Tomo prestada esta frase del estadista y poeta de la negritud, Leopold Sedar Senghor, para insistir en el enorme problema del hambre en el mundo, coincidiendo con el día internacional de la alimentación y el día mundial para la erradicación de la pobreza.
La plaga del hambre es una vieja compañera de la humanidad, antigua y persistente, que ha azotado a los seres humanos en diversos momentos de su historia. Sin embargo, dramáticamente, hoy en día, en los albores del siglo XXI, en el contexto de algunos de los más increíbles avances tecnocientíficos como las tecnologías de la comunicación, las terapias génicas, la regeneración de tejidos a partir de células troncales, la nanotecnología, etc. etc., desarrollos que auguran hasta el sueño de la vida eterna, el hambre avanza. ¡Este año se ha superado el umbral de los mil millones de hambrientos, una séptima parte de la humanidad!
No parece discutirse, a primera vista, que el alimento y el agua potable constituyen un derecho humano absolutamente básico y elemental. Así parece deducirse de la resolución A/63/430/Add.2 de 24 de noviembre de 2008 sobre el derecho al alimento, que sólo contó con el voto en contra de USA.
Sin embargo, a diferencia de otros derechos como la prohibición de la tortura o el derecho a la libertad de expresión, el derecho al alimento, a no pasar hambre, no suele provocar tanta indignación ni tanta reacción de la opinión pública. Y eso que pueden detectarse algunos elementos que han contribuido al aumento del hambre y a la crisis alimentaria de los últimos años, como las políticas comerciales y financieras internacionales, la producción de biocombustibles y el abandono de la agricultura de consumo, entre otros (Jacques Diouf, Director General FAO).
Como recuerda Ángel Olaran, misionero comboniano, si identificáramos a un grupo de hombres y mujeres dedicado a matar a 30.000 niños cada año, se produciría una reacción unánime contra ellos: serían considerados criminales, terroristas, enemigos públicos. Sin embargo, el sistema económico mundial causa la muerte de millones de niños y obliga a prostituirse a muchos otros millones y nadie se echa las manos a la cabeza.
"El 11 de septiembre de 2001, cuando unos terroristas hicieron estrellarse dos aviones contra las Torres Gemelas de Nueva York y otro avión contra el Pentágono en Washington, murieron cerca de 3000 personas. Aquello fue una atrocidad que paralizó a la humanidad. Aquel mismo día, 16400 niños menores de cinco años murieron de hambre y de desnutrición: una cifra cinco veces superior a la de las víctimas del terrorismo. Al día siguiente y en los restantes días sucesivos durante todo un año, 12 millones de niños fueron víctimas del hambre, y nadie pareció sentirse aterrado ante semejante catástrofe humana". (Leonardo Boff, Virtudes para otro mundo posible III, Santander: Sal Terrae, 2007, pp. 18-19). A la vez, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo ha cuantificado que 80000 millones de dólares en 10 años permitirían garantizar el acceso de todos los humanos a la educación, a la asistencia sanitaria básica, a una comida adecuada y al agua potable. Mientras, los países del Comité de Ayuda al Desarrollo, que reúne a los principales donantes de Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) movilizaron fondos para ayudar a sus bancos por un valor treinta veces superior al que destinaron a la AOD. Los datos de la OCDE muestran la desproporción de los recursos destinados a una y otra función; sólo en el rescate de la aseguradora AIG, el Gobierno de EEUU gastó 175.000 millones de dólares.
Sin duda, el hambre es el problema moral más acuciante de la humanidad. Retomando las palabras de Ángel Olaran, el hambre es un genocidio programado, tolerado. Hay que llamar a las cosas por su nombre. Y si las palabras han llegado a perder sentido, habrá que inventar un idioma nuevo. (Mayte Pérez Báez, Ángeles de Wukro. La lucha contra la pobreza en un rincón de Etiopía. Madrid: Kailas, 2008).
¡Inventemos ese idioma! Comer y beber son necesidades esenciales de todo ser humano, en toda cultura y sociedad, y su carencia produce, evidentemente, daños graves y objetivos. Por ello, el alimento y el agua potable constituyen exigencias morales universales, en términos del derecho humano a comer y a beber, uno de esos derechos que dan y preservan la vida. Y por tanto, las políticas públicas sobre el alimento y el agua potable han de partir de su consideración como bienes públicos y no como meras mercancías.
Los derechos humanos comienzan con el desayuno ...