En los escaparates de tiendas o supermercados se pueden ver carteles anunciando que la carne de vaca cuesta x el kilo, o que un litro de leche cuesta x o que un pollo preparado para comer cuesta x. Lo que se supone, pues, es que ese es el precio del producto, que el cliente paga para obtenerlo.

La realidad, sin embargo, sobre cuál es el precio real de estos productos, y sobre quién lo paga, es diferente. Y eso no sucede solo en el caso de la carne, claro está, sino que pasa también en el de los demás productos y servicios de origen animal. El título de esta entrada se refiere en concreto a la carne, para simplificar y porque en ella pondré algún ejemplo que tienen que ver con el consumo de carne, pero las razones que puede haber para considerar esta cuestión se aplican del mismo modo a todos estos productos y servicios.

Para examinar este asunto podemos empezar por ver qué es lo que pasa cuando unos se benefician y otros son perjudicados.

 

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Todo tiene un precio

En el día a día es habitual que obtener algo que nos beneficia tenga un coste. Es normal que tengamos que gastar tiempo haciendo algo que no nos gusta para obtener aquello que necesitamos. Y a veces nos toca sufrir para poder conseguir algo que buscamos. En ciertas ocasiones, a cambio de lo que queremos pagamos con dinero, dinero que a su vez tuvimos que obtener con el sacrificio de nuestro trabajo.

Sin embargo, hay casos en los que las cosas funcionan de forma diferente. Alguien obtiene un cierto beneficio, pero el sacrificio que ello cuesta no lo paga él o ella. Hay alguien más que debe pagar por ello. Esto sucede, por ejemplo, si alguien nos roba lo que obtuvimos con nuestro esfuerzo y se lo queda para su propio beneficio. O si nos obliga por la fuerza a hacer algo malo para nosotros pero bueno para él.

Un ejemplo claro de esto es lo que sucede en el caso de la esclavitud. Un esclavo sufre y se sacrifica de distintas maneras, pero ello no va en su beneficio, sino en el de quienes lo esclavizan o se aprovechan de su esclavitud. Por supuesto, mucha gente se sacrifica voluntariamente para ayudar a otros u otras que se encuentran en una situación de necesidad. Pero esto es algo muy distinto de lo que sucede cuando alguien es dañado para beneficiar a otro simplemente porque este último está en una situación de poder. Es esto último lo que ocurre en el caso de la esclavitud.

Muchas veces la esclavitud es condenada porque se afirma que vulnera la autonomía del esclavo, porque acaba con su dignidad o por otros motivos. En realidad, hay razones mucho más sencillas para rechazarla. Ser un esclavo supone estar sufriendo daños, que pueden ser horribles, simplemente para beneficiar a otros que no se encuentran en una situación peor, sino mejor. Para la mayoría de nosotros y nosotras esto es ya suficiente para objetar a esta práctica. Hay quien se opondrá a ella porque hace que en el mundo haya más sufrimiento y menos felicidad. Otros lo harán porque aumenta la desigualdad entre unos y otros. Y otros, porque es injusta. Esto sería así debido a que es una situación en la que cada cual no recibe aquello que merece, sino que unos se llevan ilegítimamente la parte de otros. O debido a que es una situación que nunca aceptaríamos si considerásemos la cuestión de manera imparcial.

¿Y qué pasa con el uso de los animales?

Ahora bien, pensemos ahora en lo que ocurre en el caso del uso de animales. Por ejemplo, pensemos que es lo que pasa cuando consumimos animales como comida. Veamos esto con algún caso concreto.

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Consideremos el caso de un plato de pollo. Matando a uno de estos animales pueden obtenerse quizás raciones para que coman cinco personas. Ahora bien, los pollos criados para su consumo pasan su vida en granjas en las que sus vidas son un verdadero infierno. La vida de estos animales, en la actualidad, puede durar de unas 6 o 7 semanas. Vamos a considerar una vida de 45 días. Si es así, lo que sucederá es que para poder degustar cada uno de las cinco platos resulta necesario que un pollo sufra en una granja, de media, 45/5 días. Esto es, 9 días.

Además, aparte del sufrimiento padecido por el animal podemos tener en cuenta también el daño que se le ocasionó al matarlo. Un pollo al que no le quitan la vida se convierte en una gallina o un gallo que podría llegar a vivir un total de 10 años (ciertas variedades de pollos pueden llegar a los 20, pero vamos a tomar solo 10 para evitar controversias sobre esto). Pues bien, al haber sido matado para ser comido, ese pollo dejará de vivir ese tiempo.

Eso quiere decir que cada una de las personas que ha comido el plato de pollo ha sido responsable, aproximadamente, de que al pollo le hayan quitado unos 2 años de vida. Supongamos que en comer ese plato de pollo se ha tardado 15 minutos. Esto significa que a cambio de 15 minutos saboreando un plato, este animal ha tenido que sufrir en una granja aproximadamente durante 9 días, y se ha visto privado de 2 años de vida.

Podemos hacer un análisis más en detalle. Lo que se puede tardar en saborear un bocado de algún plato pueden ser unos pocos segundos. Vamos a considerar que una ración de pollo se comiese en 24 bocados. Haciendo cuentas, nos sale como resultado de esto que, a cambio de esos instantes de degustación por cada bocado de pollo comido, este animal ha tenido que sufrir durante más de 9 horas en una granja, y ha sido privado de un mes de vida. Eso por cada uno de los bocados. Cada segundo de nuestra degustación le sale muy caro al animal que es comido.

De manera que, con este cálculo tan sencillo, podemos saber cuánto cuesta saborear un bocado de carne, en este caso de pollo. Este coste es tan impresionante y tan desproporcionado con respecto al beneficio que obtienen quienes comen a los animales que nadie asumiría pagarlo a cambio del disfrute obtenido con él.

Esto es: supongamos que para saborear un bocado de carne de pollo tuviésemos que asumir el precio que los animales pagan por ello. Es obvio que nadie aceptaría pagar tal precio. Sin embargo, este es el verdadero precio del consumo de animales como comida. Lo que se paga en el supermercado o en un restaurante no es el coste real de la obtención de ese producto. Es únicamente el precio de una parte mínima de lo que ello supone. Es solo el coste del proceso de dañar a los animales para proporcionarnos su carne. La mayor parte del verdadero precio del consumo de carne no es lo que pagamos. Es otra: consiste en los terribles daños que se les causa a los animales. Ellos son los que verdaderamente pagan la cuenta cuando compramos su carne.

Y, por supuesto, esto no sucede únicamente en el caso de la carne de pollo, sino que sucede también en el de otros productos provenientes del uso como recursos de los animales. Animales como los cerdos, terneros o peces criados en granjas o piscifactorías son también privados de su vida y obligados a sufrir en reclusión. Y en el caso de los animales que no son criados en granjas industriales, aunque no se les inflige sufrimiento sí se les priva de sus vidas. Así, con un cálculo semejante al hecho aquí podemos considerar el precio que tiene para otros animales el ser consumo y el uso de otros productos y servicios de origen animal. Las cifras pueden variar en el caso de diferentes animales, claro está, en función de su mayor o menor tamaño. En el caso de muchos peces, por ejemplo, el precio de una comida no lo paga únicamente un animal, sino varios de ellos. Pero en todos los casos estaremos ante precios que nadie pagaría a cambio de los beneficios obtenidos.

Más aun, ni siquiera esto es toda la historia, porque el beneficio que se obtiene a cambio del sufrimiento y la muerte que se inflige a los animales es bastante menor de lo que se puede creer. En el caso que hemos visto aquí no equivale al sabor de un bocado de carne. A lo que equivale es a la diferencia entre el disfrute obtenido al comer un bocado de carne y el que se obtendría saboreando un plato preparado sin productos animales. Y, si considerásemos, por ejemplo, una prenda de piel, el beneficio sería la diferencia entre el provecho que se obtiene de usar esta y el que se obtendría de usar otra confeccionada con otro material que no fuese de origen animal.

¿Por qué, entonces, se consumen productos de origen animal, si nadie estaría dispuesto a pagar el verdadero precio que estos tienen? Por una razón muy sencilla: porque son otros quienes pagan ese precio. Porque son los animales explotados quienes lo pagan. Lo pagan con su sufrimiento y con sus vidas.

Un precio que no puede ser justo

Entonces, si recapitulamos, hemos visto que la mayoría consideramos una injusticia que unos tengan que sacrificarse y sufrir graves daños con el único objeto de beneficiar a otros, más poderosos y en una situación más favorable. Si somos imparciales, no podemos hacer a los demás lo que si estuviésemos en su sitio jamás aceptaríamos. Teniendo en cuenta todo esto, solo se puede concluir que lo mismo sucede en el caso del uso de animales como recursos. El consumo de productos y servicios de origen animal es muy común, de eso no hay duda. Sin embargo, inflige a los animales unos daños que nunca aceptaríamos para nosotros o nosotras. Si consideramos una injusticia que alguien se beneficie a costa de dañar a otros simplemente por ser más poderosos, tendremos que considerar que el uso de animales como recursos es una injusticia.

Afortunadamente, sin embargo, no es necesario usar animales. Podemos evitarlo. Incluso si nos gusta comer animales y usarlos de otras maneras, hemos visto que hacerlo tiene un coste absolutamente horrible. Es algo que nunca aceptaríamos sufrir nosotros. Por lo tanto, no defendamos hacérselo sufrir a otros, esto es, a los animales.