La oposición entre defensa de los animales y ecologismo es bien conocida entre quienes investigan estas cuestiones, aunque muy poco entre quienes no tienen familiaridad con ellas.
El ecologismo (o más bien los ecologismos, pues constituyen una familia de posiciones muy diversa) defiende la conservación de entidades como los ecosistemas, las biocenosis o las especies. A su vez, la defensa de los animales, o, para hablar más exactamente, el movimiento contra el especismo, defiende los intereses de todos los seres sintientes. En la práctica esto tiene distintas consecuencias de importancia:
(1) El antiespecismo se opone a las distintas formas de explotación animal, como se opondría si sus víctimas fuesen seres humanos. El ecologismo las rechaza solamente si tienen un impacto ambiental negativo, no más de lo que lo hace en el caso de cualquier otra actividad. Y puede apoyar formas de explotación animal que no tengan tal impacto como alternativas a otras actividades que sí lo tengan, incluso cuando estas últimas no impliquen una explotación a los animales.
(2) El ecologismo está a favor de intervenir en la naturaleza de formas dañinas para los animales no humanos (incluyendo aquellas que implican su muerte) si ello favorece la consecución de ciertos fines medioambientales. El antiespecismo se opone a ello.
(3) El antiespecismo está a favor de intervenir en la naturaleza de formas que sean favorables a los animales no humanos. Un ejemplo de esto lo constituye la difusión en su entorno de vacunas contra las enfermedades que les afectan, el suministro de alimento en situaciones de hambruna, etc. Desde el ecologismo esto se rechaza por no ser considerado algo natural
En línea con esto (en concreto con el punto 2 arriba indicado), está teniendo lugar en la actualidad un conflicto muy significativo entre el movimiento antiespecista y el ecologista con respecto a la matanza de animales foráneos. El pasado mes de noviembre fue aprobado un Real Decreto estableciendo el catálogo de especies consideradas “invasoras” en el estado español y ordenando su matanza total o parcial (dentro del marco de la estrategia europea en este campo). Esta medida ya se está poniendo en práctica, con actuaciones como matanzas de perros abandonados asilvestrados y de lobos hibridados, de malvasías canelas, muflones y otros.Desde hace años, distintas organizaciones ecologistas han estado haciendo presión para que esta medida fuese aprobada. De hecho, organizaciones ecologistas muy representativas en el territorio español, han hecho público un comunicado firmado conjuntamente con organizaciones de pescadores en favor de esta medida.
A su vez, las organizaciones contrarias a la explotación animal (que defienden el fin del uso de animales como recursos, y por tanto se oponen a la pesca) habían emitido ya con anterioridad otro comunicado conjunto contrario a esta medida. Asimismo, han llevado a cabo movilizaciones de protesta contra la matanza de estos animales.
A menudo desde las posiciones ecologistas se considera que quienes se oponen a estas medidas simplemente hablan desde la ignorancia, no conocen realmente las razones a favor de tales medidas. El motivo por el que se piensa esto es porque se parte de asumir que es obvio que los valores conservacionistas deben prevalecer sobre el interés en vivir de los animales. Sin embargo, ello no es el caso. No es obvio que así sea. De hecho hay fuertes razones para rechazar que sea así. En este enlace podéis leer más sobre cuáles son tales razones, así como sobre el contexto del conflicto.
Para poder examinar qué está implicado en este debate en último término la cuestión a examinar es la siguiente. Cuando intervenimos en la naturaleza, ¿cuál es exactamente el valor que queremos defender?
Hay varios candidatos posibles, como por ejemplo (1) los intereses humanos; (2) la conservación de ciertos entornos, ecosistemas o genotipos; o (3) los intereses de todos los seres con la capacidad de ser perjudicados y beneficiados por poder sufrir y disfrutar. No hay razón alguna, en principio, para oponerse ni a los primeros ni a los segundos fines. El problema surge si su búsqueda va de la mano de la vulneración de los terceros. Consideremos la cuestión con detenimiento.
En el caso de la defensa de los intereses humanos estamos ante un fin plenamente legítimo siempre y cuando no suponga frustrar intereses mayores poseídos por los animales de otras especies. Esto último no es justificable si rechazamos la discriminación de quienes no pertenecen a una cierta especie.
En el caso de la defensa de los ecosistemas, ¿qué podemos decir? Estos son sistemas compuestos por organismos vivos en una determinada área intereaccionando entre sí y con otros elementos bióticos y abióticos presentes en dicha área. No son seres sintientes, luego no tienen intereses propios. Los animales sintientes que viven en ellos sí tienen intereses. Podemos considerar, ante esto, que hay que conservar los ecosistemas para defender a los animales que viven en ellos. Pero si es así, si lo que hay que defender son los intereses de tales animales, no puede ser aceptable sacrificar estos mismos intereses de cara a mantener un cierto ecosistema en un cierto estado. Con ello estaríamos sacrificando el fin buscado para conseguir un medio supuestamente instrumental para tal fin.
Puede utilizarse aquí un argumento distinto, y plantearse que, en este caso, si no se mata a los animales foráneos estos provocarán, directa o indirectamente, la muerte de más animales. Pero hay que tener en cuenta que, en realidad, la presencia de animales foráneos no tiene por qué suponer la muerte de más animales que su ausencia. Los animales nativos también provocan directa o indirectamente la muerte de otros animales, ya sea directamente, al agredirlos, o mediante la competencia por recursos escasos. En la naturaleza, al margen de la acción humana, el sufrimiento y muerte prematura de los animales es la norma. Ello se debe fundamentalmente a la predominancia de la llamada selección-r en dinámica de poblaciones, que supone que la abrumadora mayoría de los animales que vienen al mundo mueren al poco tiempo (como se explica por ejemplo, aquí: “Debunking the Idyllic View of Natural Processes: Population Dynamics and Suffering in the Wild” y aquí
“Animal Liberation and Environmental Ethics: Bad Marriage, Quick Divorce”). Por ello, la defensa de este argumento no puede plantearse con éxito argumentando que como resultado de la presencia de animales foráneos mueran más animales, pues no tiene por qué ser así. El número de animales que sufren y mueren continuamente en la naturaleza, que es inmenso, es el resultado de otras circunstancias totalmente distintas, fundamentalmente la indicada arriba (el seguimiento masivo de la selección-r). Es cierto que en las situaciones que en ocasiones son denominadas como de “invasión biológica” la selección-r resulta común entre los animales llamados “invasores”, pero ello no quiere decir que no se dé también habitualmente entre los nativos. Y ello sucede constantemente en los distintos ecosistemas, haya o no animales foráneos en los ecosistemas en cuestión. (De hecho, una preocupación sincera por la suerte de los animales llevaría a intervenir no para dañarlos, como en el caso de esta medida, sino más bien para beneficiarlos, a la luz de lo que muestra la dinámica de poblaciones).
En realidad, la matanza de animales de origen foráneo se defiende comúnmente, por el contrario, porque como consecuencia de tal presencia puede dejar de haber animales con un determinado fenotipo o genotipo (o se reduce notablemente el número de estos). Esta es, de hecho, la lógica por la cual se mata por ejemplo a las malvasías canelas o a los lobos hibridados con perros. Las malvasías canelas no matan a las cabeciblancas, simplemente se aparean con ellas; los lobos hibridados no matan a los lobos sin hibridar, simplemente se aparean con ellos.
Puede decirse, por otra parte, que la conservación de los ecosistemas es un fin en sí mismo. Como he indicado arriba, no hay motivo en principio para oponerse a dicho fin. Pero si este es buscado causando daños a los animales, entonces tenemos razones morales de peso para oponernos a ello. Esto lo defenderemos quienes consideremos convincentes las razones por las cuales lo moralmente considerable es la capacidad de sufrir y disfrutar, y no otras circunstancias. Los ecosistemas, como he apuntado, no son seres sintientes.
Por otra parte, cabe apuntar otras objeciones al ideal conservacionista. Los ecosistemas están todo el tiempo en proceso de transformación. Cuando un ecosistema se transforma o desaparece, otro ecosistema (con más o con menos componentes bióticos) ocupa su lugar. Sobre esa base ha tenido lugar la historia natural; los ecosistemas actuales no son iguales a los que había hace 100.000 años, ni estos eran iguales a los de hace 1 millón de años. Los ecosistemas que existen en el mundo se han originado precisamente debido a las transformaciones previas que eliminaron ecosistemas anteriores (incluidas, por cierto, aquellas dadas por el hecho de que unos animales pasen de un lugar a otro; de lo contrario, no existirían los lemures en Madagascar ni las jinetas en la península ibérica —en este último caso, desde hace unos pocos cientos de años—). En sí mismo, ello no parece ser un problema. Pero si defendemos que lo que hemos de buscar es la permanencia inalterada de los ecosistemas en su estado actual, entonces, si fuésemos consistentes, tendríamos que intentar frenar la historia natural, pues esta está transformando continuamente los ecosistemas.
Se puede indicar que en todos estos casos no es negativo que un ecosistema reemplace a otro, debido a que es un ecosistema generado naturalmente, y no por la acción humana. Pero esto trae nuevos problemas. A fin de cuentas los intentos restauradores de ecosistemas anteriormente vigentes son también resultado de la acción humana. Y lo eran también los propios ecosistemas que se intenta restaurar, que no eran los que existian antes de la llegada de los seres humanos. Y, sobre todo, resulta éticamente cuestionable, pues el hecho de que algo sea natural no hace que tenga que ser mejor, ni el que algo sea debido a la acción humana lo vuelve peor. Si tiene lugar un daño natural, como por ejemplo que alguien padezca una enfermedad mortal, es bueno eliminarlo. (Sobre todo esto recomiendo el artículo "Killing Animals that Don't Fit In: Moral Dimensions of Habitat Restoration" de Jo-Ann Sheldon, y quienes quieran leer más pueden ver también este otro trabajo: "The Ethics of the Ecology of Fear against the Nonspeciesist Paradigm: A Shift in the Aims of Intervention in Nature").
Puede también defenderse que un ecosistema determinado es mejor por ser más diverso. Pero de nuevo, el conflicto antes indicado surge aquí: ¿por qué es un valor en sí la diversidad? Yo al menos no tendría dudas a la hora de elegir si vivir en un infierno diverso o en un paraíso muy simple. Desde tal punto de vista, considerando la capacidad de sufrir y disfrutar como el criterio para reconocer cuándo alguien necesita ser moralmente considerado, la diversidad puede ser defendida, pero no a costa de dañar a seres sintientes.
En realidad, esto es reconocido ampliamente cuando hay en cuestión interesese humanos, pues nunca se defiende la matanza de seres humanos para preservar los ideales ambientales conservacionistas arriba indicados. Esto muestra que aunque tales ideales sean tomados en serio, se considera que hay algo más relevante, que debe ser protegido muy significativamente: los intereses vitales de los seres humanos. Ahora bien: si rechazamos el especismo, tenemos que considerar que los intereses vitales de todos los animales sintientes son asimismo importantes. Está claro que hay acciones posibles que podrían defender fines ambientales. Una matanza masiva de seres humanos sin duda reduciría su impacto ambiental. Pero no consideramos justificable tal medida, porque supondría dañar terriblemente a tales seres humanos. Si rechazamos el especismo, esto nos da un un buen referente para saber lo qué tampoco resulta justificable hacer a otros animales sintientes.