Me interesa el cine como instrumento para la divulgación de la bioética. Películas como Mar adentro, Mi vida sin mí o El experimento Tuskegee tienen mucho que decir sobre ética asistencial y de la investigación, y también las hay que tratan temas actuales en ética ambiental, como el documental de Al Gore Una verdad incómoda. Hoy quisiera comentar dos películas que, de manera independiente, tratan un tema similar: el de la relación entre los humanos y los demás animales (y el ecosistema en general).
En 1992, un joven de veinticuatro años se dirigió a las tierras salvajes de Alaska para vivir allí en soledad, equipado apenas con una mochila, un rifle y un saco de arroz. Cuatro meses más tarde, unos cazadores encontraron su cadáver; Chris McCandless había muerto de inanición, acentuada a su vez por una intoxicación tras comer patatas silvestres.
En 2003, un activista en defensa de los osos que se hacía llamar Timothy Treadwell murió junto a su compañera, Amie Huguenard, a resultas de un encuentro con uno o dos osos en el parque natural de Alaka donde Treadwell llevaba 13 veranos filmando y conviviendo con estos animales (a menudo en contra de las normas del parque). Sus grabaciones fueron rescatadas por el director Werner Herzog en el documental Grizzly Man, estrenado en 2005. En 2007 el actor Sean Penn dirigió una adaptación al cine de la historia de McCandless que en España se estrenó bajo el título de Hacia rutas salvajes.
Estas dos películas tienen mucho en común: en un gesto similar al de Thoreau, sus protagonistas se cambian el nombre y rechazan muchos aspectos de la sociedad norteamericana; en las dos películas se cita expresamente a Thoreau (aunque en Grizzly Man no es Treadwell quien lo menciona, sino Herzog en su comentario en off); en las dos hay encuentros con osos que simbolizan una naturaleza que es al mismo tiempo atractiva y mortal. En las dos películas, el tema de la ética ambiental —la relación entre los humanos y los demás animales (y el ecosistema en general)— subyace a los conflictos que mueven la trama.
Ahora bien, las diferencias en género y estilo también son notables. Sean Penn cuenta la historia de Chris McCandless mediante una narrativa convencional en el cine norteamericano, estructurándola mediante un ciclo de “ritos de paso” que llevan a Chris de la adolescencia a la madurez. Tomándose algunas licencias poéticas, pero sin falsear excesivamente los hechos, esta lectura de Sean Penn (que es también autor del guión) dota a la historia de un sentido y permite reconciliar al espectador hasta cierto punto con la tragedia de McCandless.
Por el contrario, la lectura de Werner Herzog es más despiadada. Renuncia a superponer a la historia de Timothy estructuras narrativas o míticas que la suavicen, y el retrato del personaje y la sociedad que le rodea es profundamente perturbador. Grizzly Man no reconcilia al espectador con las tensiones entre el individuo y la sociedad, entre la imagen de sí que Treadwell proyecta y la que percibimos, entre la visión antropomórfica de los osos como peluches amables y la visión de su natural pero inhumana ferocidad.
(Agradezco a Óscar Horta la posibilidad de publicar en su sección; ojalá esta breve presentación de las películas sirva también para abrir un debate sobre la imagen y rol de los animales en la cultura popular contemporánea, un tema al que no es ajeno el de la lidia, que también ha sido comentado en este portal.)