Si bien a partir de la última década del siglo XX se han hecho intentos por fomentar la Ética Pública en el escenario internacional incorporando programas y estrategias en los Planes de Gobierno, algunos servidores públicos están aún muy lejos de poseer una verdadera ética en su conducta, por lo que hace falta reforzar los distintos instrumentos de aplicación para alcanzar una verdadera transformación.
Pese a que los códigos de ética son un instrumento para la promoción y fomento de valores, no son un fin, es decir, no basta con lograr su aparición. Los Códigos son un instrumento importante pero incompleto, son una parte que debe estar acompañada del resto del cuerpo. Una vez elaborado un Código de Gobierno, para ser efectivo requiere su divulgación en dos frentes: en lo interno y en lo externo. El frente interno se refiere a que se de a conocer dentro de las instituciones públicas; mientras que el frente externo se refiere a darlo a conocer a los ciudadanos y principales usuarios de las instituciones mediante diversas vías entre ellas, a través de los medios de comunicación de manera que se conozca su contenido. Más aún, debe emplearse para impartir capacitación regular, de manera que grupos de funcionarios se reúnan para discutir los dilemas que surgen en los quehaceres de su vida laboral diaria.
Cuando los códigos carecen de una estrategia de comunicación, cuando los principios y valores sólo se quedan en el escritorio y no se trasladan al corazón de los servidores públicos, a la discusión de valores y a la asimilación de éstos, se convierten en letra muerta.
La aplicación práctica de los Códigos de Gobierno debe estar acompañada de dos elementos fundamentales: Una OficinaExpertos o especialistas que divulguen, siembren y fomenten los valores. que coordine la estrategia para su fomento y aplicación, y
En general en los diversos Códigos de Ética de Gobierno existe un eje y una estructura similar en la que por un lado, establecen los principios que deben guiar la conducta de aquellos a quienes va dirigido el código, y por otro, el desarrollo de aspectos muy precisos acompañados de ejemplos sobre diversas situaciones que suceden en la vida de las instituciones públicas.
Dignos de revisar, para los interesados en este tema, son las Normas de Conducta para los empleados de Gobierno de los Estados Unidos, así como las Normas de Conducta del Reino Unido. Documentos valiosos en materia de fomento valores en la vida pública, los cuales analizan, en distintos momentos, situaciones en detalle de alguna actitud o comportamiento de sus servidores públicos. Ambos son un referente para conocer y elaborar verdaderos Códigos para el servicio público. Otros Códigos de Ética de Gobierno, de interés son: el de España, México o Argentina, aunque comparados con los primeros precisan de un mayor desarrollo, de un análisis más exhaustivo sobre situaciones en el servicio público así como de ejemplos que lo acompañen.
En la elaboración de códigos es conveniente tener presente la importancia de las diferentes educaciones e idiosincrasias para comprender la efectividad o no de los instrumentos éticos. Hay países, como los escandinavos, donde, a pesar de no contar con Códigos Éticos, los miembros del gobierno cuentan con una alta moralidad.[1] Por el contrario, también los hay que tienen excelentes leyes y códigos pero donde los miembros del servicio público estarían suspendidos en moral.[2] La explicación de esta paradoja es que la conducta de los seres humanos no solo radica en las leyes y los códigos sino que se acompaña de las costumbres que sumadas a la educación y a la interiorización de valores, pueden dar por resultado una conducta íntegra que se refleja mediante buenos hábitos.
Por otro lado es importante no minimizar la magnitud y la importancia de una disciplina como lo es la ética a simples Códigos Deontológicos. La ética no es la deontología, y no es lo mismo un Código Ético que un Código Deontológico. Las teorías deontológicas ponen el acento en los conceptos de “deber” y “obligación” y recalcan que lo éticamente meritorio es hacer lo que está “mandado” por reglas. Las teorías deontológicas ofrecen un perfil rigorista y jurídico al poner énfasis en que la ética sólo se puede definir mediante las leyes. Cualquier realidad en el ámbito público rebasa la interpretación jurídica de incrementar leyes y reglamentos. Pensar que con el sólo aumento de éstos se combate la corrupción y se eliminan las distintas conductas antiéticas es no comprender la magnitud de los antivalores y la dimensión de la importancia de la disciplina ética.
Un aspecto que no debe descuidarse si se quiere garantizar la operación de los Códigos de Ética es el que se refiere a las sanciones. Cuando no se sancionan las conductas indebidas cualquier propuesta de valores mediante los códigos pierde su fuerza, por lo que toda institución pública necesita contar con medidas sancionadoras aplicadas a su contexto. Los códigos son una pieza del rompecabezas de la ética pública cuyo resultado es la sana conducta de políticos y funcionarios públicos.
En palabras de Caiden, conviene recordar la importancia de la ética pública hoy en día. Al respecto señaló: “Debemos conservar esos asuntos en la mente de todos los que dirigen nuestra sociedad y nuestras organizaciones sociales tanto públicas como privadas. No realizamos conferencias de ética porque no se han considerado necesarias antes. (…) Las llevamos a cabo porque son más necesarias que nunca, pues el mundo al que estamos por entrar requiere que volvamos a revisar la ética del servicio público y la reformulemos. (...) Las reuniones internacionales sobre la ética del servicio público son necesarias para permitir que los funcionarios se alejen de las rutinas y presiones urgentes, evalúen sus tendencias, echen mano de cualquier iniciativa o inquietud que tengan para reducir el daño potencial, aumentar el bien que pueden hacer y permitir que otros también lo hagan.”[3]
Al reforzar la ética en los cargos de aquellos que participan en la vida pública se pretende contar con personal con valores, con una filosofía y proyecto de vida en el servicio público que sean ejemplo de conducta y, que con su esfuerzo contribuyan a resolver las demandas ciudadanas al ofrecer resultados satisfactorios de manera adecuada. Servir al Estado, sin olvidar el bien y el servicio a los ciudadanos, es una de las más altas acciones a que un individuo puede aspirar y los Códigos Éticos existen para lograr esta misión al recordarnos e interiorizar valores que broten en la práctica mediante es espíritu de servicio.
[1] En los informes que publica cada año Transparencia Internacional, los países escandinavos suelen salir como los más limpios y transparentes.
[2] Ver los índices de corrupción que pública año con año Transparencia Internacional. En ellos se muestran tanto a aquellos países como a los personajes del año considerados como más corruptos.
[3] Gerald Caiden, “Tendencias actuales en la ética del servicio público”, En: Revista Gestión y política Pública (México), Vol. X, Nº 2, II semestre, 2001, p. 235.