La semana pasada participé en el IX Taller Dilemata celebrado en la Universidad de La Laguna. Allí, gracias a la hospitalidad de Txetxu Ausin y M. J. Guerra, tuvimos una sesión conjunta con el Centro de Estudios Ecosociales y, cómo no, acabamos hablando del “Puerta a Puerta” (PaP). En la línea de las entradas anteriores, compartí mi experiencia personal con este sistema de recogida de residuos urbanos, advirtiendo de que se trataba de un caso abierto, complejo y polémico (pues siempre que hay caso, hay conflicto).
No me sorprendió el interés con que fue recibido el tema, porque la característica insular suele agudizar la sensibilidad medioambiental y la preocupación por la sostenibilidad, que se ha manifestado especialmente allí en la resistencia cívica al puerto de Granadilla y otros casos; al fin y al cabo, la importancia del turismo para Tenerife no hace sino enfatizar el hecho de que toda isla es ecológicamente única y frágil. Además, vimos el trailer (con subtítulos en castellano) de Trashed, la película de Jeremy Irons en la que se describe, entre otras, la desastrosa experiencia de Islandia con la incineradora de Ísafjörður.
En mi intervención presenté los sistemas desde el punto de vista de la usuario, prestando atención no tanto a las cifras sino a cómo moldean los hábitos de los participantes; como, de hecho, el PaP requiere y motiva la mayor participación ciudadana en el proceso de recogida y clasificación. Este aspecto conecta la cuestión de los residuos con la de la gobernanza democrática de las cuestiones ambientales, que fue uno de los temas que más interés despertó.
Mi conclusión preliminar es, como ya anuncié, que al moldear razonablemente las condiciones de contorno el PaP induce mejoras éticas objetivables: hace que la ciudadanía recicle más y consuma de manera más consciente. Y digo “razonablemente” porque la experiencia de Hernani, Oiartzun o Usurbil prueba que el PaP no supone sacrificios o demandas totalitarias a la población. Y si no se fian de lo que dicen sus vecinos, que se lo pregunten a los habitantes de San Francisco (California), que llevan años con un modelo similar para todos los residentes, de toda clase de viviendas, que permite reciclar hasta el 90% de los residuos y crear 10 veces más puestos de trabajo que el modelo basado en incineradoras.
Naturalmente, habrá que adaptar los procedimientos y los plazos a cada caso, y buscar un equilibrio entre medidas coercitivas y educativas, pero eso es al cabo para lo que están la política y las instituciones, cuya actividad consiste en implantar las medidas necesarias para resolver problemas que requieren la coordinación colectiva y así salvaguardar los bienes públicos y el interés común. En ese sentido, la recogida de residuos es tan imposición como cualquier otra norma municipal, como las que regulan los permisos para construir, reformar y habitar viviendas. La cuestión no es imposición sí o no, sino que el sistema que se va a imponer (tan cierto es que todos los sistemas se imponen como que ninguno tendrá éxito sin la implicación de los usuarios) sea éticamente bueno, si no el mejor.
Utilizando este esquema, intenté argumentar que la diferencia ética entre el PaP y los sistemas basados en contenedores colectivos está en cómo ambos sistemas conectan los niveles éticos en la experiencia cotidiana de la persona usuaria:
Utilizando una jerga habitual en bioética, planteé que el PaP es un sistema que modela la microética ambiental mediante constricciones posibilitantes (enabling constraints) en el nivel meso y consecuencias objetivas en el nivel macro. Al margen de las cuestiones económicas y políticas que le rodean, cuyo análisis también es necesario pera a menudo ha eclipsado la valoración de los aspectos éticos, sigo explorando la hipótesis de que los indicadores éticos del PaP presentan mejores resultados en el nivel de la autocomprensión, la fundamentación y la aplicación éticas, como vimos en mi anterior entrada.
Este esquema también sugiere que es más fácil ir de lo meso a lo micro (y viceversa) que de lo meso a lo macro. La experiencia de los usuarios en la gestión de los residuos domésticos necesariamente supone una cierta implicación en el nivel meso (el de las organizaciones o grupos a nivel local, como el ayuntamiento), mientras que entre el nivel meso y macro son los grandes intereses económicos e ideológicos los que dominan el juego, con las perniciosas consecuencias que ya conocemos (como, sin ir más lejos, la dificultad para alcanzar acuerdos entre los diferentes ayuntamientos, mancomunidades y demás instituciones involucradas).
Otras cuestiones que debatimos en La Laguna fueron el carácter innovador del PaP como “tecnología social”, y su impacto tanto en lo económico como en la interacción entre los vecinos y las instituciones. Ahí mencionamos la importancia de recurrir a la memoria colectiva (recordando cómo hacíamos antes la “txerrijana”, etc) y a la autoestima y empoderamiento como individuos y colectivo: en efecto, hemos aprendido a hacer cosas mucho más difíciles que el PaP, y si recordamos un poco descubriremos que no es nada que no supiéramos hacer ya antes. Otro ejemplo a recordar es cómo nos hemos adaptado a la ley antitabaco en Europa, creando incluso tecnología social innovadora como en Irlanda (donde la interacción mejoró de hecho con la prohibición de fumar en el interior, generándose además una interesante industria auxiliar que instala toldos y calefactores en el exterior de los pubs). Y sin olvidar el papel de las emociones, porque a menudo la reacción contra el PaP no tiene nada que ver con la ecología, sino con nuestro ancestral miedo a lo desconocido y la inercia que debemos vencer para implantar cualquier cambio en nuestras costumbres.