El escritor Javier Cercas ha publicado un interesante artículo sobre la ética de los toros en el suplemento semanal de El País. Merece la pena echarle un vistazo aquí.
Aludiendo a Elizabeth Costello (ver mi reseña de esta novela de Coetzee aquí mismo), Cercas sostiene que el toreo podría poseer cierto valor estético (y no deja de ser sintomático el papel que juegan los animales en ciertas expresiones de arte contemporáneo, como por ejemplo la obra de D. Hirst) y podría incluso añadirse que su carácter altamente ritual lo acerca a algunas expresiones del hecho religioso (¿o es que no hay exhibición pública de sufrimiento y muerte en las procesiones de Semana Santa, por ejemplo?)
El fuste de su argumento reside en comparar la relación entre (A) la vida y muerte que damos a los toros y (B) la vida y muerte que damos a los restantes animales no salvajes. Sostiene Cercas que éticamente A es preferible a B; por lo tanto, si prohibimos A, con mayor razón hemos de prohibir también B. Supongo que Cercas utiliza este argumento más para defender A que para atacar a B, práctica esta última que no corre demasiado peligro de ser prohibida en el parlamento catalán. En cualquier caso, su argumento me parece correcto. ¿Tiene algún punto débil?
En ocasiones he escuchado un argumento adicional, consecuencialista-antropocéntrico, en relación con el toreo: A debe ser prohibido (o permitido), no tanto porque suponga el sufrimiento y muerte de un animal, sino porque su exhibición pública provoca efectos negativos (o positivos) en la sociedad humana. Un partidario de prohibir el toreo podría replicar a Cercas que los aspectos menos abyectos de B pueden tolerarse en tanto no sean de conocimiento público; mientras permanezcan escondidos en granjas y mataderos, no dañan a los humanos. De aceptar este argumento, la única salvación para el toreo pasaría por su “privatización”, un poco a la manera de las cacerías del zorro en Inglaterra. Pero creo que este argumento no es sólido; no por su antropocentrismo (al que sin duda Oscar Horta sabría poner pegas), sino porque no admito la otra premisa, el que el toreo “contagie” de manera directa efectos positivos o negativos a la sociedad. De ser así, la sociedad española debería ser visiblemente distinta a la de cualquier otro páis europeo en la que no se diera el toreo. Y, sin embargo, las cifras de violencia doméstica y abusos a animales son, me temo, bastante similares a lo largo y ancho el continente. Naturalmente, esto es una cuestión empírica sobre la que me gustaría saber más...
Comentarios
Ética contra Estética
Interesante post Antonio, voy a comentar algunas ideas generales que se me ocurren al hilo del mismo y en relación con el artículo de Javier Cercas. Como sabemos, las relaciones entre Ética y Estética son complejas. A lo largo de la historia de la filosofía, los filósofos han considerado de diversas formas la relación entre una y otra disciplina: desde la convergencia entre lo bueno y lo bello, a la separación radical de lo uno y lo otro. Efectivamente, generalizando y simplificando enormemente, podemos afirmar que lo bueno es el objeto de la ética mientras que lo bello lo es de la estética. El artículo de Javier Cercas, con la excusa de la propuesta de prohibición de las corridas de toros en Cataluña, hace referencia a un problema antiguo: ¿Cuáles deben primar, las razones éticas o las estéticas? El objetivo declarado de Cercas es “contribuir a la campaña en contra de que se supriman en Cataluña las corridas de toros”. El autor recurre para ello al supuesto valor estético de la tauromaquia, rechazando otros enfoques del problema. A mi modo de ver, es indudable que los toros y el toreo poseen cierto valor estético, así como un carácter ritual que sublima (¿expía?) algunas cualidades y actitudes humanas. Comparto con el autor la idea de que “aunque no suelen discutirse, las razones estéticas no me parecen banales”. Al igual que estamos dispuestos a aceptar que las razones estéticas puedan ser relevantes a la hora de formular argumentos ecológicos (pueden consultarse en relación con esto los excelentes trabajos de la filósofa barcelonesa Marta Tafalla en su web: http://web.mac.com/marta.tafalla/EsteticadelaNaturaleza/Bienvenida.html), debemos estar dispuestos a aceptar que las razones estéticas son relevantes a la hora de considerar los problemas morales de las corridas de toros. Ahora bien, una cosa es que sean relevantes y, otra bien distinta, que dichas razones invaliden o superen a las razones éticas. Aceptemos, junto con el autor, que el toreo sea un arte o, en su defecto, sea algo que “…se parece tanto al arte que es muy difícil distinguirlo de él” (olvidémonos de los problemas que pueden surgir de este parecido). Creo que el argumento puede reconstruirse más o menos así: (P1) El arte es valioso. (P2) El toreo es arte (o algo muy parecido al arte). (C) El toreo es valioso. En todo caso, del hecho de que el arte sea valioso no se deriva el hecho de que el valor artístico sea absoluto (como Cercas muestra al oponer las razones morales a las estéticas). ¿Es lícito matar para crear arte? ¿Deben establecerse límites a la utilización de animales en el arte? Aunque habría que matizar la respuesta en caso de que los animales estuvieran vivos o muertos, mi respuesta sería, sin lugar a dudas, afirmativa en el caso de los animales vivos como sería el caso de las corridas de toros (un artículo muy interesante de la filósofa avilesa Carmen Velayos al respecto puede encontrarse en el siguiente enlace: http://www.ub.edu/fildt/revista/pdf/RByD10_Animal.pdf). Desde mi punto de vista no es lícito matar para crear arte, pero si considerásemos lícito el hacerlo, todavía tendríamos que explicar por qué se podrían matar animales en nombre del arte y no seres humanos (suponiendo que consideremos inaceptable la muerte de seres humanos en nombre del arte, algo que no parece demasiado controvertido). Todo criterio propuesto, si no quiere pecar de especista, debería ser capaz de superar las objeciones del argumento de la superposición de especies. Por supuesto que otros problemas muy interesantes están presentes también: ¿Cómo definimos el Arte? ¿Qué criterios vamos a utilizar para evaluar la artisticidad de una obra/actividad? ¿Son, tanto la definición propuesta como los criterios, objetivos? Si no lo son, creo que debería primar la consideración moral de los seres sintientes, porque el dolor y, en cierta medida, también el sufrimiento que experimentan los toros de lidia son objetivos y difícilmente pueden ponerse en duda (mientras que la artisticidad de la tauromaquia sería más discutible, aunque, como he manifestado, yo estoy dispuesto a aceptarla). Nos enfrentamos al arduo problema de la objetividad del arte, un problema que no es nada fácil de responder. Todo esto son solamente algunas ideas generales que se me ocurren en lo tocante a la relación entre Ética y Estética. En otro comentario mostraré mis impresiones sobre los argumentos específicos que se plantean en el post.
...y estética contra ética
Gracias, Mikel, por un comentario tan lúcido, y eso que aún no has entrado al trapo (por seguir con el tema) del argumento central de Cercas. Las referencias que mencionas son muy recomendables; el artículo de Carmen Velayos, por ejemplo, analiza el caso de las perfomances con animales, la obra de Hirst y la de otros artistas contemporáneos.Estoy de acuerdo con el argumento que planteas: aunque hay autores que critican el “imperialismo de la ética”, o lo que algunos llaman “eticización”, creo que la ética está precisamente para eso: para poner límites, también al arte. Lo que pasa es que la relación entre ética y estética es compleja, como bien sabes. La ética puede marcar límites al arte, pero el arte funciona a menudo como revulsivo y laboratorio para la ética; en ese sentido, su función es precisamente poner en cuestión los límites de la moral establecida.He traído a colación el argumento consecuencialista-antropocéntrico porque hay quienes consideran que el arte (o la religión), aunque tenga que pagar un precio en sufrimiento animal (o incluso humano), puede ser éticamente valioso si con ello trae consigo alguna clase de bien o verdad a los humanos. El argumento me parece falaz porque considero prácticamente imposible aislar los efectos positivos o negativos de casi cualquier práctica humana; creo que las prácticas y las instituciones hay que evaluarlas por lo que valen en sí mismas, por los bienes internos que traen consigo. Pero, falaz o no, este argumento consecuencialista-antropocéntrico es utilizado por mucha gente con mayor o menor nivel de sofisticación; incluso podría entrar aquí el Nietzsche de El nacimiento de la tragedia, aunque no sea precisamente un utilitarista.
Críticas al argumento consecuencialista - antropocéntrico
Me gustaría comentar ahora el segundo de los argumentos a los que alude Antonio en el post, al cual denomina consecuencialista – antropocéntrico. Me centro en este argumento porque me parece más claro y sencillo, el otro argumento, empleado por Cercas en su artículo, creo que es bastante más oscuro y difícil. (No tengo tan claro como Antonio que sea correcto, pero, por ahora, tampoco sé muy bien por qué me parece incorrecto.). Estoy de acuerdo con Antonio en que el argumento no es sólido en su aspecto consecuencialista. Creo que el argumento puede formularse así: (P1) La exhibición pública del sufrimiento y la muerte de un animal provoca efectos negativos en la sociedad. (P2) Deben prohibirse aquellos actos o acciones que provoquen efectos negativos en la sociedad. (P3) El toreo implica la exhibición pública del sufrimiento y la muerte de un animal. (C) El toreo debe prohibirse.Al igual que Antonio, yo también creo que la debilidad principal del argumento radica en que la primera premisa no está empíricamente justificada. En un artículo de1985, titulado “Images of Death and Life: Food Animal Production and the Vegetarian Option”, la activista social y política Harriet Schleifer, aparte de ofrecer algunas estadísticas en torno a ciertos temas relacionados con el consumo de carne animal por parte de los humanos, sugiere que la matanza repetida y continuada de animales deriva en “el endurecimiento de las emociones”. Si esto fuera así, los toreros, al igual que los trabajadores de los mataderos, serían seres insensibles y “duros emocionalmente”. Además, afirma que muchos estudios han especulado sobre la conexión entre comer carne y la violencia entre seres humanos, aunque reconoce que ninguno de ellos ha sido concluyente.En consonancia con Martha Nussbaum, podemos decir que el argumento descansa sobre una serie de frágiles pretensiones empíricas de carácter psicológico. No creo que los trabajadores de los mataderos, o los toreros, sean gente especialmente violenta o sádica, como tampoco me parece que la conexión entre el maltrato público de los animales y las consecuencias negativas para la sociedad esté probada. A mi modo de ver, el peso de la prueba debe recaer en los que afirman que dicha conexión existe y, que yo sepa, nadie lo ha probado todavía. Si alguien dispone de datos, o conoce estudios sobre el tema, a mí también me gustaría saber más.En lo que toca al aspecto antropocentrista del argumento, creo que puede encuadrarse sin problemas dentro del conjunto de argumentos que forman lo que se conoce como argumentos de los deberes indirectos. La idea básica es que no tenemos deber moral directo alguno hacia los animales, porque los animales son, simplemente, medios a través de los cuales los humanos cumplimos o dejamos de cumplir nuestros fines. La idea de Kant (y de otros antes que él), basada en una similitud analógica debido a que el comportamiento humano y animal es similar, sostiene que si nos habituamos a tratar mal a los animales, terminaremos por maltratar también a los seres humanos. Es decir, si somos buenos con los animales reforzamos nuestra bondad hacia los humanos, mientras que si somos crueles con ellos, lo que hacemos es fomentar tendencias de crueldad hacia los propios seres humanos.Aunque no es fácil enfrentarse a los defensores de los deberes indirectos, lo que se les podría reprochar es la estrechez de los criterios que emplean a la hora de determinar quién merece consideración moral directa y quién no. Así pues, los defensores de los deberes indirectos, deberían enfrentarse, una vez más, al argumento de la superposición de especies, y explicar por qué la muerte y el sufrimiento animal, se den en público o en privado, son moralmente irrelevantes, mientras que la muerte y el sufrimiento humano no lo son (supongo que no habrá muchos problemas para aceptar esto último). ¿Pueden los defensores de los deberes indirectos, proponer algún criterio relevante que sea capaz de validar que el sufrimiento de los bebés (o los enfermos de alzhéimer) merece consideración moral directa, pero no así el sufrimiento animal? A mi modo de ver, todavía no han conseguido formular dicho criterio. Por lo tanto, el argumento pecaría de antropocentrista y especista.También comparto tu opinión sobre el hecho de considerar falaz el argumento. Creo que los que afirman que “el arte (o la religión), aunque tengan que pagar un precio en sufrimiento animal (e incluso humano), puede ser éticamente valioso si con ello trae consigo alguna clase de bien o verdad a los humanos” defienden una versión de “la doctrina del doble efecto”. Según esta doctrina, una acción puede tener dos efectos (uno positivo y otro negativo) y, mientras que el efecto que se busca conseguir sea beneficioso y no viole una norma moral absoluta, la acción debe ser considerada permisible. Aunque preveamos que como resultado de nuestra acción un animal muera, esto solamente constituiría un efecto secundario no deseado que en ningún caso invalidaría la validez moral de la acción. Por supuesto, está el problema de si existen normas morales absolutas. Pero, además, está el problema de que la distinción entre un efecto intencionado y un efecto secundario es bastante artificial: la responsabilidad no se evita pasando la intención de un efecto negativo a uno positivo. Si prevemos ambos efectos, la responsabilidad debe ser también hacia ambos. Si a lo que se refieren es a que no les importa el sufrimiento humano o animal siempre que acarreen buenas consecuencias, pues el problema ya es más complicado pero, como opinión personal, tiendo a desconfiar de cualquier teoría que ningunee o esté dispuesta a consentir el sacrificio de individuos inocentes en aras de un bien mayor.
Falacia de 'tu quoque'
Interesante entrada e interesantes comentarios. Aquí por mi parte me voy a salir un poco de las últimas cuestiones que habéis estado tratando, y sólo voy a hacer un apunte acerca del argumento que emplea Cercas. En realidad, este es enormemente común. Lo emplean de forma habitual quienes defienden la tauromaquia, y de hecho no estaría mal escribir algo sobre esto. Intentaré hacerlo de forma más extensa en algún momento, El argumento de Cercas es un ejemplo de manual de falacia de 'tu quoque'. x acusa a y de hacer A cuando x también hace A, concluyendo que la crítica de x a A no es procedente, algo que no se sigue en absoluto. El argumento de Cercas sería válido sólo si aceptamos que no hay prácticas moralmente rechazables en sí mismas, sino que únicamente pueden serlo en comparación con otras. Esta postura hace que cualquier práctica que consideremos injustificable se vuelva justificable si hay otra práctica diferente aun peor. Pero esto sólo es posible en el caso de que estemos ante un dilema moral conforme al cual sólo podamos hacer o una acción B u otra C. En tal caso, si B es más reprobable que C, pues será legítimo hacer B. Este no es el caso, sin embargo, aquí, porque no hay que elegir entre matar toros en la plaza y consumir animales. De manera que el argumento no puede ser aceptable. Si torturar animales en la plaza es moralmente reprobable, lo es independientemente de que también existan otras prácticas que ocasionen grandes daños a los animales. Violar niños no se vuelve aceptable porque violar a la vez que torturar niños sea algo aun peor. Ni se vuelve aceptable porque alguien que diga que es inaceptable también participe de tal práctica. Y, por otra parte, se puede perfectamente evitar tanto lo uno como lo otro, tanto en este ejemplo como en el caso de las agresiones a los animales. De hecho, contra lo que asumen los defensores de la tauromaquia, mucha gente ya no consume animales.