Comúnmente se distingue el reino animal en dos grupos. Uno de ellos, constituido por los seres humanos; el otro, formado por todos los demás animales. Desde toda una serie de perspectivas, una clasificación como esta resulta curiosa. Pero el hecho es que ha sido mayoritariamente asumida como la relevante a lo largo de la historia de la moral.
Si efectivamente estuviese claro que esta actitud es la que hemos de asumir, entonces una sección como esta, en un portal de ética aplicada, no tendría sentido. Hay motivos, sin embargo, para pensar que no es el caso. Ciertamente, en ciertas ocasiones se defiende que los animales no humanos no han de contar nada en absoluto. Tal idea puede sostenerse tanto si se asume que estos no tienen verdaderamente intereses como si se entiende que, aunque si los tienen, su frustración no es algo que nos haya de importar lo más mínimo. La mayoría de nosotros, con todo, rechaza estas dos ideas. Y si esta mayoría está en lo cierto, entonces quiere decir que es necesaria una reflexión sobre la cuestión. Lo cual choca con la casi completa desatención que recibe en la actualidad.
Ha de tenerse en cuenta con relación a esto, en particular, lo que una aproximación puramente numérica a la cuestión nos puede mostrar. Y es que el hecho es que el número de animales no humanos que son utilizados (fundamentalmente, para su consumo) es colosal. Asciende a varias decenas de miles de millones de animales cada año. De manera que si efectivamente estos tienen intereses moralmente significativos, ello significa que estamos ante un problema que dista mucho de ser marginal. Esto es algo que no puede dejarse de lado al considerar el problema moral constituido hoy en día por la privación de consideración moral a los animales de especies distintas de la nuestra.
Por otra parte, no hemos de perder de vista algo más. Que se crea que los intereses de los animales no humanos deben ser considerados no quiere decir que se abandone la creencia en la “frontera de especie” entre la consideración que damos a los intereses humanos y a los intereses de los demás animales. De hecho no es aventurado decir que la mayoría sostiene en la actualidad ambas ideas. Sin embargo, ocurre también que tal posición no es el resultado, en la casi totalidad de los casos, de una reflexión informada y con una mínima profundidad sobre la cuestión. ¿Cómo podemos, entonces, estar tan seguros de su pertinencia? Quizás una reflexión de este tipo venga a confirmar, efectivamente, que el mantenimiento de la frontera de especie es algo imperativo o, al menos, permisible. O quizás niegue que esto sea así. Lo que es enormemente dudoso es que tal reflexión haya de ser obviada.