Proliferan los artículos periodísticos sobre la ética de los directivos y de quienes han manejado el mundo financiero en los últimos años. Uno que me llama la atención es el públicado por El País el pasado domingo 5 de septiembre: "Ética para directivos". cuenta varios casos de conducta sospechosa o inmoral (uso de información interna, falsificación de dietas, etc.) de altos directivos o empleados de empresas, que pueden dañar la reputación de la compañía. Tras los casos que ilustran el tema, el artículo reflexiona sobre la utilidad de los códigos de conducta y, citando a varios profesores, repite ideas ya sabidas sobre la efectividad de los mismos. La principal: que los códigos sólo son efectivos si se internalizan y "forman parte del ADN" de las empresas. Esto es obvio. Que salga en la prensa de vez en cuando es un avance.
La verdad es que es muy difícil pedir integridad a personas que controlan (sin que nadie les controle) enormes recursos y poder. Que tengan ese poder y ese control forma parte, en teoría, de la lógica mediante la que las empresas son eficientes y productivas, y cumplen su papel económico (y social, porque si son legales suelen pagar impuestos y crear empleo). Habría mucho que decir sobre esa lógica, pero si la aceptamos, no creo que haya que asombrarse de la conducta de los directivos. Antes de criticarles, podríamos preguntarnos qué haríamos nosotros en su lugar. Pensemos en lo que hacemos en el entorno en que podemos emplear recursos sin un control exhaustivo por parte de otros: el papel de la oficina ¿nunca lo usamos para asuntos privados?; el tiempo de trabajo ¿nunca lo empleamos en planificar unas vacaciones?; el teléfono del despacho ¿nunca lo usamos para una llamada personal? Solemos auto-exculparnos por esto: es una minucia, el mundo sería insoportable si el control llegara a esos extremos, etc.
Hay dos soluciones. Las podemos llamar, la aristotélica y la hobbesiana. La aristotélica es suponer que, en efecto, la mayoría quizá seamos miserables y egoístas, pero que los directivos, los líderes, han de ser mejores que el resto. Por eso hay que exigirles más que al resto. Según esa teoría, los directivos inmorales nunca deberían haber sido directivos, y el fallo está en haberlos elegido para esos puestos. Hay que elegir mejor; o educar mejor a los directivos del futuro, para que posean las virtudes que deben poseer.
La hobbesiana asume que la cosa no tiene remedio: los directivos nunca serán mejores que el resto; no importa cuánto gasten en MBAs. Lo que hay que hacer es rodearles de controles e incentivos que hagan casi imposible, o extremadamente arriesgado y costoso, abusar de su poder -dicho de otra forma, disminuir su poder. Existen medidas legislativas que van en esa dirección. Y debería haber medidas de control interno: por ejemplo, un mayor control democrático, con participación de los empleados, sobre los Consejos de Administración.