El Proyecto Gran Simio (PGS) ha sido objeto de toda una serie de críticas por parte de quienes se oponen al uso de los animales no humanos. Tales objeciones se centran en la idea de que este viene a excluir, y así perjudicar, a los animales que no son grandes simios. Voy a examinar aquí los argumentos que puede haber para sostener tales criticas, considerando hasta qué punto pueden tener razón o no.
Ahora bien, antes de comentar querría hacer dos apuntes:
(i) Lo cierto es que al analizar este tipo de cuestiones hay que andar siempre con extrema precaución, pues pueden surgir muchos malentendidos, y se corre el peligro de que se interprete erróneamente en clave negativa lo que puede ser un debate saludable. Ha de huirse tanto del rechazo de plano de toda discusión sobre temas que realmente merece la pena debatir como del planteamiento de tales debates de un modo que genere confrontación. Pero, teniendo cuidado de evitar caer en alguno de estos dos polos indeseables, no hay motivo para no considerar, de manera constructiva y razonable, los posibles comentarios críticos que puedan suscitarse. Ello es así en la medida en que estos pueden ayudar a optimizar los esfuerzos que invirtamos en iniciativas como la que ahora nos ocupa.
(ii) Voy a plantear la cuestión como un debate sobre estrategias, que podrá resultar de interés a quienes asumen unos supuestos morales antiespecistas comunes. Muchos y muchas de quienes apoyan al PGS rechazan abrir una frontera en moral que distinga la consideración dada a los grandes simios de la dada a los demás animales en perjuicio de estos últimos. Quienes así lo hagan tendrán interés en examinar si las críticas planteadas al PGS a las que me he referido son acertadas.
(Obviamente, también hay quienes apoyan al PGS porque entienden que los grandes simios merecen una consideración moral de la que no han de disfrutar otros animales –sean estos otros mamíferos, peces u otros–. Quienes adoptan esta posición no tendrán problema en asumir lo que se les objeta desde posiciones animalistas, pues sostendrán que efectivamente es adecuado establecer una diferencia clara entre grandes simios y otros animales. Ahora bien, se opondrán a que ello deba ser visto como algo negativo. Para quienes adopten esta posición, aquello de lo que trata este texto no tendrá realmente mucho interés. Ello se debe a que el debate a abrir entre quienes asumen esta visión y quienes combatan la exclusión moral de los animales no humanos en general no versará sobre las estrategias a seguir. Lo hará sobre los propios fines que se busca conseguir mediante estas, cuyo trato no es el objeto de este texto. De todos modos, tal y como se apunta arriba, asumo que muchos y muchas de quienes apoyan al PGS sostienen una posición distinta, de modo que sí les interesa el debate sobre estrategias.)
El PGS ¿es de por sí un proyecto excluyente?
Comencemos, pues, acercándonos a las críticas de carácter más general. No es extraño oir entre quienes se oponen a la explotación de los animales no humanos que el PGS, como tal, constituye una iniciativa especista al no incluir bajo el dominio de su acción más que a algunos animales. Esto es: se asume que el PGS es inherentemente excluyente.
No parece que una crítica de este tipo descanse en argumentos concluyentes si el PGS como tal ha de identificarse únicamente con la búsqueda de personalidad y protección legal para los grandes simios no humanos en términos semejantes a la disfrutada por los humanos. De la afirmación de que un cierto grupo de animales merece consideración no se sigue la negación de que los demás animales la merezcan.
El PGS , ¿es una campaña arriesgada?
Otra crítica distinta es aquella que apunta que al menos una parte de la opinión pública puede llevarse una opinión equivocada sobre la clase de punto de vista que asume el PGS. Siempre está presente el riesgo de que se entienda que quien defiende a ciertos animales (sean grandes simios o focas) y no a otros porque asume que aquellos, y no estos, deben ser tenidos en cuenta. Algo semejante ocurre cuando no hablamos de distintas especies de animales, sino de distintas prácticas en las que se utiliza a animales no humanos. Por ejemplo, mucha gente entiende, a la luz de las campañas antitaurinas, que quienes se oponen a estas lo hacen porque las ven como algo que resulta cuestionable de una forma en la que no lo es, por ejemplo, el consumo de animales no humanos como comida. La clara posibilidad de que esto suceda es algo a tener en cuenta. Se puede intentar minimizar este efecto complementando tales iniciativas con una argumentación de carácter más general, que aclare que no son sólo ciertos animales los defendidos o ciertas prácticas las cuestionadas. Con todo, siempre hay múltiples factores que entran en juego a la hora de que un mensaje u otro sea el interpretado que dependen del contexto y están fuera de control. Ello no vuelve especistas como tales a las iniciativas que no cuestionan el uso de animales de manera general, si bien las convierte en arriesgadas.
El PGS ¿tiene el potencial de ayudar a la causa general de los animales no humanos?
Por otra parte, habrá quien responda a esto que, para mucha gente, las campañas de este tipo no sólo no impiden una extensión de las preocupaciones de parte de la opinión pública hacia los animales no simios, sino que la facilitan. De hecho, el argumento podría ir más allá, apuntando que hay quienes de primeras nunca aceptarían la idea de la justa consideración de todos los animales capaces de sufrir y disfrutar, y que podrían hacerlo a partir de convencerse paso a paso con campañas parciales como esta.
Según esto, contrariamente a lo que sus críticos apuntan, el PGS no sólo no tiene por qué constituir una exclusión de los animales de los que no se ocupa, sino que puede servir como una estrategia favorable para estos, al cuestionar la línea divisoria moral antropocéntrica.
Lo que a mí me parece más razonable suponer es que tanto esta idea como la anterior pueden estar en lo cierto. Esto, lejos de ser contradictorio, parece claro, por una razón muy simple que los analistas de la cuestión olvidan con sorprendente frecuencia: la opinión pública no es un sólo individuo. No es una mente única. Ante una misma campaña hay gente que reacciona de un modo, y gente que reacciona de otro muy distinto. Así, creo que ciertamente habrá quien derive del PGS la idea de que no hay que considerar igualmente a simios y a otros animales. Y creo que habrá otras y otros a quienes el PGS les incite a comprometerse más con la causa de los animales no humanos en general. En la medida en que no dispongamos de datos estadísticos cuantitativos así como cualitativos sobre el particular, hemos de concluir que la cosa no está nada clara. En este punto, pues, también considero que las objeciones al PGS tienen una base dudosa. En cualquier caso, de estar en lo cierto, esas mismas objeciones se plantearían, con igual fuerza, a todo activismo centrado en una práctica concreta. Esto es, al activismo antitaurino, contra las pieles, etc. (El único activismo concreto, centrado en ciertos animales y en una cierta práctica, que podría verse libre de tal crítica sería el llevado a cabo a favor del vegetarianismo. Ello se debería a su carácter englobante dado lo extendido del consumo de animales no humanos).
Los argumentos que excluyen a los animales no humanos
De lo anteriormente dicho se deriva que una organización como el PGS tiene en principio el potencial de cuestionar la actual exclusión moral sufrida por los animales no humanos. La cuestión, pues, es, ¿cómo se puede llevar esto a cabo? Para examinar este problema es preciso considerar lo siguiente.De un modo un poco técnico, se puede decir que toda afirmación de un cierto criterio como moralmente relevante determina que se trace un dominio para la consideración moral. Quienes satisfacen tal criterio entran dentro de tal dominio y ven sus intereses considerados conforme a él, quienes no lo satisfacen se ven excluidos, y no son así poseedores de intereses a considerar. El debate en torno a la justificación del antropocentrismo moral se da, conforme a esto, del modo que sigue. Los partidarios del antropocentrismo proponen un determinado criterio como moralmente relevante (que supuestamente los humanos, y no los demás animales, satisfacen). De aquí se deriva que los animales no humanos han de ser tratados de modo desventajoso en relación a los demás seres humanos. Esto es, que la satisfacción de los intereses de los seres humanos tiene prioridad. A su vez, los oponentes del antropocentrismo responden que tal criterio no es moralmente relevante. En consecuencia, rechazan que haya que favorecer la satisfacción prioritaria de los intereses de los humanos.
¿Cuáles son los criterios propuestos por los defensores del antropocentrismo con tal fin? Bueno, los hay de distintos tipos, pero los más significativos caen fundamentalmente en dos tipos: los que apelan a determinadas facultades individuales (como ciertas capacidades cognitivas), y los que apelan a relaciones (como la cercanía de parentesco dada entre los seres humanos). Quienes critican el antropocentrismo indican que lo moralmente relevante es, por el contrario, la posesión de intereses, que tiene lugar desde el momento en que existe la posibilidad de sufrir y disfrutar. La posesión de ciertas capacidades intelectuales hace que se pueda sufrir y disfrutar de maneras distintas, que no tienen por qué ser más significativas (el sufrimiento de quien sabe que sufrirá puede verse acrecentado, pero también lo es el de quien sufre sin conocer la causa de su dolor ni si esté va a tener final). Y circunstancias relacionales como el parentesco tampoco determinan nada a este respecto. Por tanto, la crítica del especismo antropocéntrico rechaza que argumentos como los indicados puedan ser aceptables.
(Ahora bien, ha de tenerse aquí en cuenta algo que resulta fundamental: la oposición a los criterios apelados en defensa del antropocentrismo no es llevada a cabo por parte de quienes se oponen a este precisamente porque apoyen al antropocentrismo. La cosa va justamente al revés. Tales criterios se cuestionan porque son moralmente irrelevantes. Y es por esto por lo que se cuestiona, en consecuencia, el antropocentrismo. No a la inversa. Si el antropocentrismo fuese defendido sobre la base de criterios justificados –por ejemplo, si los seres humanos y sólo ellos tuviesen intereses, si sólo ellos sufriesen y disfrutasen–, el antropocentrismo no debería ser criticado –si lo es se debe, simplemente, a que tal premisa es falsa–. Y si criterios moralmente irrelevantes llevasen a trazar dominios morales distintos del puramente antropocéntrico, tendrían que ser igualmente cuestionados).
Estos motivos son los que llevan a rechazar que los argumentos que apelan a las capacidades cognitivas o a la cercanía parentelar como factores relevantes para la consideración de los intereses.
La línea a seguir para favorecer la causa de los animales no humanos
De esta manera, y teniendo siempre en cuenta lo dicho arriba al indicar que estamos hablando sólo aproximativamente, el PGS podría promover el rechazo del antropocentrismo si cuestionase los argumentos en los que este descansa. Así, ayudaría también a la causa de los demás animales no humanos. Para ello, tendría que negar que la posesión de ciertas capacidades intelectuales o la cercanía genética sean criterios moralmente relevantes. De aquí se deriva una tercera idea a apuntar: el PGS sí podría cuestionar la discriminación de los animales no grandes simios si cuestionase los argumentos que excluyen a estos.
Una línea que contraría la causa de los animales no humanos
De lo dicho arriba se desprende también otra consecuencia. Si se asumen y esgrimen públicamente los argumentos que excluyen a los animales no grandes simios lo que se hará será reforzar tal exclusión. Esto se sigue con claridad meridiana. Un argumento que excluye a los animales no grandes simios no puede ser un argumento que cuestiona su exclusión. Es, por el contrario, un argumento que los excluye. De manera que si se argumenta echando mano de criterios que excluyen a los animales no humanos, no se contribuye a defender la lucha contra la exclusión moral de estos, sino a lo contrario. De este modo, el PGS ayudará a los animales en general si no utiliza tales argumentos, mientras que contrariará su defensa en la medida en que sí lo haga.
Por desgracia, sucede que el PGS sí echa mano de tales argumentos. Desde el PGS se alude a menudo a las capacidades intelectuales de los grandes simios no humanos, y a su cercanía parentelar con los seres humanos, como un motivo para su consideración moral. Llegamos así, pues, a la cuarta idea a subrayar: el PGS utiliza argumentos que excluyen a los animales no que no son grandes simios (argumentos que apelan a criterios coincidentes por los invocados por los defensores del antropocentrismo). Arriba he negado la razón a los críticos del PGS en toda una serie de puntos, pero en este no hay forma alguna de hacerlo. Aquí la crítica resulta irrefutable.
(Con esto, es posible que me haya ganado las antipatías tanto de quienes critican al PGS como de quienes trabajan en él. Espero que no: estoy planteando todas estas opiniones de buena fe y con la intención de colaborar a un debate constructivo. En cualquier caso, creo que no haría bien no diciendo lo que pienso sólo para evitar reacciones negativas).
De todos modos, ante todo esto, hay sin embargo, felizmente, una alternativa clara: se puede defender que los grandes simios no humanos deben ser moralmente considerados porque poseen intereses, dado que tienen la capacidad de sufrir y disfrutar. Si el PGS adopta esta vía de acción todas las críticas que anteriormente pudiesen haber sido dirigidas contra él dejarán de tener base alguna. Pero, por supuesto el motivo para obrar de tal modo no debe ser evitar las críticas, sino evitar lo que las críticas apuntan (en este caso, correctamente; en otros, no tanto). Esto es, las consecuencias negativas del empleo de la argumentación que los defensores del antropocentrismo utilizan para discriminar a los animales no humanos en general. Sería óptimo, pues, convencer a los miembros y responsables del PGS para que adopten una argumentación centrada en la capacidad de sufrir y disfrutar, que sustituya a la arriba indicada.
Una elección entre estrategias
Puede argumentarse, ante esto, que el uso de los argumentos que excluyen a los animales no grandes simios hace más sencilla la consecución de los objetivos que este busca. Quizás sea así. Pero ello no constituirá una razón para asumirlos si efectivamente se quiere evitar que el PGS ponga traba alguna a la causa de los animales no grandes simios. Lo que está aquí en cuestión es lo siguiente. Supongamos que, efectivamente, cuestionar el antropocentrismo abiertamente, rechazando los argumentos que comúnmente se plantean en su defensa, no constituye la mejor estrategia si el objetivo que se busca es únicamente lograr la protección del grupo de animales constituido por los grandes simios humanos. El hecho es que, en cualquier caso, esta es la estrategia a seguir si lo que se busca no es sólo esto, sino también allanar el camino para la defensa de los demás animales no humanos. A su vez, buscar la protección de los grandes simios utilizando argumentos que excluyen a otros animales no humanos puede tal vez ser una estrategia que funcione mejor. Pero el precio de ello viene a ser obstaculizar el cuestionamiento de la discriminación de tales animales. Este es, pues, el dilema que se abre al PGS. Sería óptimo que hubiese alguna estrategia idónea que no tuviese ningún efecto negativo y que, por el contrario, aunase todas las virtudes deseables. Pero, por desgracia, esta no existe, y ha de optarse por alguna de las vías de acción posibles. Llevar a cabo tal elección implica apostar por aquello que se considera más importante. En este caso, el dilema se plantea entre acelerar la consecución de una protección más o menos significativa para los grandes simios frenando las consecuciones para otros animales o buscar esta de manera quizás menos acelerada pero sin frenar (más aun, hasta promoviendo) los avances para los demás animales. Si se considera el número de los animales implicados, resulta claro que esta última opción es claramente la deseable. Por otra parte, sería la que conseguiría una mayor afinidad entre los distintos colectivos antiespecistas y el PGS.
Tal y como he apuntado arriba, ha de entenderse que una iniciativa como el PGS puede ser defendida por quienes no asuman un punto de vista no discriminatorio que incluya a todos los animales sintientes. En ese caso, la exclusión de otros animales no resultará una cuestión a tener en cuenta, o lo será sólo de manera secundaria. No obstante, insisto también en que muchos y muchas de quienes apoyan al PGS no comparten tal asunción. No aceptan que los bonobos no puedan ser tratados como recursos pero las vacas o los atunes sí. Para ellas y ellos todo esto sí será una cuestión relevante. Sin duda, quienes así piensen no sólo se preocuparán de lo que el PGS consigue para los grandes simios, sino que también tendrán muy en cuenta qué repercusiones tiene este para los demás animales no humanos.
(i) Lo cierto es que al analizar este tipo de cuestiones hay que andar siempre con extrema precaución, pues pueden surgir muchos malentendidos, y se corre el peligro de que se interprete erróneamente en clave negativa lo que puede ser un debate saludable. Ha de huirse tanto del rechazo de plano de toda discusión sobre temas que realmente merece la pena debatir como del planteamiento de tales debates de un modo que genere confrontación. Pero, teniendo cuidado de evitar caer en alguno de estos dos polos indeseables, no hay motivo para no considerar, de manera constructiva y razonable, los posibles comentarios críticos que puedan suscitarse. Ello es así en la medida en que estos pueden ayudar a optimizar los esfuerzos que invirtamos en iniciativas como la que ahora nos ocupa.
(ii) Voy a plantear la cuestión como un debate sobre estrategias, que podrá resultar de interés a quienes asumen unos supuestos morales antiespecistas comunes. Muchos y muchas de quienes apoyan al PGS rechazan abrir una frontera en moral que distinga la consideración dada a los grandes simios de la dada a los demás animales en perjuicio de estos últimos. Quienes así lo hagan tendrán interés en examinar si las críticas planteadas al PGS a las que me he referido son acertadas.
(Obviamente, también hay quienes apoyan al PGS porque entienden que los grandes simios merecen una consideración moral de la que no han de disfrutar otros animales –sean estos otros mamíferos, peces u otros–. Quienes adoptan esta posición no tendrán problema en asumir lo que se les objeta desde posiciones animalistas, pues sostendrán que efectivamente es adecuado establecer una diferencia clara entre grandes simios y otros animales. Ahora bien, se opondrán a que ello deba ser visto como algo negativo. Para quienes adopten esta posición, aquello de lo que trata este texto no tendrá realmente mucho interés. Ello se debe a que el debate a abrir entre quienes asumen esta visión y quienes combatan la exclusión moral de los animales no humanos en general no versará sobre las estrategias a seguir. Lo hará sobre los propios fines que se busca conseguir mediante estas, cuyo trato no es el objeto de este texto. De todos modos, tal y como se apunta arriba, asumo que muchos y muchas de quienes apoyan al PGS sostienen una posición distinta, de modo que sí les interesa el debate sobre estrategias.)
El PGS ¿es de por sí un proyecto excluyente?
Comencemos, pues, acercándonos a las críticas de carácter más general. No es extraño oir entre quienes se oponen a la explotación de los animales no humanos que el PGS, como tal, constituye una iniciativa especista al no incluir bajo el dominio de su acción más que a algunos animales. Esto es: se asume que el PGS es inherentemente excluyente.
No parece que una crítica de este tipo descanse en argumentos concluyentes si el PGS como tal ha de identificarse únicamente con la búsqueda de personalidad y protección legal para los grandes simios no humanos en términos semejantes a la disfrutada por los humanos. De la afirmación de que un cierto grupo de animales merece consideración no se sigue la negación de que los demás animales la merezcan.
El PGS , ¿es una campaña arriesgada?
Otra crítica distinta es aquella que apunta que al menos una parte de la opinión pública puede llevarse una opinión equivocada sobre la clase de punto de vista que asume el PGS. Siempre está presente el riesgo de que se entienda que quien defiende a ciertos animales (sean grandes simios o focas) y no a otros porque asume que aquellos, y no estos, deben ser tenidos en cuenta. Algo semejante ocurre cuando no hablamos de distintas especies de animales, sino de distintas prácticas en las que se utiliza a animales no humanos. Por ejemplo, mucha gente entiende, a la luz de las campañas antitaurinas, que quienes se oponen a estas lo hacen porque las ven como algo que resulta cuestionable de una forma en la que no lo es, por ejemplo, el consumo de animales no humanos como comida. La clara posibilidad de que esto suceda es algo a tener en cuenta. Se puede intentar minimizar este efecto complementando tales iniciativas con una argumentación de carácter más general, que aclare que no son sólo ciertos animales los defendidos o ciertas prácticas las cuestionadas. Con todo, siempre hay múltiples factores que entran en juego a la hora de que un mensaje u otro sea el interpretado que dependen del contexto y están fuera de control. Ello no vuelve especistas como tales a las iniciativas que no cuestionan el uso de animales de manera general, si bien las convierte en arriesgadas.
El PGS ¿tiene el potencial de ayudar a la causa general de los animales no humanos?
Por otra parte, habrá quien responda a esto que, para mucha gente, las campañas de este tipo no sólo no impiden una extensión de las preocupaciones de parte de la opinión pública hacia los animales no simios, sino que la facilitan. De hecho, el argumento podría ir más allá, apuntando que hay quienes de primeras nunca aceptarían la idea de la justa consideración de todos los animales capaces de sufrir y disfrutar, y que podrían hacerlo a partir de convencerse paso a paso con campañas parciales como esta.
Según esto, contrariamente a lo que sus críticos apuntan, el PGS no sólo no tiene por qué constituir una exclusión de los animales de los que no se ocupa, sino que puede servir como una estrategia favorable para estos, al cuestionar la línea divisoria moral antropocéntrica.
Lo que a mí me parece más razonable suponer es que tanto esta idea como la anterior pueden estar en lo cierto. Esto, lejos de ser contradictorio, parece claro, por una razón muy simple que los analistas de la cuestión olvidan con sorprendente frecuencia: la opinión pública no es un sólo individuo. No es una mente única. Ante una misma campaña hay gente que reacciona de un modo, y gente que reacciona de otro muy distinto. Así, creo que ciertamente habrá quien derive del PGS la idea de que no hay que considerar igualmente a simios y a otros animales. Y creo que habrá otras y otros a quienes el PGS les incite a comprometerse más con la causa de los animales no humanos en general. En la medida en que no dispongamos de datos estadísticos cuantitativos así como cualitativos sobre el particular, hemos de concluir que la cosa no está nada clara. En este punto, pues, también considero que las objeciones al PGS tienen una base dudosa. En cualquier caso, de estar en lo cierto, esas mismas objeciones se plantearían, con igual fuerza, a todo activismo centrado en una práctica concreta. Esto es, al activismo antitaurino, contra las pieles, etc. (El único activismo concreto, centrado en ciertos animales y en una cierta práctica, que podría verse libre de tal crítica sería el llevado a cabo a favor del vegetarianismo. Ello se debería a su carácter englobante dado lo extendido del consumo de animales no humanos).
Los argumentos que excluyen a los animales no humanos
De lo anteriormente dicho se deriva que una organización como el PGS tiene en principio el potencial de cuestionar la actual exclusión moral sufrida por los animales no humanos. La cuestión, pues, es, ¿cómo se puede llevar esto a cabo? Para examinar este problema es preciso considerar lo siguiente.De un modo un poco técnico, se puede decir que toda afirmación de un cierto criterio como moralmente relevante determina que se trace un dominio para la consideración moral. Quienes satisfacen tal criterio entran dentro de tal dominio y ven sus intereses considerados conforme a él, quienes no lo satisfacen se ven excluidos, y no son así poseedores de intereses a considerar. El debate en torno a la justificación del antropocentrismo moral se da, conforme a esto, del modo que sigue. Los partidarios del antropocentrismo proponen un determinado criterio como moralmente relevante (que supuestamente los humanos, y no los demás animales, satisfacen). De aquí se deriva que los animales no humanos han de ser tratados de modo desventajoso en relación a los demás seres humanos. Esto es, que la satisfacción de los intereses de los seres humanos tiene prioridad. A su vez, los oponentes del antropocentrismo responden que tal criterio no es moralmente relevante. En consecuencia, rechazan que haya que favorecer la satisfacción prioritaria de los intereses de los humanos.
¿Cuáles son los criterios propuestos por los defensores del antropocentrismo con tal fin? Bueno, los hay de distintos tipos, pero los más significativos caen fundamentalmente en dos tipos: los que apelan a determinadas facultades individuales (como ciertas capacidades cognitivas), y los que apelan a relaciones (como la cercanía de parentesco dada entre los seres humanos). Quienes critican el antropocentrismo indican que lo moralmente relevante es, por el contrario, la posesión de intereses, que tiene lugar desde el momento en que existe la posibilidad de sufrir y disfrutar. La posesión de ciertas capacidades intelectuales hace que se pueda sufrir y disfrutar de maneras distintas, que no tienen por qué ser más significativas (el sufrimiento de quien sabe que sufrirá puede verse acrecentado, pero también lo es el de quien sufre sin conocer la causa de su dolor ni si esté va a tener final). Y circunstancias relacionales como el parentesco tampoco determinan nada a este respecto. Por tanto, la crítica del especismo antropocéntrico rechaza que argumentos como los indicados puedan ser aceptables.
(Ahora bien, ha de tenerse aquí en cuenta algo que resulta fundamental: la oposición a los criterios apelados en defensa del antropocentrismo no es llevada a cabo por parte de quienes se oponen a este precisamente porque apoyen al antropocentrismo. La cosa va justamente al revés. Tales criterios se cuestionan porque son moralmente irrelevantes. Y es por esto por lo que se cuestiona, en consecuencia, el antropocentrismo. No a la inversa. Si el antropocentrismo fuese defendido sobre la base de criterios justificados –por ejemplo, si los seres humanos y sólo ellos tuviesen intereses, si sólo ellos sufriesen y disfrutasen–, el antropocentrismo no debería ser criticado –si lo es se debe, simplemente, a que tal premisa es falsa–. Y si criterios moralmente irrelevantes llevasen a trazar dominios morales distintos del puramente antropocéntrico, tendrían que ser igualmente cuestionados).
Estos motivos son los que llevan a rechazar que los argumentos que apelan a las capacidades cognitivas o a la cercanía parentelar como factores relevantes para la consideración de los intereses.
La línea a seguir para favorecer la causa de los animales no humanos
De esta manera, y teniendo siempre en cuenta lo dicho arriba al indicar que estamos hablando sólo aproximativamente, el PGS podría promover el rechazo del antropocentrismo si cuestionase los argumentos en los que este descansa. Así, ayudaría también a la causa de los demás animales no humanos. Para ello, tendría que negar que la posesión de ciertas capacidades intelectuales o la cercanía genética sean criterios moralmente relevantes. De aquí se deriva una tercera idea a apuntar: el PGS sí podría cuestionar la discriminación de los animales no grandes simios si cuestionase los argumentos que excluyen a estos.
Una línea que contraría la causa de los animales no humanos
De lo dicho arriba se desprende también otra consecuencia. Si se asumen y esgrimen públicamente los argumentos que excluyen a los animales no grandes simios lo que se hará será reforzar tal exclusión. Esto se sigue con claridad meridiana. Un argumento que excluye a los animales no grandes simios no puede ser un argumento que cuestiona su exclusión. Es, por el contrario, un argumento que los excluye. De manera que si se argumenta echando mano de criterios que excluyen a los animales no humanos, no se contribuye a defender la lucha contra la exclusión moral de estos, sino a lo contrario. De este modo, el PGS ayudará a los animales en general si no utiliza tales argumentos, mientras que contrariará su defensa en la medida en que sí lo haga.
Por desgracia, sucede que el PGS sí echa mano de tales argumentos. Desde el PGS se alude a menudo a las capacidades intelectuales de los grandes simios no humanos, y a su cercanía parentelar con los seres humanos, como un motivo para su consideración moral. Llegamos así, pues, a la cuarta idea a subrayar: el PGS utiliza argumentos que excluyen a los animales no que no son grandes simios (argumentos que apelan a criterios coincidentes por los invocados por los defensores del antropocentrismo). Arriba he negado la razón a los críticos del PGS en toda una serie de puntos, pero en este no hay forma alguna de hacerlo. Aquí la crítica resulta irrefutable.
(Con esto, es posible que me haya ganado las antipatías tanto de quienes critican al PGS como de quienes trabajan en él. Espero que no: estoy planteando todas estas opiniones de buena fe y con la intención de colaborar a un debate constructivo. En cualquier caso, creo que no haría bien no diciendo lo que pienso sólo para evitar reacciones negativas).
De todos modos, ante todo esto, hay sin embargo, felizmente, una alternativa clara: se puede defender que los grandes simios no humanos deben ser moralmente considerados porque poseen intereses, dado que tienen la capacidad de sufrir y disfrutar. Si el PGS adopta esta vía de acción todas las críticas que anteriormente pudiesen haber sido dirigidas contra él dejarán de tener base alguna. Pero, por supuesto el motivo para obrar de tal modo no debe ser evitar las críticas, sino evitar lo que las críticas apuntan (en este caso, correctamente; en otros, no tanto). Esto es, las consecuencias negativas del empleo de la argumentación que los defensores del antropocentrismo utilizan para discriminar a los animales no humanos en general. Sería óptimo, pues, convencer a los miembros y responsables del PGS para que adopten una argumentación centrada en la capacidad de sufrir y disfrutar, que sustituya a la arriba indicada.
Una elección entre estrategias
Puede argumentarse, ante esto, que el uso de los argumentos que excluyen a los animales no grandes simios hace más sencilla la consecución de los objetivos que este busca. Quizás sea así. Pero ello no constituirá una razón para asumirlos si efectivamente se quiere evitar que el PGS ponga traba alguna a la causa de los animales no grandes simios. Lo que está aquí en cuestión es lo siguiente. Supongamos que, efectivamente, cuestionar el antropocentrismo abiertamente, rechazando los argumentos que comúnmente se plantean en su defensa, no constituye la mejor estrategia si el objetivo que se busca es únicamente lograr la protección del grupo de animales constituido por los grandes simios humanos. El hecho es que, en cualquier caso, esta es la estrategia a seguir si lo que se busca no es sólo esto, sino también allanar el camino para la defensa de los demás animales no humanos. A su vez, buscar la protección de los grandes simios utilizando argumentos que excluyen a otros animales no humanos puede tal vez ser una estrategia que funcione mejor. Pero el precio de ello viene a ser obstaculizar el cuestionamiento de la discriminación de tales animales. Este es, pues, el dilema que se abre al PGS. Sería óptimo que hubiese alguna estrategia idónea que no tuviese ningún efecto negativo y que, por el contrario, aunase todas las virtudes deseables. Pero, por desgracia, esta no existe, y ha de optarse por alguna de las vías de acción posibles. Llevar a cabo tal elección implica apostar por aquello que se considera más importante. En este caso, el dilema se plantea entre acelerar la consecución de una protección más o menos significativa para los grandes simios frenando las consecuciones para otros animales o buscar esta de manera quizás menos acelerada pero sin frenar (más aun, hasta promoviendo) los avances para los demás animales. Si se considera el número de los animales implicados, resulta claro que esta última opción es claramente la deseable. Por otra parte, sería la que conseguiría una mayor afinidad entre los distintos colectivos antiespecistas y el PGS.
Tal y como he apuntado arriba, ha de entenderse que una iniciativa como el PGS puede ser defendida por quienes no asuman un punto de vista no discriminatorio que incluya a todos los animales sintientes. En ese caso, la exclusión de otros animales no resultará una cuestión a tener en cuenta, o lo será sólo de manera secundaria. No obstante, insisto también en que muchos y muchas de quienes apoyan al PGS no comparten tal asunción. No aceptan que los bonobos no puedan ser tratados como recursos pero las vacas o los atunes sí. Para ellas y ellos todo esto sí será una cuestión relevante. Sin duda, quienes así piensen no sólo se preocuparán de lo que el PGS consigue para los grandes simios, sino que también tendrán muy en cuenta qué repercusiones tiene este para los demás animales no humanos.