a regulaciones supranacionales. Tras analizar los problemas de las otras dos, el autor apuesta por la tercera vía.
A juicio de Rodrik, el mundo es demasiado complejo para que la pérdida de poder político de los Estados nacionales no sea contraproducente. Para fundamentar esta idea, el economista se apoya en algunos problemas y ejemplos particulares: la presencia de plomo en los tintes de los juguetes fabricados en China que contraviene la normativa de los EEUU; la participación de trabajo infantil, prohibido en algunos países occidentales, en productos de la India; los efectos brutales sobre la economía de otros países de la crisis desencadenada en 2008 en los EEUU por políticas de desregulación financiera. Rodrik analiza las posibilidades de regulaciones globales para estos problemas y, al final, lo que sostiene es que lo más sensato es que la comunidad internacional reconozca la necesidad de que cada país pueda adoptar sus propias decisiones a la hora de abrir o cerrar su economía en casos como estos. Las vías hacia la prosperidad son múltiples y es preciso permitir las decisiones nacionales basadas en procedimientos internos y democráticos. No se trata de que los países se cierren sobre sí mismos, sino de reconocer que deben seguir siendo los actores últimos y reinventar acuerdos e instituciones internaciones del estilo de Bretton Woods, pero pensando en los problemas propios de nuestro mundo y no en el mundo de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo. La globalización de la economía de finales del siglo XIX y principios del siglo XX constituiría el Capitalismo 1.0 y el multilateralismo posterior a la segunda guerra mundial el capitalismo 2.0. Los Estados nacionales y democráticos actuales no precisan una hiperglobalización, sino una globalización sana bajo un nuevo Capitalismo 3.0.
Las exposiciones históricas y los análisis económicos contemporáneos que ofrece este libro son profundos y brillantes. El autor consigue el equilibrio entre dar una visión de los problemas y de sus propuestas basada en análisis técnicos y exponerlos con claridad y cercanía para los lectores no expertos. Este libro permite cobrar conciencia de muchos problemas de la globalización económica y financiera, pero también de las dificultades de una hipotética gobernanza global.
Sin embargo, lo que le falta a este libro, cómo decirlo, es una mínima inquietud o preocupación cosmopolita. En mi opinión, dado el tema se trata de una ausencia grave. A pesar de que dedica unas páginas a “los países pobres en un mundo rico”, Rodrik no ofrece ni un tratamiento ni una preocupación verdadera por ello. No se detiene en ningún momento en las desigualdades internacionales, ya se refieran a individuos o países, y menos aún se pregunta, pese a su conciencia histórica, por su evolución en el tiempo. No hay propiamente una preocupación por la desigualdad, el desarrollo ni la injusticia globales. El lenguaje de la justicia global de los últimos años nos urge a preguntarnos por el efecto de las estructuras y las regulaciones internacionales sobre los países menos desarrollados, en particular sobre los Estados fallidos. Rodrik no plantea este problema en ningún momento. Este libro examina los problemas y ofrece sus propuestas desde la perspectiva de los Estados nacionales prósperos, como si no pudiéramos alzar la mirada y preguntarnos también si el orden internacional es, o puede ser, bueno, malo o indiferente para la suerte de los desheredados de este mundo.