En ocasiones se ha defendido la idea de que es positivo traer al mundo a seres cuya vida va a ser lo suficientemente buena como para compensar el vivirla. Según esto, sería bueno criar animales para su consumo siempre que su vida no fuese tan terrible como para ser peor que la no existencia.
Por supuesto, el argumento no es aplicable en el caso de un gran número de los animales matados para su consumo, por el simple hecho de que estos viven vidas terribles que están por debajo del nivel a partir del cual una vida merece la pena ser vivida. Ello muestra la relevancia del sufrimiento, que muchas veces es dejada de lado. Con todo, merece la pena considerar este razonamiento por ver cómo rebatirlo en el caso de los restantes animales.
Los argumentos de Henry Salt
Este argumento a favor del consumo de animales no humanos no es nuevo: fue presentado ya hace cerca de un siglo y medio por Leslie Stephen en Social Rights and Duties (London: Swan Sonnenschein & Co., 1896). Y lo cierto es que tiene un enorme aire a racionalización, esto es, a justificación buscada con el fin de excusar el consumo de animales. Por este motivo, Henry Salt (defensor ya en el siglo XIX de la liberación animal) le dio el nombre, con el que continua siendo llamado en la actualidad, de “lógica de la despensa” (“logic of the larder”) Salt presentó dos líneas de crítica contra este razonamiento en su obra The Humanities of Diet (London: The Humanitarian League, 1897; Manchester: The Vegetarian Society, 1914):
(i) La primera consiste simplemente en apuntar que el mismo argumento puede ser aplicado a los seres humanos. Un ejemplo de ello se muestra en la novela de William Nolan y George Clayton Johnson La fuga de Logan (que posteriormente fue llevada al cine y a una serie de televisión). Esta nos muestra un mundo en el que, con la excepción de una reducida minoría, los seres humanos son forzados a morir a los 21 años. La mayoría rechaza que algo así sea positivo, a pesar de que sea algo que posibilita que existan más generaciones. Muchos y muchas creemos que sería mejor un mundo en el que viviésemos hasta los 90, en lugar de otro en el que viviésemos sólo hasta los 20 o los 30, incluso aunque ello implicase que hubiese menos generaciones y aunque la suma total de bienestar fuese menor.
(ii) La segunda crítica, de carácter más sustantivo, entraría ya a dar cuenta de las razones por las que la lógica de la despensa no tendría una base aceptable. Esta consiste en rechazar que tengamos razones para traer seres felices al mundo. La lógica de la despensa lleva a concluir que los seres humanos debemos traer cuantos más bebés al mundo, mejor, siempre que sus vidas merezcan la pena ser vividas. Sin embargo, esta idea parece, en principio, descabellada.
El interés en no morir
Hay que decir, sin embargo, que el segundo argumento de Salt, pese a parecer muy intuitivo, es bastante más problemático de lo que la mayoría pensamos. Por dos motivos. El primero, que aun si estuviese en lo cierto, nos daría una razón para no considerar que hemos de traer seres al mundo, pero no para oponernos a traerlos. El segundo es más complejo. Puede presentarse como sigue. Supongamos que un ser va a venir al mundo para sufrir. Supongamos que sabemos con toda certeza que su existencia no va a contener más que terribles sufrimientos. En este caso parece claro que sería mejor que no existiese. Pero si eso es así, nos vemos ante el siguiente problema. Si traer al mundo a alguien que va a sufrir es malo, ¿cómo es que no es bueno traer al mundo a alguien que va a disfrutar? O rechazamos que exista una simetría entre el modo en el que se ha de considerar el sufrimiento y el bienestar futuro, o aceptamos que tenemos razones para traer al mundo a alguien con un nivel de bienestar positivo. Ninguna de estas opciones es realmente satisfactoria. (Este argumento fue en su momento una causa de quebraderos de cabeza para Peter Singer en su Ética práctica (Cambridge: Cambridge University Press, 1995 –Practical Ethics, 2ª ed., Cambridge: Cambridge University Press, 1993–.).
Con todo, aun cuando el argumento de Salt resulte problemático, el hecho es que puede presentarse otro por el cual la lógica de la despensa resulte cuestionable. Este es relativamente sencillo, y radica en lo siguiente. Dejemos de lado la cuestión de si es bueno traer al mundo a un ser con una vida por encima del nivel al que merece la pena ser vivida. Supongamos que ese ser ya existe. Matarlo será un daño para él. El motivo es que la muerte supone la pérdida de experiencias positivas. Aun cuando en conjunto la vida de un animal muerto para su consumo sea mejor que no haber nacido en absoluto, el hecho es que su vida será mejor si no lo matamos. De manera que la premisa en la que descansa la lógica de la despensa no la justifica como tal. Podría como mucho justificar que se hiciese nacer a ese animal, pero no que con posterioridad se le mate. Incluso aunque previamente muestre como positivo o justificado traer al mundo a ese ser para que viva hasta el momento en que se le mate, una vez existe como un ser con experiencias positivas ya pasa a dejar de estar justificada su muerte.
Se podría pensar que, aun así, el daño que le ocasione su muerte se puede ver compensado por el beneficio que le ocasione a otro ser existir, esto es, el siguiente animal en la cadena de producción de una granja. Ahora bien, ello supone asumir la idea de que nuestras vidas pueden ser reemplazables (y creer así que las cosas funcionan francamente bien en el mundo de La fuga de Logan). Este argumento podrá ser sostenible si creemos que el hecho de que alguien exista no hace que sus interés en continuar existiendo cuente de un modo más significativo que el interés en venir al mundo de un ser que aun no existe. Si no consideramos que esto sea así, si creemos que hay razones especiales relativas a los individuos que ya existen, que hacen que sus intereses significativos tengan prioridad sobre el interés en existir de un ser posible que aun no existe, rechazaremos el argumento de la reemplazabilidad.
Para leer más, y un apunte
La lógica de la despensa ha sido defendida en la actualidad en distintos textos. Por ejemplo: Roger Scruton, Animal Rights and Wrongs (London: Metro, 1996), p. 100; y Richard M. Hare, “Why I Am Only a Demi-Vegetarian,” en Singer and His Critics, ed. Dale Jamieson (Oxford: Blackwell, 1999), 233–46. A su vez, ha sido cuestionada en varios trabajos. Entre estos cabe contar, por ejemplo: Bart Gruzalski, “The Case Against Raising and Killing Animals for Food,” en Ethics and Animals, ed. Harlan B. Miller y William H. Williams (Clifton: Humana Press, 1983), 251–63; y Evelyn Pluhar,Beyond Prejudice: The Moral Significance of Human and Nonhuman Animals (Durham: Duke University Press, 1995), capítulo 4.
En particular, un artículo que se centra en esta cuestión es el siguiente: Gaverick Matheny y Kai M. A. Chan, “Human Diets and Animal Welfare: The Illogic of the Larder,” Journal Of Agricultural And Environmental Ethics 18 (2005): 579–94, que podéis ver aquí. Hay que decir, sin embargo, que en este artículo se emplea un argumento, diferente de los empleados aquí, que falla. Matheny y Chan sostienen que el abandono del consumo de animales, al implicar que una porción de tierra menor debe ser empleada para el cultivo, implica que hay más lugar para que existan animales salvajes y, por tanto, posibilita que hay más animales salvajes, cuyo bienestar neto, así, aumentará.
Este argumento se basa en el hecho de que una alimentación basada en animales implica una destrucción comparativa de calorías y proteínas en relación a una basada en vegetales. Por ello, si consumimos directamente el grano producido en un terreno, podremos alimentar a mucha más gente que si criamos a animales con él y luego matamos a estos y nos alimentamos con ellos. De este modo, si comemos productos cárnicos, provocaremos que una mayor porción de territorio sea destinado a cultivo. Hasta aquí el argumento es intachable. Asimismo, parece que podríamos también aceptar la idea de que, al ser menor la biomasa en un terreno cultivado que en un territorio selvático, las zonas cultivadas contendrán menos animales. (El argumento no funcionaría, sin embargo, para los cultivos en zonas donde se recuperan lugares con menor biomasa mediante técnicas de regadío). Ahora bien, lo que resulta controvertido es que en conjunto el bienestar de los animales salvajes sea mayor, en conjunto, que el sufrimiento padecido por estos. Alan Dawrst en este artículo y Yew-Kwang Ng en este otro han mostrado que sucede de modo contrario. Por ello, el argumento de Matheny y Chan resulta cuestionable. Con todo, a pesar de esto, las razones indicadas arriba tienen el peso suficientes como para rechazar la lógica de la despensa.
En resumen
La lógica de la despensa descansa en la diferencia entre vivir una vida en la que el sufrimiento es mucho mayor que el disfrute y vivir una vida en la que este último es mayor. Hemos visto que el argumento puede rebatirse considerando el interés en continuar viviendo y rechazando que este pueda ser echado a un lado en beneficio del beneficio que ocasione traer al mundo a otros individuos que aun no existan.Esto, por supuesto, no implica que la diferencia en la que el argumento descansa no sea relevante. Está claro que es peor vivir una vida que no merece la pena ser vivida que vivir una vida que sí merece la pena. Una vida con más disfrute que sufrimiento es una vida que no deberíamos finalizar. A su vez, una vida con más sufrimiento que disfrute (como lo son las que padecen un gran número de animales criados para su consumo) es una vida que no debería haber comenzado a existir jamás.