En los últimos meses, he recibido varios correos electrónicos informándome sobre el caso siguiente, e invitándome a protestar contra él. El hecho es que la Bienal Centroamericana de Artes Visuales, celebrada en 2007 en la hondureña galería Códice, uno de los participantes, Guillermo "Habacuc" Vargas, llevó adelante una llamativa performance. Esta parece ser que consistió en mantener a un perro atado con una cortísima corta en una de las salas de la galería hasta dejarlo morir de hambre (y sin que ninguno de los visitantes hiciese nada al respecto). Mientras en la pared, escrito con comida de perro, se leía "Eres lo que lees”.
Esta increíble, pero según parece verdadera historia la podéis encontrar descrita en esta web, donde se solicitan también firmas para que en 2008 Habacuc no sea invitado a la Bienal: http://www.petitiononline.com/13031953/
Me gustaría plantear algunas cuestiones algo más allá de lo obvio en relación a un caso tan impactante.
La circulación de este tipo de mensajes por la red no es infrecuente. Con todo, este en particular ha alcanzado una difusión bastante notable. A mí el mensaje me ha llegado desde distintos lugares, y alguna de las veces, me consta, habiéndome sido reenviado por gente sin ninguna implicación previa en causas relacionadas con la defensa de los animales (de especies distintas a la nuestra, se ha de entender). Apostaría a que no me hallo ante excepciones, y que mucha más gente no involucrada en el tema ha participado en la publicitación de este suceso.
Se puede decir sobre esto que si se hace a un perro lo arriba descrito, o si se tiene la intención de hacerlo, de manera pública, es sólo porque, de partida, nos hayamos en un contexto que lo permite. Esto es, un contexto en el que no hay sanciones legales o morales que disuadan de llevarlo a cabo. Lo cual implica que los intereses de un animal como un perro por no sufrir y/o por vivir no son muy tenidos en cuenta. En este sentido, un caso como este puede mostrar la existencia de determinadas actitudes extendidas de manera bastante general hacia los animales de especies distintas a la nuestra. Ahora bien, fuera de esta obviedad, me parece que un caso así NO es un buen ejemplo de la clase de relación que hoy en día mantenemos con ellos. Explicaré a continuación por qué creo que esto.
Ocurre que cuando llega a nuestros oídos una noticia de este tipo rápidamente entendemos que se trata de un caso aislado. Lo cual es correcto: no se es común que se deje morir a perros de hambre en espectáculos públicos. Esto es algo que no sólo saben quienes están involucrados en la defensa de los animales no humanos: el público en general también asume que es así. La mayoría de la gente entiende, así, que la situación en la que se encuentran los animales no humanos utilizados para la satisfacción de fines humanos es muy distinta.
De esta manera, podría pensarse que el motivo por el que digo que un caso así no es representativo de la clase de suerte que sufren los animales no humanos a manos humanas es porque da una imagen exagerada de la clase de daños que se causa a estos. Pero pienso precisamente que lo que ocurre es lo contrario. El caso concreto del que estamos hablando es un caso puntual en lo que toca a la motivación con la que se daña al animal implicado, y en el contexto en el que se hace. Pero el daño que se provoca a este no es, en realidad, destacable por encima del que se ocasiona a la mayoría de los animales utilizados de manera institucionalizada para la satisfacción de la demanda de productos de origen animal. Sin embargo, casos que como el del perro atado por Habacuc escandalizan y movilizan precisamente porque se asume que estamos ante una anomalía, ante un caso excepcional que requiere nuestra atención. Si no fuese así, no habría razón para movilizarse en este caso y no los restantes días del año, en los que otros animales mueren en condiciones tan o más terribles. Hay un motivo, por supuesto, para ello, que es que no se tiene consciencia de que todo esto ocurra.
De hecho, lo cierto es que casos como este asombran mucho más a quienes no tienen un conocimiento previo sobre la clase de daños que sufren de manera cotidiana los animales en nuestras manos. Para quienes tienen una mayor familiaridad con esto, resultan sólo un caso más entre muchos otros. Hay un par de frases que no es raro escuchar entre activistas pro-derechos animales cada vez que alguna noticia sale a la luz sobre algún caso particularmente llamativo de agresión a algún animal (no humano). Son las siguientes: “A mí ya no me sorprende nada. Cualquier cosa ya me parece posible”. Y sobre esto no hablo haciendo suposiciones. Hablo de algo que he oído ya unas cuantas veces.
De aquí se podría quizás derivar como conclusión que quienes se dedican a la defensa de los animales no humanos harían bien en dejar de lado casos como este, y no darles difusión pública, de cara a poder transmitir al público una visión más adecuada de cuál es realmente la situación en la que se encuentran los animales no humanos debido a su uso. Con todo, lo cierto es que tampoco está claro que esto sea lo mejor. Se puede considerar también que noticias de este tipo sirven para sacar a la palestra la cuestión de la consideración moral de los animales no humanos, siendo así ocasiones para intentar abrir un debate prácticamente inexistente hoy en día. Incluso, por lo impactantes que pueden resultar, quizás puedan despertar el interés de algunos por conocer más de cerca la cuestión. La mejor opción quizás sería evitar el modo en el que hoy en día son a menudo presentados estos casos, esto es, de manera aislada y haciendo mucho hincapié en la crueldad particular implicada en ellos. Seguramente sería productivo, de cara a la profundización en el conocimiento social de la cuestión, aprovechar su presentación para contextualizarlos como casos puntuales en lo que refiere a sus peculiares circunstancias, pero no por el daño que provocan, en el marco actual de utilización institucionalizada de los animales no humanos.